Reflexiones desde un punto de vista personalista comunitario.

33. T. O. 2020 Mt 25,14-30

Ausencia de Dios: se fue de su vista y sin avisar. “Al cabo de mucho tiempo, vuelve”. Se fue y nos dejó todo, y nos dejó “solos”, pero volverá. En el “mientras tanto” ha dejado todo cuanto “tenía” en nuestras manos: “les dejó al cargo de sus bienes, y repartió talentos a cada uno según su capacidad”. Así que toma los bienes que has recibido, hazlos fecundos. Sin fecundidad en el amor, no hay vida.

Cada vez que veo esas colas enormes en las calles de Madrid para comprar la lotería en la expendiduría de Doña Manolita me entran ataques controlados de madrileñofobia, teniendo en cuenta que el juego de la lotería se me antoja el impuesto sobre los débiles mentales, cada uno de los cuales espera le toque un pellizco sustancioso del premio anhelado. Todos dicen que quieren “tapar un agujero” con la ganancia soñada, pero ¿qué agujero?, ¿qué es lo que tienen tan agujereado? Como si el agujero fuese la mancha de la mora, que con otro más grande se tapa, estas estrellas enanas con bocas gigantescas más grandes que los siete infiernos budistas piensan salir adelante después de haber dado marcha atrás, lo que les define como cangrejos no demasiado evolucionados.

Cuando me creía ser más de lo que soy, pensaba que mis soliloquios estaban hechos del néctar de los dioses, pero según voy madurando comprendo que un soliloquio es una tontería ahorrada a los demás, de modo que a ver si un día de estos maduro del todo y dejo de escribir. Afortunadamente voy entendiendo poco a poco que los razonamientos son esas tazas, una de cuyas asas se puede agarrar por la derecha y la otra por la izquierda, sin necesidad de que la mano derecha o la izquierda tomen siempre obligadamente el mismo asa. Cuando yo era pequeño hablaba como un pequeño.

“Cada vez me parece más petulante, más necia, más transitoria y más vana eso que llaman civilización moderna, debo tener espíritu medieval y de ello me felicito. A la ciencia le voy cobrando asco. Lo digo y lo repito, el progreso es un mal necesario; ¡me cago en el vapor, en la electricidad y en los sueros inyectados!”. Esto escribe don Miguel al médico salmantino Hipólito Rodríguez Pinilla, catedrático de la Universidad de Salamanca, que trató la enfermedad de Raimundín, el hijo de Unamuno fallecido por meningitis en 1902. En ese momento, Unamuno cuenta con 38 años y es ya rector de la Universidad salmantina. Las cartas, de trazo vigoroso, desparramado, con membrete de la rectoría, descansan en la Casa de Unamuno donadas en 2009 por la viuda del catedrático de Filología Clásica Millán Bravo Lozano, que tuvo sus escarceos políticos en el fallido partido leonés Pancal. La fortuna, incomprensible siempre para mí, quiso que yo conociese esta carta de don Miguel mucho antes, cuando Millán Bravo se sirvió de la citada frase ¡me cago en el vapor, en la electricidad y en los sueros inyectados! para ilustrar un libro que él mismo me publicó en su Editorial Silos, de Valladolid, Teología para escolares (Tercero de BUP). Madrid, 1977, 247 pp), que hacía el número treinta de los hasta entonces por mi traídos al mundo.

Escribe don Luis María Ansón estas palabras: “Una nación tan madura, tan transparente democráticamente, tan llena de prestigio por su forma de respetar los derechos humanos, ha tenido al frente durante los últimos cuatro años a un hombre que ha suscitado de forma especial entre los intelectuales más serios un completo rechazo. La gente de relieve está por la moderación, por el sentido de la concordia y por la conciliación. Esperemos pues, con impaciencia, pero también con sosiego, la decisión que tome el sabio pueblo norteamericano, sin olvidar, y este factor de especial interés, que China está al acecho”.

Un conocido amigo, buen darwinista, tiene un mono al que denomina Adán. Supongo que tendrá también a la mona Eva para redondear la jugada. Algo debe de estar fallando estrepitosamente entre los enemigos de la evolución de las especies, pues ¿cómo podrían explicarme de forma convincente que yo haya logrado escribir cosas tan monas como la que sigue ahora, si no descendiera del filum antropomonoide? Imposible, tan imposible que en ocasiones llego a pensar: quien escribe con tan gran modestia como elegancia, con tanta lubricación de ideas, no lo escribe mi yo doctoral, sino el mono que hay en mí. Aunque a veces tiendo a pensar lo contrario, o sea, que no es el mono, sino el hombre que hay en mí quien escribe de forma tan excelente. La rivalidad crece en crueldad entre mi homo sapiens y mi mono sapiens, neoencéfalo contra arquiencéfalo, y, por más que me mire la fontanela, no doy con la cresta reptiliana que dicen separa ambos hemisferios cerebrales. ¿Me iré de este mundo sin saber si soy más hombre que mono, o más hombre que mono, o una subespecie malograda? Se admiten apuestas.

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