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Jesús se presenta, como Dios en el Sinaí: “Yo soy” - Francisco Cano

19. T.O. 2021 Jn 6,41-51

Conocemos que el pueblo se alimentó en la travesía del desierto del maná; “Pan sin cuerpo”, insuficiente, incapaz de alimentar. Jesús se propone a sí mismo como el que “alimenta”, “sacia” y consigue la “vida eterna”, pero hay que “creer en él”.

En Asís afirmamos que queremos vivir la fe en la vida ordinaria, porque creemos que la fe es siempre una escucha y una decisión. Escuchar la Palabra es la receta que la Biblia nos da desde sus inicios, por eso escuchar la Palabra en la vida ordinaria es para nosotros la forma concreta de vivir la fe en la cotidianidad. Y así nos muestra Juan a Jesús, como pan vivo bajado del cielo. Con su hablar, su hacer, su forma de relacionarse, su estar cerca, su ánimo y su palabra de esperanza.

Hoy nos está tocando vivir nuestra fe dentro de la experiencia de la Covid, que nos impulsa a levantarnos, a continuar caminando en la vida ordinaria, lo que exige convencimiento, determinación, entusiasmo para seguir a Jesús todos los días en la vida ordinaria.

Os transmito, con respecto a esto, lo que Carlos Díaz nos dice en “Rezar filosofando”: Yo quiero que exista un Dios que me vea como imagen suya, y de donde brote toda mi dignidad existencial; pues si existe, entonces yo podré decir que “el hombre es valor en sí mismo y fin en sí mismo, porque es imagen y semejanza de Dios” (Cortina, A.). Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Si alguno dice: “Amo a Dios”, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso.

En Asís creemos que, como dice Carlos Díaz, lo específicamente cristiano no es algo abstracto, ni tampoco una mera idea de Cristo, una cristología o un sistema conceptual cristocéntrico, sino ese Jesús que es Cristo, la norma de vida (Küng, H.). Este amor no se centra exclusivamente en grandes acciones o grandes sacrificios, sino que se refiere a la vida cotidiana: el que primero saluda, el puesto que uno escoge en el banquete, el que no condena, sino juzga con misericordia, el que se cuida de decir la verdad sin reservas (el que te ama te dice la verdad).

La experiencia del amor todo lo transforma: lo normal y lo extraordinario se funden; la casa se torna morada habitable; el tedio, continuidad ilusionante de proyectos; la carne, corporalidad con un rostro insustituible; el no-yo, yo por mediación del tú en el nosotros; en lo ordinario resplandece siempre lo extraordinario; en lo pequeño se avista lo grande; en lo insignificante, la significación; en el matrimonio, la muerte a la infidelidad y la resurrección en la comunión; en la necesidad, la libertad creadora. Pero cuando lo cotidiano da espalda a lo amoroso, se corre el riesgo de que lo diario se vuelva insufrible repetición; la privación, forzada abstinencia; el deseo, represión; su realización, empalagoso hartazgo; la superación, miserable avaricia; el yo, no-yo; lo ordinario, vulgar; lo pequeño, ridículo; la significación, insignificancia; la necesidad, vicio. Aquello a lo que se adhiere y se abandona tu corazón, es propiamente tu dios.

No olvidamos en esta espiritualidad que lo fundamental es la formación de grupos-comunidades, y en su variedad se favorece el nacimiento del nosotros, que se propone como misión un largo y callado trabajo que trata de despertar e ilustrar al pueblo. Estos grupos-comunidades, persiguen una realización llena de espíritu de sacrificio y de su fe dentro de la vida, es decir, están marcados por una vocación-misión definitiva y creciente. La admisión de un solo miembro con afán de ostentación que pretendiera destacarse por encima de los demás supondría su destrucción, porque haría imposible el nacimiento del nosotros. Nuestros grupos no quieren ser una suma de individualidades, sino creyentes unidos por una misma vocación-misión. En las comunidades en las que se vive el nosotros, se dejan a un lado los impedimentos y dificultades internas, y muestran una rara fecundidad, o por lo menos viven apasionadamente abriéndose unos a otros, anticipándose al poder desvinculante del mal fortaleciendo la vida común.

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