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La violencia y lo sagrado del nacionalismo – Antonio Calvo Orcal

Cualquier nacionalismo es un atraso en el camino de humanización, que siempre es hacia un hogar en el que cada una de las personas llamadas a la vida tenga su lugar familiar. Sin embargo, hay nacionalismos inventados. Se trata de los que manipulan la historia, los hechos y los acontecimientos y, para conseguir lo que sus fanáticos creyentes consideran la verdad, están dispuestos a utilizar cualquier medio para conseguir su fin. El fanático no es una mala persona, según mi criterio nadie lo es, son aberrantes y muy dañinos sus comportamientos, y deben ser combatidos con la verdad y con el derecho, y, en el caso de que alcancen el poder, con la desobediencia, con la denuncia y con la noviolencia activa, que es la única manera de respetar realmente al que hace el mal. La violencia, aunque pueda ser legítima, jamás consigue convencer a nadie de su error. Este asunto es muy importante, porque las personas fanáticas hacen mucho daño, pero no dejan de ser personas por ello, y en la lucha sin tregua contra sus comportamientos, debe ser respetada su dignidad.

Nadie está más seguro de su creencia que un fanático. Él es la primera víctima de su fanatismo. Es difícil que acepte una razón que no sea la suya y, es menester tener en cuenta que nadie cambia su comportamiento, si no es capaz de reconocer su error y, compadeciéndose de las personas a las que ha maltratado, se empeña en enmendar el daño causado.

El comportamiento no da razón del valor de una persona. La persona es valiosa por sí misma, haga lo que sea que haga. Jamás pierde una dignidad que no se alcanza por méritos, sino por el regalo de ser. Pero, las obras de una persona nos enseñan mucho de sus creencias y de lo que puede esperarse de ella, mientras su razón no sea capaz de atender a criterios de evidencia objetivos.

Es lamentable la enorme y nefasta confusión que se manifiesta no sólo en los medios de comunicación de masas, sino en la antropología que fundamenta muchos planes de enseñanza de los sistemas educativos, entre la persona y sus obras. Aunque no sea posible separar en la responsabilidad a quien realiza un acto de su acción, es imprescindible separar el juicio moral sobre esa persona del juicio necesario sobre lo que ha hecho.

Algunos dirán que esto es cogérsela con papel de fumar. Sin embargo, usar siempre este papel de fumar evitaría una mala comprensión de la condición humana y, posiblemente, dejaríamos de considerar enemigos a quienes nos hacen daño porque su fanatismo los tiene muy dañados, no porque quieran ser ese ignorante perverso en el que se han convertido, sin poder reconocerlo.

A pesar de llevar trabajando esta manera de comprender a las personas muchos años, todavía me tengo que refrenar las ganas de darles una patada en la boca, de considerarlos unos miserables y de cargarles con el peso inmisericorde de todos sus atropellos. Todavía tengo que respirar hondo, callar mis emociones y volver a intentar comprender su comportamiento. Es entonces cuando me parece comprender que quien hace daño es porque está muy dañado. Que nadie ha sido convocado a ser persona para ser un animal con los demás y consigo mismo. Es entonces cuando me dan ganas de vomitar al oír cómo se escupe sin piedad y desde una pretendida condición moral más elevada esa antropología simple e injusta de buenos y malos en muchos medios de comunicación a los que, sin embargo, agradezco el servicio impagable que están haciendo informando de las fechorías de unos y de otros. El silencio, cuando la barbarie del totalitarismo ya no respeta ni las formalidades democráticas, es ensordecedor e insoportable. Especialmente es insoportable la confusión cuando se trata de los que dicen dedicar su vida a evangelizar en un Dios Amor.

Violencia es no reconocer al otro como igual en dignidad, mentirle, robarle, utilizarle. Violencia es también no reconocer, al despistado de su ser personal, su dignidad inalienable. Lanzar contra él un juicio de maldad. No creo posible avanzar, en absoluto, por ese camino. Ya sé que es muy difícil ser firme y tierno al mismo tiempo. Pero, la educación humana, permanente, lo requiere siempre. A los fanáticos, tengan la edad que tengan y arrastren las barrigas o los músculos que puedan exhibir, se les debe tratar como a cualquier ser humano, con respeto. Procurar y esperar siempre el reconocimiento de la verdad que a todos nos hace verdaderos al acatarla y vivirla. Mientras tanto, por respeto a las víctimas de sus desmanes y desvaríos, debemos exigir que se hagan cargo y carguen con la responsabilidad de sus actos, así como a quienes tienen encomendado este servicio privilegiado y no lo cumplen.

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