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Vosotros sois mis amigos – Francisco Cano

6. Pascua 2021 Jn 15,9-17

Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando […], os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros”

La amistad es el bien más precioso y raro. El amor es gratificante porque es libre. No se trata de creer, sino de experimentar: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”. Es experiencia de vida: aquel que no se experimenta amado, difícilmente puede amar. Las palabras de Jesús tienen una fuerza enorme por la conexión que existe entre amor y libertad. Sólo experimentamos la verdadera alegría y gozo por vivir cuando experimentamos que alguien nos ama sin verse forzado a ello, porque me quiere desde la más plena libertad. Esto es tan fantástico que se convierte por ello en la mayor fuente de alegría. Y no hay nada en el mundo que se le pueda comparar. El fracaso de una vida no está en tantas experiencias de las que hablamos en muchos campos de la existencia, que no han sido gratificantes…, nos confundimos, lo único que en la vida produce una alegría que no se puede comprar ni conseguir por el propio esfuerzo es la amistad. El que alguien me quiera desinteresadamente se convierte en fuente de autoestima, de gratitud y de seguridad.

No hay forma de relación más gratificante que la amistad. Esto es el cielo en la tierra. El mandamiento del amor de Jesús se presenta como un camino de alegría, de gozo. Algunos creen que las relaciones de amistad son las de parentesco, pero no se muestra así, porque el parentesco no es elegido, ni libre, pero la amistad sí lo es. ¿Que esto es raro (la amistad), aun siendo el bien más precioso? Pues sí. Jesús nos muestra el camino para salir de esta cerrazón. Construye su argumento en que permanezcamos en su amor, que es lo mismo que ser fiel a una relación con otra persona. Pero la fidelidad en el amor, el cariño y el respeto sólo se puede hacer desde la libertad. ¡Cuántas trampas! ¡Qué fácil es caer! ¿Por qué?, ¿por qué? Estamos hablando de relaciones humanas y de relaciones con Dios que sólo se pueden dar y hacer crecer desde la fidelidad, desde el ser fieles a una amistad entre iguales: “ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15,15). Uno es fiel a una amistad desde la convicción de que, pase lo que pase y suceda lo que suceda, se mantiene libremente: a mayor fidelidad en la relación, mayor libertad. Todo esto tiene una finalidad: llegar a una alegría que llegue a su plenitud.

¿Quién cree en esto? No se trata de creer sino de experimentar. La respuesta es clara: la relación fiel con Jesús es la mayor fuente de felicidad a la que podemos aspirar en esta vida. Una relación con Cristo, con Dios como fuente de problemas, conflictos y frustraciones, no es relación con Cristo, sino con nuestros trastornos. Jesús nos llama a vivir la fe como amistad. Y en la línea horizontal nos preguntamos si me sienten amigos suyos los que yo llamo hermanos, creyentes. Vivamos haciendo memoria de Jesús: “Esto os mando: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Pues bien, estas palabras son el centro del cristianismo, es su testamento: “esto os mando…”. Y si no vivimos esto, traicionamos la memoria de Jesús.

Las comunidades eran causa de admiración, dice Tertuliano, por: “mirad cómo se aman”, es decir: mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro”, y esta memoria que tenían de Jesús se convirtió en comunidades que eran refugio para gente pobre, desprotegida en una sociedad despiadada como era la del Imperio de Roma. Mandamiento de amor hecho compasión por los pobres. Sí, el amor es la luz que ilumina constantemente un mundo oscuro y nos da fuerzas para vivir y amar. Otra evidencia: conocemos a Dios amando, pongamos nombres concretos, y preguntémonos qué tipo de amistad es la nuestra. Al final sólo queda: “Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn4, 16).

No hemos tenido que ganar este amor, sino que Dios, siendo complaciente con nosotros (eudokía), se derrite de amor por sus hijos (Ef1, 5). Este ha sido “su benévolo designio”: amarnos primero y reunirnos como familia en torno a Él, y que ya nadie pueda arrebatarnos el ser hijos amados. El mal tiene una potencia inmensa, pero el amor y la bondad revelan toda su riqueza, porque donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rm 5,20).

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