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Id al corazón mismo de la fe, buscad lo esencial, acoged a Dios – Francisco Cano

2 Adv 2021 Lc 3,1-6

En este tiempo de Adviento la palabra clave es esperanza. Dentro de las circunstancias en las que andamos, descolocados por las cosas que nos ocurren, vamos situándolas en un contexto que nos permite tener una primera referencia, para conectarlas con unas y otras etapas de la historia, poniéndolas en relación y tratando de verlas como un proceso. Pero el creyente también se pregunta si ese proceso va hacia algún horizonte, en una palabra, si la historia la hacemos o nos hace, si podemos esperar algo o si la sala de espera no tiene otra salida que el cementerio. Entonces no estaríamos hablando de esperanza, sino de desesperación; no estaríamos hablando de sentido, sino del sinsentido, porque no hay nada que esperar.

Baruc nos muestra que el pueblo se ha visto en la desgracia, y no sabe bien por qué, y el mismo profeta, desde esta situación, les habla de esperanza de un futuro que no podemos imaginar y que corresponde a Dios. Y lo hace movido por la compasión y el amor de Dios, que ayuda al pueblo frente a los fuertes y poderosos.

Vivimos desde la fe, la esperanza y la caridad, y en este tiempo de Adviento Jesús nos abre a la esperanza, y para ello nos pide que cambiemos la imagen que tenemos de Dios, que veamos en Él a un Padre lleno de ternura y cercanía. Ese cambio cambiará nuestra suerte, y ahí estará nuestra salvación. En Él encontramos a alguien que nos exige lo que podemos y nos da lo que no alcanzamos, porque la fe consiste en saberse amado y responder al amor con amor. Esta es una fe que cuestiona, una esperanza que nos llama a estar activos y vigilantes, y que nos invita a ser receptivos de un amor que se nos da gratuitamente. Se nos llama a trabajar por cambiar nuestro sentido de Dios, porque no es lo mismo vivir desde la fe en un Padre que nos ama, que vivir sin un padre amoroso. No somos unos visionarios, porque la fe cuestiona, la esperanza nos llama a la acción y el amor a la entrega, sin que se puedan separar.

Todo esto lo vivimos desde una espiritualidad de duda, de la misma manera que la Biblia nos presenta a personajes como Jacob, Job y Tomás. Nosotros, desde la fe, abrazamos la duda, y la vivimos como parte de nuestra espiritualidad.

Dios no se esconde de los que lo buscan y preguntan por Él, porque cada uno, desde su camino de seguimiento, recibe su visita inconfundible. Desde esta experiencia todo cambia. Por eso el tiempo de Adviento nos recuerda constantemente que lo que creíamos lejano está cerca. El Dios que sentíamos amenazador, es el mejor amigo. Y desde esta experiencia nos unimos a las palabras de Job: “hasta ahora hablaba de oídas, ahora te han visto mis ojos”.

Por esto se nos habla de desierto, como experiencia necesaria para vivir de lo esencial. Ahí no hay lugar para lo superfluo. Cuando la voz de Dios llega del desierto, no nos llega distorsionada, porque está libre de intereses económicos, políticos o religiosos, nos habla de lo esencial, no de nuestras estrategias y disputas. Lo esencial siempre consiste en pocas cosas, sólo las necesarias. En el desierto lo decisivo es cuidar la vida. Y en medio de tanto ruido, información y difusión de mensajes, escuchamos el grito del profeta Isaías: “Preparad el camino del Señor”. Entre nosotros este grito nos pide el corazón mismo de la fe: buscad lo esencial y acoged a Dios.

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