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Amar sin medida – Francisco Cano

Lo más humanizante es el perdón y lo más deshumanizante el odio

7 T. O. 2022 C Lc 6, 27-38

Desde el siglo V antes de Cristo el ateniense Lisias se expresaba así sobre los enemigos: “Considero como norma establecida que uno tiene que procurar hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos”. ¿Ha cambiado esta concepción vigente en la antigua Grecia? Parece que no. Pero sí hay testimonios vivos de perdón. Encontrándome en Chile en una reunión con los familiares de quienes habían sido enterrados en fosas comunes durante la violencia desatada en la toma del poder por Pinochet, decían: “Nosotros somos cristianos y como tales perdonamos a los que han matado a nuestros seres queridos. Sólo queremos recuperar sus restos y no queremos revanchas, ni utilización política por parte de ningún grupo, por eso hemos nombrado a la Iglesia como mediadora”. Me quedé conmocionado. Sucedió en Valdivia, en presencia de políticos y del obispo Alejandro Jiménez (1989). Añadimos los mártires coptos, de hace siete años, y el perdón de sus madres a sus asesinos y la conmoción en parte de la sociedad musulmana de Egipto. Los criterios del Dios cristiano no son los criterios humanos.

El mandato evangélico del amor a los enemigos es revolucionario. Y aquí no valen rebajas: este es el exponente más diáfano del mensaje cristiano. En realidad, de lo que se trata no es otra cosa que de tener una actitud humana de interés positivo por el bien de quien ha hecho mal. El rechazo de todo tipo de violencia se expresa en Jesús hasta el extremo: “Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra”. Lo que resulta evidente es que del proyecto Jesús nacen unas relaciones interpersonales marcadas por la bondad sin limitaciones, en las que es indispensable llegar al amor al enemigo. Pero no es un mero comportamiento ético, va mucho más lejos, porque lo que aquí se manifiesta es un modo radicalmente diferente de entender y practicar la religión. El Evangelio, desde esta afirmación de amor a los enemigos, se presenta como la aportación más humana que se pueda introducir en la sociedad.

Hoy estamos, en tantos y en tantos lugares del mundo, demasiado heridos como para poder perdonar. Es necesario empezar por entender y aceptar los sentimientos de ira y rebelión o agresividad que nacen en nosotros. La respuesta no es compensar nuestro sufrimiento haciendo sufrir a los que nos han hecho daño. No gastemos energías en ver cómo nos vengamos. Porque como el odio se instale en nuestro corazón, vivimos en la muerte. Al que perdona no se le pide la renuncia a sus derechos. Hace falta tiempo para curarnos del mal que nos han hecho, no basta un acto de voluntad y ya está. No. El perdón es el final de un proceso.

Es bueno, como la experiencia nos ha enseñado, compartir con alguien nuestros sentimientos. Recordemos el daño que se nos ha hecho de la forma menos dañosa para nosotros y para el ofensor. Perdonando nos sentimos mejor. Así aprendemos el mensaje de Jesús. Porque en realidad el cristiano perdona porque se siente perdonado por Dios. “Perdonaos mutuamente como Dios os ha perdonado en Cristo”. Si se perdona es por amor. Jurídicamente el perdón no existe. El código penal olvida el verbo perdonar. El perdón nace del amor gratuito. Y hay más, el perdonar llega también a quien no muestra arrepentimiento alguno, inspirados en Jesús, que en el momento de ser crucificado dice: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Aquí se pide algo que excede a lo que puede dar de sí la condición humana, porque amar y hacer bien al que me odia y me hace mal no puede ponerse en un programa ético común para los mortales. ¿Qué hacer? El Dios en el que creemos, su perfección y omnipotencia, se manifiesta en el devolver el bien por el mal. La misericordia no entra en el juego del “me debes”, “ojo por ojo y diente por diente”, sino en la compasión. Con todo, eso de amar a nuestros enemigos, ayer y hoy sigue escandalizando, en una sociedad del revanchismo, del “perdono pero no olvido”. Pero cuando una vida está invadida y orientada por la memoria de Jesús, que nos lleva y nos arrastra a vivir como vivió Él, entonces es cuando reconocemos que esto es lo que nos falta tantas veces en la vida. No se trata de afectos y sentimiento de cariño, pero sí de un interés positivo por el bien de quien nos ha hecho mal. Hasta ahí sí es posible llegar. Porque el amor que está en la base de toda actuación del creyente no puede ser una excepción con los enemigos, porque quien es humano hasta el final respeta la dignidad del enemigo; no lo maldecimos, sino que lo bendecimos. ¡Hemos sido perdonados por Dios! Si uno sigue a Jesús es porque ha descubierto que es amado de forma incondicional. Lo cierto es que sin amor la vida se vacía de sentido.

Afirmamos que el primero que tiene ese comportamiento es Dios. Dios no es vengativo, ni peligroso ni amenazante, como encontramos en pasajes del Antiguo Testamento. Sólo el Dios de las parábolas del Evangelio, el Dios que nos da a conocer Jesús, es el Dios en el que puede creer una persona que es abofeteada, insultada, marginada y odiada, y responde a todo eso con bondad. Esto sólo lo lleva a la práctica el que se siente apasionado por Jesús y su Evangelio, esto se hace vida en su vida cuando su vida emocional y afectiva, pasional, es invadida, impregnada y orientada por la “memoria peligrosa” que nos lleva y nos arrastra a vivir como Jesús vivió. Al final tenemos que decir que hay otra manera de ver las cosas: La de Jesús, que valoró por encima de todo la capacidad de amar, la capacidad de hacer el bien sin esperar nada. Sólo la bondad es digna de crédito. ¡Mirad cómo se aman y cómo perdonan a sus enemigos! Esto se cumple hoy.

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