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¿Es un cero, o una “o”? - Carlos Díaz

Acabo de ser fusilado, otra vez plagiado, contento y feliz. Vivo tan retirado, que hasta me complace que de vez en cuando alguien me despoje de alguno de mis huesos enterrados y olvidados, es una manera de rescatarme del olvido y de la muerte. A estas alturas casi agradezco estos fusilamientos, pero háganlo bien, sin alevosa nocturnidad, no dejen todo profanado y lleno de huellas, citen y se acabó, nadie les va a cobrar nada, pero no modifiquen mi puntuación, dejen las comas en paz, ya pasé el estado de coma.

Pero algunos no saben hacer la o con un canuto; aunque les regales la “o” ya hecha, de ahí que sólo la usen como cerbatana, dado su olfato venatorio. El escritor ha nacido en la palabra y morirá en la palabra, pero ellos con la cerbatana de Manolito, el pintoresco amigo de Mafalda peinado a cepillo y con un lapicero de tendero de provincias en la oreja, los cuales, si acaso descienden a las bibliotecas, lo hacen para plagiar los decires de otros, a los que despluman y trufan con faltas de ortografía.

Dado su complejo de Adán, a ningún le falta el deseo de ser primero en lo que sea, incluso en la carencia de originalidad, numerosos mancos de entre ellos darían su brazo inexistente a fin de obtener alguna medalla de latón para colgársela en el muñón. Pese a su mutilada inteligencia hacen mil copias en papel cuché de sus refritos suplicando una opinión (¡afirmativa!) y a ser posible un comentario (¡positivo!), una reseña (¡extensa!), una recensión publicitaria, por favor. Pero no, pese a las cataratas de elogios compradas a buen precio, estos eróstratas jamás aprenderán a hacer la “o” con un canuto. No puedo evitar que estas cosas me levanten el estómago por el menosprecio que ellos mismos manifiestan de lo absoluto que hubiera podido nacer en ellos mismos.

Estos monos sabios (sabios únicos) se creen el rien ne va plus y por eso viven para promocionar sus propios escenarios: ¿quién como don Falsosabio y Seudofilántropo habrán trabajado tantas horas DSPP (después de su propio peculio) para brillar entre las élites?, ¿quién como ellos habrá poblado con tantas sillas en sus propios auditorios para obtener la codiciada foto?, ¿quién habrá invitado a más gentes banales para dar apariencia de abarrotada a su sala hipóstila?, ¿quién acarreó más asistentes-bulto ante la cámara, ya sea de lores o de comunes, de televisión o de gas?

Don Monosabio sabe que los competidores también pulsan el botoncito de “me gusta” sobre sus propios artículos de opinión y sus columnas trajanas, por lo que piden a sus amigos, allegados y familiares que hagan ondas con su eco en esos círculos donde el Monosabio es Rey Sabio. Para que el brillo de sus propios destellos llegue a galaxias más lejanas “les amo a todos”, gritan los toreadores vestidos de luces cabalgando la mentira como si fuera la máxima verdad, todo sea por la máquina de hacer fans. Pero luego, cuando mono sabio alcance el fueguecillo del Olimpo, resultará incapaz de aferrar el relámpago con las manos desnudas. Nunca será un clásico.

No sé si el primero que escribió lo hizo por la necesidad de comunicarse. Tampoco sé qué clase de pensamiento o de fantasmagoría se articuló en la testa del primer pensante pero, si algo no puedo imaginarme enjaulado, es precisamente el pensamiento liberado. Ignoro si las primeras letras ideadas tuvieron el formato de un “para qué”, o de un “para quién” al comienzo de todos los tiempos. Los menos inteligentes primitivos se comunicaban como podían hasta que lograron dar con el lenguaje, los más tontos de entre los menos listos siguen sin comunicarse y plagiando

Ellos se firman y rubrican Eusebio (bueno y piadoso) o Teodoro (regalo de Dios), pero lo que la nobleza etimológica les concede les resulta vedado en su áureo epitafio hic iacit doctor, doctor, doctor que ellos han mandado inscribir al sepulturero. Séneca fue un banquero de los más ricos de Roma pero, el muy sinvergüenza, redactaba apologías sobre la sobriedad, la parquedad y la filantropía presentándose como canon de humanidad y, aunque no celebro que se abriera las venas en una bañera aurea, bien que se lo merecía, pues nadie que no reciba la paga de los humiliores debería figurar en la nomina de los honestiores. Prefiero a los malos antes que a estos buenos. También, cuando Platón y Aristóteles son celebrados como los maestros de ética, me dan ganas de incluirles en la Historia Universal de la Infamia esclavista. Qué triste resulta presentarles como grandes filósofos (que también lo fueron), cuando no pasaron de convencionales llenos de mierda. Y hoy escribir sigue siendo un plebiscito cotidiano en el cual conviven las palabras hermosas con la esclavitud y la riqueza insultante.

Me hubiera encantado conversar con el inventor, la inventora o los inventores del primer relato escrito, descifrar sus balbuceos erráticos, sus mezclas sobresaltadas de sonidos y señales, su magia simbólica primera, su vitalidad e incluso su impotencia para pensar mejor, y de ahí mi empeño irredento de acercarme a quienes están más cerca de lo primigenio, aunque aquella primogenitura resulte dolorosa: “El dolor, señores, es un severo cultivo; la alegría es sólo la cosecha; en el dolor nos hacemos, en el placer nos gastamos”1.

1 Ortega, J: Obras completas. II. Revista de Occidente. Editorial Taurus, Madrid, 2004, p.87.

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