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Mi credo – Carlos Díaz

Existen otros sistemas de protección que no son los míos, por ejemplo los botellones, los poliamores, la droga/adicción, con que muchos desarrollan calentitos su gregariedad y vitorean sus amarguras. Desgraciadamente son muchos y me duelen mucho.

Mientras las crisis sanitarias sumergen al mundo en mil angustias, yo sin embargo me siento protegido, aunque el mundo vaya a la deriva o así le parezca a las masas. Vaya esto dicho modestamente. Existen muchos sistemas de protección, el mío nace del idioma griego, de los arcanos míticos, de la filosofía kantiana, de la música clásica, de la enseñanza de Jesús, de mi afición a la lectoescritura, de mi anhelo de esencialidad y de eternidad trascendente. Si esto es ser elitista, a mí me sirve para vivir con esperanza y alegría el desarrollo personal.

Todo lo real me interesa, y entiendo por real cuanto no es de plástico o de purpurina, o sea, lo que es presencial y no virtual o a distancia.

Yo me siento protegido por los neologismo que construyo, por la creatividad de mis escritos, y no necesito el diccionario de la real Academia de la Lengua para considerarme un lingüista, pues las palabras ingresadas cada año en las Academia uniformadas o burocráticas se me antojan por lo general bastante cutres, aunque todo el mundo las use hasta hacerlas “virales”. Voy -y creo que de verdad- por libre hasta en la sintaxis. Como dijera Ramón Gómez de la Serna mi soledad es la del árbol perdido en el bosque.

La hermana muerte no me espanta, como tampoco me pone histérico nada que me recuerde que me tengo que ir de este mundo, pues en mi sistema de señales vida y muerte se copertenecen, y no llamo vida a lo que está muerto ni muerto a lo que está vivo.

No me levanto con el pie izquierdo antes de acostarme, ni me acuesto con el pie derecho para invocar a la fortuna, me gusta tener una nalga en el asiento de Bakunin y otra en el de Francisco de Asís. El sueño de mi zapato no es ser pie, ni el sueño de mi pie es ser zapato. No quiero empatías limitadas a sobar la espalda.

Acepto la desprotección como parte de la protección. Toda muralla presenta siempre un flanco abierto. En toda herida cabe la defensa. Me duele el tú desprotegido que hay en mí mismo y en el de las gentes a las que hacemos sufrir como cerdos en matanza. Sé que una parte de mi yo es el tú, y que una parte del yo y del tú es el nosotros. Somos infirmes, caedizos, pero nos levantamos.

He vivido como logomaestro y así quiero morir, como maestro aprendiz de aprendices, como enano a hombros de gigantes. Me encantan los simposios entre personas cultivadas, aunque yo no sea el mejor bebedor (syn-posio: bedida en común), y la búsqueda de horizontes más vastos. Tengo siempre una invitación para el forastero que quiera pensar y hacer conmigo conforme a su pensar.

Tengo en muy alta estima al hombre estimable, y en baja al bajuno, al que precisamente porque me duele dedico mi vida, pese a él mismo.

Creo más en el don que en el trueque. Y el dinero no es mi compañero, a no ser en lo estrictamente necesario para vivir con modestia.

Todos mis proyectos de construcción de una sociedad nueva han fracasado alegremente, pues volvería a repetirlos. He observado asimismo que el fracaso anida sutilmente incluso en quienes con su triunfo mueren de éxito.

Espero en la vida eterna trabajando por lo eterno que hay en la contingencia, y dejando el resto para el amor eterno del Dios de Jesucristo. No soy chaquetero, siempre he creído pese a mi poca fe en el Dios de Jesucristo, que llueve para buenos y para malos porque él y sólo él puede ser bueno.

Creo que éste es mi credo, y os lo quiero compartir para incluir vuestros credos en el mío, pues lo que se cree debe ser comunicado y comunizado. Creo yo.

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