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No hablemos de divorcio, sino de amor – Francisco Cano

27. T. O. 2021 Mac 2. 9-11

Si hacemos caso a la realidad que los datos sociológicos nos muestran, es evidente que el amor fiel, creciente, gratificante, es imposible para muchos, y es cierto. ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos ahí o por el contrario la crisis actual puede ser transformada en una oportunidad para no volver a lo de siempre? Estamos tomando conciencia de que la Iglesia no es que pierda mucho, sino que lo pierde todo si este sacramento no ocupa el lugar que le corresponde.

Moisés ordenó escribir un documento de divorcio y despedirla. Jesús les dijo: “Por la dureza de vuestro corazón os escribió Moisés este mandato. Pero al principio de la creación…, Dios los hizo macho y hembra y serán los dos una sola carne”. El matrimonio pertenece al inicio de la creación, pero, desde Jesús, ha de entenderse en el contexto de la entrega de Jesús.

“A imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó”. Dios mismo se expresa (hagamos) en palabra que indica su deseo de crear una realidad “distinta”, que sea signo, imagen suya sobre el mundo. Esta imagen es el hombre y la mujer juntos. ¿Qué estamos afirmando desde la fe? Es teofanía de Dios el hecho de que existan varón y mujer. Y a partir de ellos debemos construir nuestra teodicea. Esta dualidad es la prueba de que hay Dios. Esta es su demostración más honda. Existe sobre el mundo el ser humano dualizado en varón y mujer que se encuentran y se miran admirados uno al otro. Dios ha dicho: “hagamos”, ha surgido el ser humano como imagen de su fuerza invisible. Dice “hagamos” y brotan vinculados, en un único misterio, el varón y la mujer como seres capaces de hacerse. Ellos aparecen de esa forma, en su unidad y distinción, su diferencia y relaciones, como presencia creada del Dios increado (X. Pikaza).

Porque tiene sentido y hondura, belleza y riesgo creador, esta dualidad varón-mujer, decimos que hay Dios en la tierra. Son imagen de Dios por su acción dual: crecer, multiplicarse, dominar la tierra, y así aparece el ser humano, como signo de Dios en la historia. Digámoslo claro: desde esta palabra no tenemos que buscar el signo de Dios fuera; no tenemos que hacer grandes argumentos de tipo cosmológico o social para llegar a lo divino. Dios se muestra en los más sencillo e inmediato: en la misma realidad humana. Jesús destaca con gran fuerza que en el principio no fue así. En el principio no está la gran madre divina, ni tampoco el varón dominador, al principio hallamos a la pareja, iguales y complementarios, como signo de Dios en su misma dualidad. Ellos, en su unidad y diferencia, en su encuentro y apertura creadora, se muestran como signos principales de Dios sobre la tierra.

Estamos hablando del matrimonio sacramento, y no de otras uniones que, en el amor y donación, son llamados a vivir en la entrega mutua y en radicalidad, no valen rebajas en el amor. El Papa Francisco ha dicho que los homosexuales tienen derecho a que se les reconozca en código civil y no deben sufrir discriminación alguna.

En el hoy de la Iglesia, el Papa Francisco insiste: “Los esposos son consagrados y, mediante una gracia propia, edifican el Cuerpo de Cristo y constituyen una iglesia doméstica, de manera que la Iglesia, para comprender plenamente su misterio, mira a la familia cristiana, que lo manifiesta de modo genuino. Dice que la Iglesia mira a la familia cristiana “para comprender su misterio”. (Al 67) ¿De verdad lo creemos y lo vivimos en la práctica? Parece que la Iglesia siempre ha dicho que debemos tomar ejemplo de otros estados de vida. El matrimonio no es para vivir el seguimiento en menor radicalidad, el evangelio es para todos los que quieran vivir en serio, en línea de entrega amorosa hasta la muerte. Lo que el Evangelio presenta es la unión en al amor, siempre fuente de vida y no de turbación. Este es el don y el regalo de la Iglesia a la humanidad. Cuando esto falla, falla todo: todo lo más grande que tiene el mundo se pierde.

A los que piden casarse en, por y para la Iglesia ¿qué modelo de matrimonio les hemos ofrecemos y seguimos ofreciendo? ¿Un tipo de sacramento “barato”, y por lo mismo banal? Compárese lo que “exigimos” para el sacramento del ministerio presbiteral y lo que “exigimos” para el sacramento del matrimonio. En ambos hay que dar la vida por amor para la construcción del Reino. El matrimonio cristiano es una vocación a dos. Y una entrega por amor hasta la muerte. ¿Por qué nos extrañamos de lo que está pasando? Hoy lo he leído en una parroquia: “Cursillos de preparación al matrimonio del 9 al 12…”, se entiende días no meses.

Jesús retoma el origen de lo humano, como el lugar donde se asienta la experiencia de fidelidad, haciendo posible que los hombres y las mujeres puedan amarse para siempre, más allá del predominio de una de las partes. Los dos ganan, ya no pueden imponerse uno sobre el otro; se convierten de manera igualitaria en caminantes. Jesús se reúne con los suyos y les revela su palabra más honda de fe. Y les dice que en el momento en el que la ley se imponga sobre esa libertad gozosa de entrega, el matrimonio deja de ser signo de la gracia de Cristo. Marido y mujer han de entregarse uno al otro no para la muerte, sino para la vida, no para la cruz, sino para el crecimiento mutuo en clave de fidelidad mutua. No se trata de clericalizar a la familia, sino de colocarla en su justo sitio. Este es un camino para que el clero se sitúe también en el suyo. Mientras el matrimonio cristiano no ocupe su puesto en la Iglesia y en la sociedad, la Iglesia no puede cumplir con su misión. Entonces y sólo entonces, el clericalismo será cosa del pasado. Pero corruptio optimi pessima, la corrupción de los mejores es la peor de todas. Extraordinaria es esta verdad: si el matrimonio se pierde, solo hace falta abrir los ojos, se pierde todo.

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