Artículos y debate sobre la crisis del COVID-19

Los más aptos para la vida son los que han sobrevivido. Aunque Kropotkin ya mostró en El apoyo mutuo que, en ocasiones, el más fuerte es quien sabe unirse y colaborar. El ser humano es ese extraño en la evolución que ha llegado a comprender que la excelencia consiste en buscar la perfección individual en comunidad. Algunos han llamado a esta anomalía natural una persona de personas.

En otras épocas, cuando las memorias eran los hombres vivos, a los ancianos se les reverenciaba. Todavía quedan algunas culturas y algunas personas, en los arrabales del mundo sedicentemente más civilizado, que cuidan y respetan a los mayores.

El clamor de la catástrofe ha roto el caparazón de los que a sí mismos dan en llamarse filósofos. Se han reunido algunos de los más papel cuché, tocan a rebato con rebatiña al grito de hay que repensarlo todo. Ahora resulta que esos filósofos caviar, precisamente los que tienen derecho a roce con sus poderosos amos, de los cuales son su voz, caen en la cuenta de que conviene cambiar de pensamiento. Pero si son filósofos ¿por qué tantas prisas ahora, es que acaso antes de la pandemia no pensaban? Ser profetas después de la catástrofe para acomodarse a ella no es lo propio de los filósofos, los cuales –como Hegel dijera– son amigos no sólo del búho de Minerva, el cual piensa incluso por la noche, sino también de la batalla contra la injusticia durante el día, como añadiera Marx, ese pensador apestado para la gran mayoría.

Yo me pregunto sinceramente qué va a salir de esas reuniones filosofales, cuando la mayoría de ellos hicieron no haciendo lo que deberían de haber hecho, es decir, cuando se costaban al Diktat del desorden establecido contra el que nunca hicieron nada excepto engordarle hipócritamente. A mí, que conozco bien el paño de esa arca, no me extrañaría que se reuniesen para aumentar el poder académico de sus departamentos, mejores dotaciones para “investigar” sus chorradas, la cátedra aún más barata, y seguir mamoneando. Por supuesto, también se reunirán para empoderarse cual subespecies de la ideología de género, para aumentar el número de sus capitulaciones y, en definitiva, para potenciar la patología con la cual funcionan en sus ínsulas Baratarias. Y luego los homenajes, antepóstumos, póstumos y postpóstumos: a morir, que son dos días, todo sea por un repolludo epitafio académico sobre un cenotafio, que en griego significa caja vacía.

La Fundación Etnor de Valencia recoge este artículo de Juan Luis Cebrián titulado Un cataclismo previsto donde manifiesta: “En septiembre del año pasado, un informe de Naciones Unidas y el Banco Mundial avisaba del serio peligro de una pandemia que, además de cercenar vidas humanas, destruiría las economías y provocaría un caos social. Llamaba a prepararse para lo peor: una epidemia planetaria de una gripe especialmente letal transmitida por vía respiratoria. Señalaba que un germen patógeno de esas características podía tanto originarse de forma natural como ser diseñado y creado en un laboratorio, a fin de producir un arma biológica. Y hacía un llamamiento a los Estados e instituciones internacionales para que tomaran medidas a fin de conjurar lo que ya se describía como una acechanza cierta. La presidenta del grupo que firmaba el informe, Gro Harlem Brundtland, antigua primera ministra de Noruega y exdirectora de la Organización Mundial de la Salud, denunció que un brote de enfermedad a gran escala era una perspectiva tan alarmante como absolutamente realista y podía encaminarnos hacia el equivalente en el siglo XXI de la “gripe española” de 1918, que mató a cerca de 50 millones de personas. Denunció además que ningún Gobierno estaba preparado para ello, ni había implementado el Reglamento Sanitario Internacional al respecto, aunque todos lo habían aceptado. “No sorprende” —dijo— “que el mundo esté tan mal provisto ante una pandemia de avance rápido transmitida por el aire”.

Tengo fama de hipercrítico pero, si tal cosa no fuera verdad, mis críticos hipocríticos deberían admitir que no comprenden que quienes causan las crisis se ponen el mundo por montera, hacen un brindis al sol, y culpabilizan con chulería a todo lo que se mueve.

Hubo un momento en que la psicología moderna desterró para siempre erróneamente los buenos libros de caracterología (por ejemplo, el Tratado del carácter de Emmanuel Mounier), y ahora proliferan los malos, por ejemplo, El hombre que estaba rodeado de idiotas: cómo entender a aquellos que no podemos entender, de Thomas Erikson. Esta nueva caracterología cromática ha resultado un revival exitoso entre los aficionados a los eneagramas o a la curación por las flores de Bach (no me refiero al músico, sino a lo que Bach significa en alemán: arroyo). Son caracterologías de baratillo que sólo sirven para un twit, es decir, para un berzotas, conforme a uno de los significados de dicho término inglés. Según ella, los rojos se preguntan por el qué, los amarillos por el quién, los azules por el porqué. Los verdes quieren saber cómo.

Los rojos no se paran a escuchar, sino que se apresuran a hacer lo que creen que es necesario, a no ser que quieran vengarse del director por no valorar sus decisiones. Los verdes forman un núcleo estable, que hará lo que se les dice. No están en contra de aceptar órdenes, siempre que se las formulen de manera adecuada. La creatividad y la originalidad no se hallan entre sus prioridades. Todo aquello que altera su punto de vista se convierte en amenaza, y entonces se volverán pasivos. Cuando los verdes necesitan aliviar la tensión hablan a tus espaldas.

Junto a ti, Señor, y en tu presencia no quiero otra cosa hoy que escucharte en tu silencio. Pero quiero que, en ese tu silencio peculiar, Tú también, mi Dios, me oigas. Yo no he elegido creer en ti. Fuiste Tú quien te me regalaste la fe colocándome a tu lado. Me pusiste, en efecto, a tu vera. Entiende, pues, Señor mío, que yo también quiera dejarme reflejar en el ‘grito angustioso’ que resuena en mis adentros especialmente desde tu silencio mortal del Viernes Santo. Este es hoy mi desconcierto en lo que a ‘razonar’ se refiere. Por eso mismo, he aquí algunos pensamientos más que me siguen brotando a borbotones en relación con nuestro tema de hoy. De esta Semana Santa que hemos de celebrar en nuestros templos cerrados, en nuestras casas de reclusión. Y en nuestra conciencia religiosa parece que más que nunca adormecida.

Exponer el aspecto meramente bíblico de esta palabra de Dios1 me parece un primer punto de partida difícil, pero indispensable. Porque eso, Señor, requiere hoy haya mayor lucidez mental de la que ahora mismo uno puede alcanzar. Pero no se me permite esperar ni unos cuantos días más. Creo que todo va a ir viniendo tan rápido y tan oscuro… Constato que se ha producido ‘un desplazamiento de Dios fuera del mundo, fuera del ámbito de lo público que le es imprescindible a la existencia humana’. Este desplazamiento ha conducido al intento por parte de algunos (y quizás esa sea hasta mi propia situación) de conservar al Señor al menos en el ámbito de lo íntimo, aunque sólo sea de lo meramente privado. Y como, a pesar de todo, siempre cada hombre conserva a Dios en algún lugar de su esfera privada, allí hemos pensado que es más fácilmente defendible frente a los ataques que llamamos blasfemos.

Mi madre está ingresada lejos por Covid positivo desde hace dos días. Ingresó por cólico nefrítico. Acaba de llamarme… Respira regular, pero resistirá.
Una amiga sin igual aquí en Lugo ingresada… También con neumonía y gran fatiga. Resiste también.
El personal sanitario lucha por ellas a pesar de sus edades, 75 y 70.
Aquí en casa confinados, claro.
Vivir el día a día esperando noticias del hospital. Algún momento los peques se suben por las paredes. Pero no tenemos queja.
Encontramos bulos y pensamos que la información que nos dan es escasa. ¡Es el nuevo desorden establecido!