Artículos

Principio de Arquímedes – Carlos Díaz

El 30% de la natalidad ha descendido en España durante la pandemia. Ni dejar nacer ni querer morir.

El 100% de los parados no se asocia, pero el 100% pide que el Estado les solucione su crisis. En lugar de asociarnos, nos adherimos.

El instinto de conservación y de autoprotección funciona para el individuo, pero no para la especie, si atendemos al máximo problema de la humanidad, que es la ecología.

El mismo éxodo. La travesía del desierto continúa. Los emigrantes de los países pobres viven quince años menos que el resto. Parece que están equivocándose de footing.

Las 3/4 partes de la humanidad pasan hambre, Todo cambia, menos el hambre en el mundo, que es de piñón fijo.

El primer mundo se niega a donar el 3% de sus vacunas para el así llamado Tercer mundo, es decir, Primer inframundo.

Caben dos posibilidades: reírse de la humanidad, o reírse con ella. Nadie acepta llorar por ella y con ella.

Escenificación colectiva: algunos nos damos golpes de pecho, pero su eco no llega a los desheredados de la Tierra. No más golpes de pecho y más fragua de hombres y mujeres nuevos.

Los golpecitos de pecho mean culpa, máxima culpa.

¿Y si tanto nos duele, por qué no hacer cirugía profunda, no estética?

Una idea para los amigos y amigas del coaching: incluir en la terapia reconfortantes golpecitos de pecho.

No existe el misterio del mal ni el de iniquidad. El mal tiene nombres y apellidos, y no precisamente Adán y Eva. Hacen falta detectives del mal, un oficio con futuro del mal ni el de iniquidad La dificultad da valor a las cosas.

Muy rentable también el oficio de acogida: al acoger al tú me acojo a mí mismo en lo bueno y en lo malo de mí mismo.

Al acoger al malo acogemos su parte buena, y a la inversa: no al maniqueísmo.

La acogida es más un intercambio de fraternidades que de paternidades pegajosas. Si ejercemos de padres acogedores, acojamos también al adulto y al niño que hay en cada uno de nosotros.

Ne dueles, luego eres importante para mí; no me dueles, puedes morirte, perro. La prueba del amor es el dolor, tú existes para mí porque me dueles, no porque yo piense que existo. Tu dolor despierta el mío.

Antes que pensante, la persona es un ser compasivo.

Compasivo no es pasivo con otro pasivo, es apasionado con otro apasionado.

Quien sufre tiene prioridad. Lo único que ha de tomarse en serio son sus sufrimientos, y después viene lo demás.

Ante el sufrimiento del tú pierde su primacía el yo que desea hacer pero no hace.

La simpatía suele ser un toquecito en la espalda, algo impreciso, lábil., superficial.

¡Tanto hablar de empatía como si consistiera en ponerse en los zapatos del otro! ¿Y si el otro no tiene zapatos, cuál es la percha de nuestra famosa empatía?

La compasión es una empatía del endebilitamiento comunicativo (y no el célebre “empoderamiento”).

Y lo peor: pienso, luego me odian.

Arquímedes llevaba razón: Todo cuerpo empoderado en un líquido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al volumen del desempoderado desalojado.

En el amor se conoce, en la compasión se reconoce. Amar sin compasión no es amar; no se ama porque se conoce, se ama porque se reconoce. Para conocer al tú es necesario acogerle.

Soy amado, luego existo. Entonces ya casi no es necesario pensar.

Esto es lo de hoy, un mochilero de la cultura como yo no puede dar más de sí.

Nunca escribiré nada que perdure, como el principio de Arquímedes, pero al menos me las apaño para retorcer su colmillo. Rien ne va plus.

Share on Myspace