Artículos

Yo, raquiticatequeta – Carlos Díaz

Ser bueno en un entorno donde no hubo posibilidades de ser budista o islámico, o ateo, o librepensador, sino tridentino, con el tridente para pinchar, no es para tirar cohetes. Así que, cuanto aprendía con el maestro Astete, el destetador, lo echaba a la buchaca por si me topaba con algún incrédulo, o con algún desvergonzado hedonista (¿no eran lo mismo?). De tal guisa, con el traje de mi primera comunión me calé también el yelmo de Membrino, aunque al final me convertí en el caballero de la armadura oxidada, pues, de tanto portar el pendón católico, se me cayó el brazo al suelo, y después de perder el brazo perdí el pie.

Primero, catequeta dentro del ateo movimiento obrero marxista y anarquista. Luego, catequeta dentro de la Iglesia católica, fuera de la cual no había salvación según unos, sino sólo condenación dentro de ella según otros. Más tarde catequeta del mundo posmoderno especializado en Santa e Inmaculada Ideología de Género, y en las letras del rapero español Pablo Hasél, cuyos seguidores constituyen un baluarte de la razón ilustrada. Y esto, claro, por no hablar de la canción de Robe Iniesta Mierda de filosofía, donde el pensamiento alcanza su cima cimera cascabelera:

“Buscando la manera, de hacer revolucione’
pasé la vida entera tocando los cojone’.
Tener un ideario y perder las conviccione’
volver a lo primario, que yo solo quiero hacerte
bailar, bailar, bailar, bailar, como una puta loca.
No quiero asomarme al fondo del abismo
Que tengo que acercarme
y pierdo el equilibrio.
Que no quiero asomarme ni al fondo de mí mismo.
Que pierdo el equilibrio y yo solo quiero hacerte
bailar, bailar, bailar, bailar, como una puta loca.
Mierda de filosofía
me iría, me ahoga.
Dime si tú te vendrías.
Y bailar, bailar, bailar, bailar, como una puta loca”.
Debo confesar que, ante el vigor de semejante discurso filosófico, todavía hoy me siento un mermado raquiticatequeta:
“Gracias a mi conducta vagamente antisocial
temo moverme nunca encaramado a un pedestal.
No alegrará mi efigie el censo de monumento,
no vendrán las palomas a rociarme de excrementos.
Y es una pena, la verdad”.

En esas estoy hoy; se me multiplican las catequesis entre las “comuniones por lo civil”, entre los no creyentes duros, e incluso entre los blandos endurecidos, bonachones que pertenecieron a la iglesia y ahora cuestionan de paso la divinidad de Jesucristo, al que toman por un muchacho excelente. Enfadados ellos con este pobre catequista que les exhorta al estudio, me encuentro retratado por Martín Fierro:

“Cantas raro, pajarraco,
repites letras y letras
y nadie atiende a ti canto”.

Lo cierto es que del hecho religioso nadie sabe un pedo, como aquel Francisco Cañamaque: “De nada a soldado; de soldado a guardia civil; de guardia civil a estudiante; de estudiante a abogado; de abogado a carlista; de carlista a diputado; de diputado a orador; de orador a faccioso; de faccioso a fraile, que es lo último de lo último, esto es, lo peor”. Y eso por no hablar del farmacéutico ilustrado de Madame Bovary: “Si yo fuera gobierno dispondría que se sangrara a los curas una vez por mes; todos los meses una buena flebotomía en interés de la policía y de las costumbres”. Todavía te encuentras con aquellos que, para disimular su condición de comecuras, aseguran que las siglas CNT de la anarquista Confederación Nacional de Trabajadores significan Curas No Temáis. Y ya que los modernos no han descubierto aún la Trascendencia, por lo menos han perdonado a las monjas, cuando ya apenas quedan: “Mis relaciones con las monjas casi siempre han sido positivas, y se remontan a 1943, año en que las hermanas de San Vicente de Paúl prosiguieron mi alfabetización, ya iniciada en casa, e intentaron mi catolización, combatida desde casa. Con los años he aprendido a valorar el valor ético del sacrificio, fuera agnóstico o religioso. El sacrificio por los otros de los religiosos llega a los rincones más tristes de la miseria y la enfermedad. No me atrevo a fijar el límite que separa la caridad de la solidaridad, como también es impreciso el que delimita la compasión como subsuelo o ático del amor. Pero ahí estaban esas dos monjas cuidando leprosos filipinos, la una catalana, la otra vasca, secuestradas por bandidos de Salgari cuando se estaban bañando en los mares del Sur en un leve descanso entre dos jornadas de sacrificio y sufrimiento. Durante unos cuantos días he seguido su suerte como la de dos ángeles definitivamente buenos, tan buenos que serían necesarios a pesar de la historia: dos ángeles históricos a los que siempre tendremos que recurrir mientras exista la enfermedad, la vejez y el insomnio por toda clase de pobrezas. Y cuando las han liberado me ha conmovido su conmoción y me ha alegrado la alegría que he podido detectar en tomo a esa liberación. Me hubiera gustado acariciarles la cara, brevemente, para comprobar su delgada realidad, transparencia fantasmal entre tanto desorden. Durante el cautiverio, sus raptores se mofaban de sus creencias, como suele hacer todo verdugo que se precie de serio. Ellas rezaban, lloraban y dormían adosadas. Una pequeña patria bajo un cielo excesivo”1. La cosa tiene mucho más valor dicha por Manuel Vázquez Montalbán, aquel escritor cocinero.

Lo dijo mejor Antonio Machado: “En nuestro tiempo se puede hablar de la esencia del queso manchego, pero nunca de Dios, sin que se nos tache de pedantes”. O de cosas peores, dice Martín Buber: “La palabra Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna otra está tan manchada y tan dilacerada. Las generaciones humanas han cargado el peso de su vida angustiada sobre esta palabra y la han dejado por los suelos; yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas, con sus disensiones religiosas, han machacado esta palabra; han matado y se han dejado matar por ella; esa palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra Dios; se asesinan unos a otros y dicen hacerlo en nombre de Dios. Debemos respetar a aquellos que evitan este nombre, porque es un modo de rebelarse contra la injusticia y la corrupción, que suele escudarse en la autoridad de Dios”.

Dios mío, ¿por dónde empiezo la catequesis hoy?

1 Vázquez, M: Monjas. El País, febrero de 1993.

Share on Myspace