Artículos y debate sobre la crisis del COVID-19

Día 30

He vuelto a salir, esta vez para comprar las medicinas imprescindibles de Cintia (por su hipotiroidismo). Me enfundo guantes, mascarilla y gorra, aunque la farmacia está a escasos metros de casa. Allí toman sus precauciones: no dejan que los clientes se aproximen al mostrador merced a unas vallas publicitarias; Cipri y sus compañeros portan una gran careta de metacrilato, para proteger ojos, nariz y boca, amén de la mascarilla; no tocan las tarjetas de pago, etc. Lo peor ha sido que no tenían todos los productos y hemos de repetir visita dentro de unas horas.

La cartera me trae un sobre de la Dirección General de Tráfico. También ella viene bien protegida, pero triste y con mucho miedo. ¡Vaya oficio el suyo para estos días de pandemia! Me han dado el carnet por cinco años, o sea, hasta 2025. Me parece que entonces, si llego, tendré ya pocas ganas de conducir.

La soledad está reñida con la simpleza. Cuando te quedas a solas contigo mismo y no te queda otro remedio que mirarte de frente y desde dentro, hurgando en tus trémulos adentros, poco a poco, van cayendo las simplezas que enturbian el alma, y la claridad, nuestra misión, va recobrando su lugar.

Quizá quien sea un simple habitual sólo sea capaz de cubrir una simpleza con otra más amplia. El fanático es un simple y un perezoso que ha hecho de su verdad un búnker para los demás y un zulo para sí mismo, sin poderlo reconocer. Pero a quien todavía le relampaguea la razón y se conmueve con la verdad y con sus dudas, la tragedia convivida le lleva de la mano de la compasión a un horizonte desde el que se puede sentir más cercano, hasta saborearlo, el olor de la eternidad. Una eternidad que asoma su cara en el amor de los que luchan por la vida y en la de quienes la van dejando sin poderla retener, ni ellos ni quienes se abrazan a quien se está muriendo, pasmados de dolor ante el abismo.

Respondiendo a la pregunta de lo que haría como profesional de la salud si estoy frente a dos pacientes en suma gravedad y que requieren atención inmediata para salvarles la vida y solo se puede escoger a uno. Ante el dilema de tomar una decisión, elegir a una persona y salvarle la vida no depende del título de madre joven y/o título de persona de la tercera edad.

Eso no me asegura que hago lo correcto. ¿Quién soy yo para definir lo tan sagrado como es la vida?

En base a mi pobre experiencia como médico y sobre todo como psicoterapeuta en la consulta, la mayoría de las personas que acuden a recibir ayuda psicológica es porque ya tienen grandes conflictos emocionales y generalmente son jóvenes entre 20 y 40 años de edad.

(Con un comentario posterior de Carlos Díaz)

Expongo mi razonamiento a modo de breves tesis, complementarias entre sí, con el propósito de clarificar un debate que se ha suscitado en diversos foros en torno a si están siendo correctas o no las decisiones de los médicos en las situaciones de desbordamiento que se padece en instituciones sanitarias españolas (y las de otros países). El problema ético es complejo. Sin embargo, como me han pedido algunos amigos y colegas mi opinión, aquí la enuncio siendo consciente (y lo quiero indicar ya al posible lector) de que todo lo expuesto requeriría mayores aclaraciones y matizaciones. No es posible, por ahora.

§ 1. Soy partidario de defender en todos los ámbitos prácticos lo que denominaría el principio de la dignidad intrínseca, que menciona la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el Primer Considerando. Se trata de la afirmación de que todos los “miembros de la familia humana” (a la que se refiere también la Declaración), poseen igual dignidad y han de ser respetados sus derechos, al margen de cuáles sean sus capacidades intelectuales, morales, físicas, circunstancias sociales, raza, religión, sexo, ideología, etc.

§ 2. El mencionado principio es distinto a la tesis kantiana según la cual “las personas”, por su capacidad de autonomía, han de ser tratadas como fines en sí y no solo como meros medios, poseen dignidad y no precio. Kant habla de “personas” con capacidad de autonomía. ¿Qué pasa con aquellos sujetos que nunca poseerán capacidad de autonomía o la han perdido ya irreversiblemente? Desde la teoría ética de Kant no se puede responder bien a esta cuestión. La Declaración de Derechos remite a los seres humanos, a los miembros de la “familia humana”, que es un concepto más amplio que el de “personas”, sobre todo cuando algunos bioéticos (Singer) consideran que no todos los humanos son personas; por ejemplo, aquellos que carecen de autoconsciencia o no poseen capacidad de autonomía (por lo que no todos tendrían los mismos derechos ni igual dignidad). El principio de la dignidad intrínseca busca evitar este tipo de razonamientos tan letales para los más vulnerables, para quienes han perdido capacidades esenciales de “ser persona”.

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Para esto se necesita evitar ser controlados por otros. Ellos pretenden dirigir nuestros sentimientos, pensamientos y conductas.

En esta situación de psicoterror, una opresión en el pecho señala que algo tenemos que hacer.

Ver este momento como una oportunidad para sanar las experiencias dolorosas del pasado, corregir errores y reflexionar qué tanto vivimos la vida, cómo lo hacemos y a quién ayudamos…

Serán peras o manzanas pero algo invisible llegó y puso todo en su lugar. De repente la gasolina bajó, la contaminación bajó, las personas pasaron a tener más tiempo, tanto tiempo que no saben qué hacer con el, los papás están con los hijos en familia, el trabajo dejó de ser prioridad, los viajes y la vida social también. De repente silenciosamente vemos dentro de nosotros mismos y entendemos el valor de la palabra solidaridad, amor, fuerza, empatía y fe.

En un instante nos dimos cuenta de que estamos todos en el mismo barco, ricos y pobres, que los estantes del supermercado están vacíos y los hospitales llenos y que el dinero y los seguros médicos ya no tienen importancia, porque los hospitales privados son los primeros en cerrar. En las cocheras están parados igualmente carros nuevos y carros viejos, simplemente porque nadie puede salir.

Las calles vacías, menos contaminación, el aire limpio, la tierra también respira. El humano vuelve a sus orígenes, a darse cuenta de que, con o sin dinero, lo importante es sobrevivir. Tener la certeza de que la salud es lo principal, aun a pesar del querer tener o de poseer.