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El tiempo en la persona – Mariano Álvarez Valenzuela

Se suele decir que vivimos en el tiempo, cuando realmente deberíamos decir lo contrario. Es la Persona quien da vida al tiempo, lo inaugura al nombrarlo, es su palabra quien lo pone en realidad y lo hace con una finalidad, pues sin finalidad no hay tiempo, no hace falta.

Lo que denominamos por naturaleza también tiene tiempo, pero no lo conoce, carece de palabra, ella y su tiempo están indiferenciados, son una misma cosa, es la persona quien al observarla llega hasta sus entrañas y allí precisamente le presta su palabra y habla por ella, con ello no solo le dota de tiempo, también le dota de sentido, ambos, tiempo y sentido, se reclaman mutuamente, son inseparables, si desaparece uno desaparece el otro. De esta forma la naturaleza queda incorporada al destino del hombre, sin éste carecería de sentido y de tiempo y por tanto de historia.

Cuando la persona se asoma al tiempo pretérito al de su existencia, lo que está haciendo es poner en realidad una realidad que se encontraba en estado latente, indiferenciada, opaca, sin tiempo, sin sentido; recreándola, iluminándola, ordenándola, diferenciándola y poniéndole nombre y en definitiva haciéndose responsable de ella. Todo tiempo anterior al hombre queda asumido en su tiempo ya de forma inseparable, al igual que su destino.

A la pregunta de qué es el tiempo, obligadamente le precede la pregunta de quién es la persona, pero es la propia persona quien se hace la pregunta y precisamente al realizarla, en ese mismo acto está a punto de emerger el tiempo. El tiempo es precisamente la huella de la respuesta a dicha pregunta, es el “Dasein” de Heidegger que, más que el “ser ahí”, es el “ser aquí”, pues la pregunta emerge del propio hombre, de su interior más profundo, de su “yo”, de su aquí mismo, lo otro es más propio del ser de las cosas.

Esta intimidad entre la persona y el tiempo, es la esencia más profunda del tiempo, tiempo persona. No hay dos tiempos iguales como no hay dos personas iguales. Cada persona tiene su tiempo. El tiempo se convierte así en oportunidad y esperanza. Oportunidad abierta a su voluntad para llegar a ser lo que debe ser y así lo expresa C. Díaz al decir que: El ser que no es lo que debe ser, no debe sery la esperanza es la previvencia en el presente de ese tiempo futuro pleno de sentido, pero que, como todo en la vida de la persona, se presenta en forma bipolar, pudiéndose expresarse en un tiempo de esperanza o de desesperanza.

Ni siquiera en la filosofía griega, ni en la antigua filosofía hindú, ni en el pensamiento ilustrado, ni en su hija la ciencia, aparece este vínculo tan profundo entre el tiempo y la esencia profunda del ser persona, sólo la conciencia cristiana lleva la impronta de esta concepción en la que el tiempo está ligado a la eternidad y que muchos confunden con un tiempo infinito, un tiempo sin fin, es decir un tiempo in-acabado. Un tiempo así, mina los cimientos de la historia de la humanidad, sería una historia interminable, in-acabada y toda historia sin fin deja de ser historia para ser una distopía, un viaje a ninguna parte.

La eternidad rompe con toda concepción de un tiempo circular o lineal sin fin y así decía Mounier que: Lo fundamental en la persona es el encuentro con Lo Eterno, busca lo incondicional en su salir fuera de sí misma ya que en ese sobrepasamiento de sí misma es en el que se realiza a sí misma, por lo que es preciso que lo incondicionado aparezca en lo condicionado y por eso termina afirmando que: “Lo esencial en la persona es ser en-hacia Dios.

La historia de la persona es más que tiempo, es tiempo vivido por la libertad, porque la libertad y no el tiempo, es creadora de realidad y así lo expresaba N. Berdiaev cuando afirmaba que: Por la libertad es lícito entregar la vida en tanto que por la vida no es lícito abdicar de la libertad, expresión que quedó patente en el acontecimiento del Gólgota.

La vida, toda vida en sus múltiples formas, es siempre hija de la libertad y como ya se ha dicho al principio, en ella prima el principio de finalidad. La libertad en la persona siempre es “libertad para” y no “libertad de”.

La libertad transforma el tiempo en un tiempo nuevo, un tiempo neguentrópico y ectópico. Neguentrópico porque en él nada se pierde y ectópico porque sale fuera de sí, rompe las cadenas de un tiempo caduco y desintegrado en tres tiempos en el que la presencia de uno requiere la ausencia de los otros dos.

La persona siempre “es” en presente, en un “ahora” y éste ahora estaría vacío sin la vigencia real del pasado sin el que no existiría un “yo” que pudiese conjugar su presente, no se trata tanto de un pasado asentado en el recuerdo como el de un pasado en latencia junto a su “ahora”, de tal forma que la persona en su presente, siempre tiene la posibilidad de dotar de sentido a todo su tiempo, a toda su vida, este es su tiempo cero, su dies natalis. La persona es el único ser de la existencia que siempre tiene en sus manos la oportunidad de volver a nacer en cada presente de su vida. Este es el acontecimiento más singular de toda existencia, de toda la creación, es privativo del ser persona

El presente con sentido es como un volcán, pero al revés, es un crisol en el que el futuro se precipita para ser fusionado con el pasado por una energía regenerativa, purificadora e integradora, expulsando las impurezas de ambos en forma de escoria y abrasándose en su interior con ese fuego ardiente que es pasión, pasión por la vida, vida que se experimenta en un tiempo nuevo, tiempo de esperanza ardiente, esperanza viva sin temer a los nuevos tiempos que irán cayendo en ese crisol purificador.

El presente sinsentido es un volcán en la máxima expresión de su radicalidad más absoluta, expulsará fuera de sí todo, su presente será un continuo vaciarse, no existe la energía cálida de fusión; existe la energía de fisión, energía desintegradora que acabará vomitando todo tiempo futuro y pasado en un presente de escoria.

Esta sensación de vacío en la persona, le impulsará a crear una nueva realidad, realidad de ficción a la que dedicará todo su esfuerzo y todo su dinero con el fin de no quedarse en un vacío existencial. Se creará un nuevo universo al que ya le ha puesto nombre, “metaverso”, en el cual vivirá como copia digital, a la que denomina “avatar” y que, gracias a la Inteligencia Artificial Consciente (IAC), podrá relacionarse con todos aquellos que decidan antes de morir ser digitalizados y así poder vivir en un mundo virtual sin fin y sin el temor a la muerte, eso sí previo abono del precio de la entrada a ese metaverso.

La metafísica del “ser”, la razón que intenta profundizar en las entrañas del ser persona, gracias a la imaginación del deseo del hombre que se instala en el sinsentido, está transmutando en metafísica del “no ser”. Abandona la realidad por la no realidad (virtualidad). Abandona la ciencia por la no ciencia (cientifismo). ¿Realmente estamos en otra era?, como se pregunta C. Diaz, como dando a entender la trivialidad con que la sociedad actual entra en este paradigma del absurdo, en uno de sus recientes artículos en la publicación digital de Atrio y que, a la vista de los comentarios al mismo, no tengo ni la más mínima duda que son muchos los que ya han entrado en ella y sin el más mínimo pudor, pues se dejan llevar como corderitos a un mundo de ficción y virtualidad que nada tiene que ver con el concepto de virtud.

Decía J.L Ruiz de la Peña que: En la persona, la posteficacia del pasado se abre en el presente a la preeficacia del futuro, ya es por algo, (por lo que ha sido) y para algo, (para lo que será). En esta expresión, el principio de causalidad se da la mano con el principio de finalidad en el tiempo, un tiempo con sentido de principio a fin, fruto de una vida plena de sentido.

En la persona se da también el principio de responsabilidad, que es precisamente quien demanda la necesidad de sentido a la persona y a su tiempo, sin responsabilidad no hay rumbo, no se precisa, aparece el azar como único responsable. ¿Pero cuándo ejerce la persona su responsabilidad?, pues precisamente en cada acto de su vida, en cada tiempo de su tiempo, en su “aquí” y en su “ahora”. Es un presente en ebullición y no apto para comodones y burgueses que, al preguntarles “qué hacéis” suelen contestar, “matando el tiempo” y lo dicen sin ningún tipo de pudor.

El tiempo ejerce un doble papel en la vida de toda persona y en la historia de la humanidad de principio a fin, el de notario y el de fiscal. Como notario dará fe de todos sus actos, hasta de los más íntimos y como fiscal reclamará la responsabilidad sobre los mismos, para que el Juez de la Vida y de la Historia emita veredicto. Sin juez no hay sentido, o juez o azar, elija querido lector.

Si todo pensamiento que no acaba en la transcendencia se decapita como suele decir C. Diaz, también podemos afirmar que todo tiempo que no apunte a la eternidad ya nace decapitado.

Un consejo querido lector: ¡Cuide su tiempo!, ¡No sea burgués y no mate a su tiempo!