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Persona, homo patiens antes que homo sapiens – Mariano Álvarez Valenzuela

En la vida de la persona el sufrimiento es un existencial, está ligado a ella desde su primer suspiro y le acompañará a lo largo de su existencia hasta su último aliento. El homo patiens es previo al homo sapiens, no en una relación temporal, pero si en una relación causal. Su sufrimiento no emerge a consecuencia de un proceso evolutivo, ya está en el origen de su existencia y por tanto no hay ciencia que pueda explicarlo. Si el “por qué” del sufrimiento le está vetado en origen, como así mismo le está vetado el “por qué” de su vida; el “para qué”, es la única posibilidad que le queda para encontrar un sentido al que acogerse y que el sufrimiento pierda su aguijón de muerte. Esta será la tarea principal de toda persona, la de encontrar un sentido a su sufrimiento y por tanto a su vida, todo su quehacer imperativamente estará orientado hacia este fin y cualquier desvío del mismo siempre acabará en frustración existencial.

Vida, sufrimiento y sentido constituyen en la persona una unidad de destino. El sentido es lo que da sabor a la vida y una vida sin sentido resulta insípida. El hombre, en primera instancia prefiere el sabor al saber. A la vida le gusta el saborearse antes que el saberse, éste vendrá dado acto seguido por el propio regusto del sabor. El saber es el reflujo del sabor. La vida, toda vida siempre comienza por los sentidos y no por el pienso luego existo, por lo que esta búsqueda de sentido en su origen es irracional, no acontece como resultado de una reflexión, todavía no tiene palabra, tiene sufrimiento y a su vez tiene necesidad imperiosa de vivir, necesidad a la que con el tiempo denominará instinto de supervivencia.

En la persona, el homo sapiens recoge el testimonio agónico y la demanda del homo patiens, pues del sufrimiento emerge la imperiosa necesidad del saber, sin sufrimiento solo existiría la necesidad de disfrutar y disfrutar sin límite, el saber no haría falta, pues todo saber, todo conocimiento, surge siempre de una carencia y el hombre no tolera el carecer, lo desea todo, es más, el todo siempre se le quedará corto, el hombre es un ser con ansias infinitas, pero con poder finito y esta falta de sintonía le hunde en la frustración del querer y no poder.

Sin sufrimiento el hombre no movería ni un dedo, no le haría falta encontrar ningún sentido para vivir, le bastaría con su instinto de supervivencia, él colmaría toda su existencia, incluso su tiempo sería un tiempo sabor para saborear la vida y no para saber lo que no precisa, incluso la ciencia y la técnica serían superfluas. Nadie puede imaginar en términos de realidad una existencia sin sufrimiento, la persona carece radicalmente de tal experiencia y a pesar de ello es su mayor deseo. Un mundo sin sufrimiento es vana ilusión, una pérdida de tiempo, un tiempo perdido en el absurdo, en lo irreal. No hay nada ni nadie en el Cosmos que esté libre del sufrimiento. La vida inorgánica lo expresa a través de la segunda ley de la termodinámica, la entropía, el caos, el desorden, los cataclismos. La vida orgánica a través de los procesos oxidativos (entropía orgánica), degeneración, degradación, enfermedad, muerte. La persona, además de con los dos anteriores con su propia entropía, una entropía antrópica que es su forma de vivir, pero con un matiz diferenciador, es el único ser que además de sentir el sabor amargo del sufrimiento, sabe que sufre y este saber sin poder sobre él, constituye el mayor de todos los sufrimientos.

A estas alturas de la vida y en gran parte gracias a la ciencia, el saber del homo sapiens, el hombre debería ya haber abdicado de sus ansias de poder absoluto, pues éste reclama también un saber absoluto y el saber científico y técnico machaconamente le muestra de mil formas sus límites, le muestra que él con sus propias fuerzas es incapaz de conseguir un mundo feliz, un mundo sin sufrimiento. No hay más que ver la gran cantidad de leyes que cada vez va creando para evitar aquel otro sufrimiento que él mismo introduce en el mundo, mal que agrega a su existencia y por tanto evitable. Quiere imponer la felicidad y consigue lo contrario. Jamás en la historia del hombre ha habido tanta frustración existencial como en la actualidad, no hay más que echar una mirada a las estadísticas de suicidios, homicidios, abortos, etc. En todos ellos hay un denominador común, el de eludir el sufrimiento matando a la vida, es decir agudizando de forma radical lo que se quiere evitar, pura contradicción. La felicidad no se puede imponer por muchas leyes que el hombre quiera introducir en su vida, toda imposición esclaviza al hombre, trunca sus ansias infinitas de libertad y por tanto de poder y aquí es precisamente donde reside el mayor error de su vida, confunde libertad con poder y este poder ya vemos a donde le conduce.

Cuando el hombre toma como fundamento de su vida el postulado cartesiano del pienso luego existo, opta por un solipsismo radical, se encapsula en sí mismo con su pensamiento, pero además con su sufrimiento. Podría haber sido un poco más humilde y haber dicho: Sufro luego existo, pues el sabor del sufrimiento siempre es previo a su saber sobre él, pero este postulado así enunciado sigue siendo erróneo, pues no le sacará del solipsismo radical, pero aún en este solipsismo radical hay un “tú” que le interpela, un “tú” del que no puede desprenderse, es carne de su carne y más que un “tú” es un “yo” bifaz, un “yo” que le impone reglas de conducta y un “yo” que le incita a saltárselas. El primero le oprime, le condiciona, limita sus ansias de libertad por lo que lo distancia de sí llamándole su “ello” y el segundo le abre una esperanza de liberación a través de sus deseos al que llama su “super yo”. El “Yo” sólo se reconoce en esa relación de opuestos, relación que a lo largo de su vida será la causa fundamental de sus propios padecimientos, pues sus ansias de libertad no tolerará a ninguno de los dos, el Yo solo se tolera a sí mismo, los demás son realmente su infierno, los que le hacen sufrir, expresión inmortalizada por J.P.Sartre, uno de los representantes más significativos del pensamiento del existencialismo nihilista, pensamiento cuya esperanza finaliza en el sentido del absurdo, en la nada, en la náusea como él mismo lo define. Qué es lo que le queda entonces en la vida para ir sorteando este sufrimiento existencial, sino que la otra famosa frase eternizada por el poeta Horacio del “carpe diem, quam minimim credula postero”, que viene a decir algo así como “aprovecha el día de hoy y confía lo menos posible en el mañana”. Este es el hombre de la desesperanza, mata su futuro, se lo quita de enmedio, solo su presente cuenta. Este hombre no solo mata su futuro, sino que profetiza su muerte en vida. Este es su horizonte vital

Pero frente a este hombre hay otro que no se descubre como resultado de una reflexión teórica, se descubre en una experiencia histórica, experiencia compartida, pues desde que nace lo hace en comunidad, ese es su principio de identidad, vive, sufre y muere en comunidad y sin el TÚ comunitario no podría ni decirse YO. Este es su principio de identidad al verse reflejado en la mirada del que se compadece de su dolor y le cuida amorosamente. La vida nace de la relación compasiva entre el tu y el yo que rompe el solipsismo radical del yo aislado con su sufrimiento.

La vida es compasión compartida, la vida toda ella es pasión, pasión de vida en la que surge el gozo de superación, gozo de una esperanza futura pero ya experimentada en dosis crecientes en cada acto de su vida, este es su alimento agridulce en el que el sufrimiento va degradándose en la medida que el gozo crece. El homo sapiens que alimenta su saber en este gozo, transmuta su saber en sabiduría y el homo patiens no solamente lo saborea, también se reafirma en que su sufrir es para algo, no lo elimina, no tiene necesidad de eliminar la vida que es portadora de sufrimiento, lo metaboliza, lo degrada para recomponerlo mutándolo en un alimento nuevo, no precisa de medicamentos, el amor es su mejor medicamento, el amor que es la expresión máxima de su libertad y ésta, también en su expresión máxima, es la facultad de disponer de sí para entregarse gratuitamente al tú con el que se conduele, a imagen de la Libertad Creadora de todo Yo. Libertad que trasciende a todo sufrimiento. Libertad creadora de vida en su máxima expresión de sentido en el que el Amor vence a la muerte.

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