Reflexiones desde un punto de vista personalista comunitario.

2. Pascua 2021 B Jn 20,19-31

Jesús, en su condición de resucitado, no vive alejado de este mundo. El Resucitado está vinculado a la condición carnal. No es un fantasma. La aparición de Jesús Resucitado en la comunidad es singular porque no estamos sólo ante la presencia del crucificado (viernes santo), ni ante su presencia en Emaús (fracaso), ni ante la presencia eucarística (última cena), ni ante su presencia en los pobres, sino ante la continuidad entre el pasado y el presente de Jesús, expresada a través de su realidad humana. El cuerpo de Jesús tiene una cualificación: es el que ha pasado, a través de la muerte, con la llaga del costado y las señales de los clavos en las manos, y así quedará para siempre, en su estado definitivo. La resurrección no lo despoja de su condición humana anterior, ni significa el paso a una condición de ser superior a la humana, sino que es la condición humana llevada a su cumbre, y asume toda su historia precedente. El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. La permanencia de las señales en las manos y el costado indica la presencia de su amor: se perpetúa la escena de la cruz. Lo que Juan describió en el Calvario como signo, a la vista del mundo entero, del Hombre levantado en lo alto, del que fluía la vida, se propone aquí y ahora como experiencia de Jesús en el ámbito de la comunidad, y desde este pasado les ofrece la paz.

La irrupción definitiva de Dios en la historia: Jesús ha sido resucitado por el Padre.

Marcos (16,1-7) nos presenta, dentro de los diversos testimonios inconexos de las apariciones, a tres mujeres que se acercan al sepulcro; lo único que creen es que Jesús está muerto, por eso lo van a embalsamar, sencillamente un gesto de respeto hacia el cuerpo de Jesús. ¿Qué les preocupa, qué tienen en su mente? Que no tenían fuerzas para quitar la piedra del sepulcro, “quis revolvet nobis lapidem ab ostio”. A estas mujeres estas dificultades no las paralizan, el amor las mueve porque quieren embalsamar el cuerpo de un difunto; van cuando amanecía “orto ian sole”, se ponen en camino, muy temprano, y salen huyendo y temblando porque nada ha ocurrido como pensaban.

Del viernes santo al domingo de resurrección celebra la liturgia cristiana la Semana Santa, es decir, la muerte y resurrección de Jesucristo. En tan sólo tres días (viernes de dolores, sábado santo y domingo de resurrección) se condensa el último tramo de la existencia del nombre inefable de Adonai, que en griego es Kyrios, en latín Dominus y en español Señor: “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor” (Rm 14,7-8). En setenta y dos horas la suprema contradicción que el hombre experimenta desde siempre —la contradicción entre la vida y la muerte— ya ha sido superada con la Resurrección. A partir de ese momento santo, la contradicción más radical no se da ya entre el vivir y el morir, sino entre el vivir para el Señor y el vivir para sí mismos. Vivir para sí mismos es el nuevo nombre de la muerte, vivir para el Señor es el nombre de la eternidad, un cambio de época radical: el fin de los siglos viejos y el comienzo del nuevo eón.

Domingo de Ramos 2021. Jn 14,15-,47.

“Y Jesús, dando un fuerte grito expiró”

Se acabó todo lo que Dios quería revelar al hombre, y comienza todo lo que el hombre está dispuesto a hacer con su vida respecto a este Dios y sus prójimos.

Este es Jesús, el amor desarmado de Dios. Nadie podía pensar algo así, el primero Pedro, y el resto, y… parece que hoy siguen muchos así: o esperando al Mesías o no esperando nada, ni a nadie, nihilistas. (Ateos: Paolo Flores d’ Aarcais, Fernando Savater, Michel Onfray, Gustavo Bueno, Richard Dawkins y Piergiogio Odifreddi, Bart D. Ehrman, Christopher Hitchens; y por otra parte con los agnósticos nihilistas M. Caccisiari, V. Vitiello, J. Derriba, W. Weischedel, E. Trías o P. Palanceros). Estos comparten con los “nuevos ateos” la afirmación de la finitud, pero se desmarcan de ellos reconociendo la existencia de una relación que está más allá de lo finito. En términos de maravilla, lucha, agonía, y ética o cuidado, estos últimos ya tienen bastante que ver con lo fundamental del Viernes Santo y con el silencio del Sábado Santo y una prudente distancia con respecto a la descolocante sorpresa y novedad del Domingo de Resurrección (Cf. Mtz Gordo).

La sabiduría de Dios: “el que se aborrece a sí mismo en este mundo…”

5. Cuaresma 2021 Jn 12, 20-33

¿Es de recibo esta palabra para nuestros contemporáneos? ¿Aborrecerse no va en contra del amor a nosotros mismos, en contra de la autoestima necesaria para vivir como personas e hijos de Dios? En un mundo de narcisismo exacerbado como en el que vivimos, esta palabra suena a nuestros oídos como detestable, hiriente y, sin embargo, más necesaria que nunca. Estamos ante una declaración solemne y central de Jesús que nos explica cómo se producirá el fruto de una vida, el fruto de la vocación-misión: no se puede producir vida sin dar la propia. El egoísmo es la raíz principal de la ceguera humana que produce muerte. La vida es fruto del amor, y no brota si el amor no es pleno, si no llega al don total. Jesús afirma que la muerte es la condición para que se libere toda la energía vital que contiene (el grano caído en tierra produce mucho fruto). El fruto comienza en el mismo grano que muere. Estamos muriendo constantemente por amor, pero se puede morir y dar muerte por odio. ¿Qué frutos producirá mi muerte? La respuesta ya te la ha dado Jesús. Hoy, en el acercamiento a los alejados, a los no creyentes, a los pobres, nos hablan ya del anticipo y de una promesa de fecundidad, y ésta va a depender, no de nuestros sermones, sino de una muestra extrema de amor.

El 30% de la natalidad ha descendido en España durante la pandemia. Ni dejar nacer ni querer morir.

El 100% de los parados no se asocia, pero el 100% pide que el Estado les solucione su crisis. En lugar de asociarnos, nos adherimos.

El instinto de conservación y de autoprotección funciona para el individuo, pero no para la especie, si atendemos al máximo problema de la humanidad, que es la ecología.

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