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La misericordia cura totalmente – Francisco Cano

Se quedaba fuera en lugares solitarios; y aún así acudían a él de todas partes”

6. T.O. 2021 Mc 1,40-45

Jesús ha desencadenado un proceso de ruptura y nuevas relaciones sociales. En tiempos de Jesús existía pandemia generaliza, producida por el orden establecido religioso y político, que marginaba y excluía de la vida, que machacaba la dignidad de las personas…

¿Quién es hoy responsable de la pandemia, de la situación de perplejidad y zozobra en la Iglesia, en la comunidad, en los cristianos de a pie que son la mayoría? Creemos que la realidad no ha hecho otra cosa que poner en evidencia lo que ya existía: mediocridad, aburguesamiento, dar por seguro que teníamos creyentes, con signos esporádicos de práctica religiosa (¿ateos practicantes?), rutinas, superficialidad, gente entretenida con actividades, las parroquias mejores eran las que tenían muchas actividades que tenían ocupados a “los buenos” en proyectos carentes de fuerza, sin anticuerpos que les dieran ánimo y fortaleza, en medio de una sociedad que vive sólo del “carpe diem”. También pequeñas comunidades fermento que toman el Evangelio en serio viviendo la fraternidad y la solidaridad, no configuradas por el trabajo, sino por la misión de Dios: contemplar a Dios como Trinidad: comunidad de creación, de redención y espiritualización.

Cuando esto pase, lo que vamos a encontrar ya está a la vista: un páramo; ésta era la realidad antes de la pandemia, por tanto, no se podrá seguir siendo Iglesia del mismo modo. Queramos o no ver, aceptar están pendientes la conversión y los cambios que tienen que seguir a esta conversión. Vivíamos y vivimos en un paganismo disfrazado de religiosidad. No es tanto la secularización, sino el paganismo.

Siguiendo el evangelio de Marcos hemos visto que, desde la sinagoga, pasando por la casa, hemos llegado al campo abierto, donde vagan los impuros, aquellos que no pueden integrarse en la ciudad. Allí había un leproso. Éste se encuentra a Jesús en el despoblado. ¿Dónde encontramos hoy a Jesús? Hay que comenzar, como el leproso, por ir a Jesús, y de rodillas decirle: “Si vis, potes me mundare” (si quieres, puedes curarme). Jesús, lleno de misericordia, le dice que quiere y lo cura. Vamos a ir a Jesús a pedirle que nos cure, porque estamos enfermos de gravedad. Soy yo el que estoy sucio y enfermo, y necesito cambiar mis entrañas de insensibilidad y desprecio en entrañas de compasión y ternura hacia los excluidos, encarcelados por tantos motivos, hacia los que sufren por cualquier “enfermedad”. En este tiempo de pandemia a nadie se le pide que se exponga, pero tampoco que se quede parado ante la soledad y el abandono que tantos están sufriendo por la misma estructura de una sociedad que excluye a los que ya no sirven, no son útiles y son una carga. Necesitamos conversión, entrañas de misericordia. Hoy hay, como el leproso, muchos muertos vivientes: el leproso está sin trabajo, sin familia, sin religión, y Jesús, con esta actuación, nos dice que no se puede marginar a los débiles; con este gesto Jesús no sólo no se contamina, sino que el leproso se cura. Y por esto se convierte en evangelizador. Los que somos Iglesia y la amamos debemos comenzar el lento trabajo de construcción de un modo nuevo de ser Iglesia: fundada en la fraternidad y solidaridad, y no encerrada en el ego-sistema. Lo que está pasando no es una desgracia y una catástrofe -que lo es-, sino que desde el punto de vista de la fe podrá ser un kairós. Benedicto XVI ya lo dijo: surgirá una Iglesia minoritaria que será fermento…

Las crisis en el seno de la Iglesia las provoca el Espíritu. Es cierto que tan solo una minoría, a la que se tratará de silenciar tras la recuperación económica, alzará la voz. Jesús de Nazaret, nos muestra el evangelio de Marcos, no hizo proselitismo, ni buscó traer detrás de sí clientela sumisa, sino que se unieron los que, sin saberlo, comenzaron con Él un proyecto contracultural, que es el que Dios revela en su Persona.

Se queda fuera en lugares despoblados, porque ya no puede entrar abiertamente en las ciudades. Jesús no se va al despoblado para evitar la muchedumbre, sino porque él mismo se ha hecho impuro. Ha tocado a un leproso, está contaminado, es un hombre sucio; pero el hecho de no ir a los pueblos no evita que las muchedumbres de los pueblos vengan a él. Con ello ha desencadenado un proceso de ruptura y nuevas relaciones sociales. ¿Acaso no seguimos separando a las personas por su color, por su origen, por su etnia, religión, increencia, en una palabra: por no ser de los nuestros? Nos señalan por estar “contaminados” porque hemos tocado a los intocables.

No nos extrañemos: los discípulos no entienden, y siguen calculando según los principios de poder del mundo (judaísmo). Aquí parece que los únicos que comprenden son la suegra de Simón, la sirofenicia y el leproso, porque han desobedecido y así han encontrado la verdad: la voluntad de Dios es destruir la barrera que separa puros de impuros. Jesús quebranta las leyes, y no parece preocupado por ello, ya que es él quien decide mantener un contacto físico con el enfermo, y así el leproso queda sano y él queda marginado, fuera, en lugares desiertos. ¿Asumimos las consecuencias de tomar partido por los excluidos? Pero curiosamente este espacio de soledad se convierte en lugar donde Jesús convoca a mucha gente. ¿Desde dónde convocamos nosotros?

Empecemos por nosotros mismos, dentro de casa. Rupnik dice: “sabiendo que la pascua no se la prepara uno solo, sino que a menudo se la preparan los más próximos. Los santos nos muestran que, como Jesús, eran buscados por todos, con grandes filas para un coloquio, pero pisoteados por los hermanos más cercanos”.

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