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Gozar del descanso desde la sabiduría que nace de la contemplación - Francisco Cano

16. T. O. 2021 B Mc 6,30-34

“Venid vosotros a solas a un lugar desierto”

Jesús responde a las exigencias del siglo XXI. ¿Cuáles son esas exigencias? Si digo exigencia hablo de necesidad, como es el beber, comer, descansar, trabajar, amar y ser amados.

¿Es una necesidad la oración? Parece que muchos viven sin ella. ¿Por qué no ven la necesidad de meditar? Creo que hay razones que podrían sugerir la existencia, dentro del ser humano, de la necesidad de meditar cada día. Hay turbaciones intensas externas -personas, ambiente- e internas: pensamientos negativos, estrés, ansiedad.

Vivimos cercados de pensamientos negativos. Sin darnos cuenta aprendemos a ver el lado malo de las cosas, y por consiguiente fabricamos sentimientos de estrés, ansiedad, depresión, desconfianza, inseguridad. Los pensamientos o interpretaciones de la realidad son como moldes que dan forma negativa o positiva a lo real, son realidades externas e internas: necesidades corporales, recuerdos, pensamientos, sentimientos, decisiones. En realidad sentimos según pensamos. Si los pensamientos o interpretaciones son negativos o positivos, la forma en la que nombramos a la realidad es distinta, y lo grave es que ni siquiera nos enteramos de que somos nosotros los fabricantes de tales sentimientos.

La falta de conciencia de esta forma de pensar hace que neguemos radicalmente nuestra condición de personas, convirtiéndonos en marionetas, dejándonos en manos de los demás o de los acontecimientos externos que nos manejan. Esta despersonalización resulta catastrófica en nuestros días: vivimos manejados.

Jesús nos dice: “vamos a un lugar desierto a descansar un poco”. No nos da palabras catastróficas, es una palabra que lleva luz y que sana. Descansar un poco, en medio de una multitud que le seguía buscando. Esta imagen trasluce la necesidad profunda de la gente, y a la vez Jesús da respuesta a los deseos más profundos de las personas. Sigue la narración diciendo que sale de la oración con una fuerza nueva: se le conmovieron las entrañas, se compadece, se subleva ante la constatación de ver a la gente descarriada.

No habla de quiénes son culpables, no genera sentimientos de desprecio u odio, ni nos acusa como culpables, y entonces nos sentimos mal y nos deprimimos. Y ante nuestro yo partido en dos (división interna) cultivamos las economías oscuras de las adicciones.

La realidad es que tú y yo cada día sufrimos por muchas razones. Y hoy estas fuerzas que azotan nuestro diario vivir humano se manifiestan en la desintegración cultural, en la soledad y en el aislamiento; vivimos, como dice Erich Fromm, la separatidad, padres, madres, hijos, abuelos… con pocas probabilidades de mantener contacto cercano. Y todo ello condimentado con el estrés, origen de tantas enfermedades… Y ante toda esta realidad se nos ofrecen soluciones insanas: diversiones, consumismo, adicciones, fundamentalismos.

En una palabra: tu vida y mi vida reclaman la práctica de la meditación, porque estamos en una tormenta, y necesitamos bracear para no hundirnos, porque los efectos benéficos probados de la meditación son corporales, psicológicos, sociales y espirituales: separación de apegos o adicciones, liberación consciente del mal comportamiento, desarrollo progresivo de costumbres positivas, humildad, amor afectivo a las personas, amor a los distantes, apertura a Dios en la fe y la esperanza, confianza total sobre todo en Dios, amor consciente a Dios y a su Hijo, Jesús de Nazaret.

Lo que Jesús propone es ampliamente utilizado por la medicina, psicología y psicoterapia, con el nombre de visualización. En realidad, lo que Jesús utiliza es una palabra muchos más incisiva y eficaz que visualizar, creer: “cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido, y lo obtendréis” (Mc 11, 24). Y no lo olvidemos: cuántas más veces oremos al día en los quehaceres diarios, lo que hacemos es que nuestro cerebro se acostumbre a emitir ondas alfa, y el resultado es mayor serenidad y menos estrés o fatiga… ya comáis o bebáis hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús. Unos minutos al día de oración, que pueden ir creciendo hasta llegar al menos a media hora de oración por la mañana y media por la tarde, te darán el “gusto” por meditar en toda circunstancia, y los frutos te estimularán a no dejarlo.

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