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Señor, que vea – Carlos Díaz

Algunos datos significativos que manejo respecto a España son devastadores:

El 43 % de los millennials cree que no cobrará ninguna pensión de jubilación nunca. El 79 % se encuentra apanicado por su miedo al coronavirus. El 97% necesita hablar diariamente por teléfono para calmar la ansiedad. El 48% de los sancionados por la policía de tráfico conducía bajo los efectos del alcohol o de las otras drogas. El 82% de los alumnos de secundaria odian estudiar porque no ven sentido a lo que aprenden. Añado a estos porcentajes otro aterrador: el 80% de los niños y jóvenes africanos que viven en EEUU han sido abandonados por sus padres, o no han llegado a conocerlos.

Por lo demás, las estadísticas relativas a determinados continentes enteros no son consignadas en la prensa. Y esto por no referirnos a la emigración a vida o muerte de pueblos enteros, a la degradación ecológica que parece sernos ajena, ni al hambre creciente de la humanidad, ni a la soledad y el abandono de los desvalidos, ni a la quiebra de la estabilidad en las parejas, etc. Por lo demás, si comienzo a tirar de datos negativos seré probablemente considerado un ave de malos presagios, un pesimista, o hasta un perverso, pues parece ser que siempre tenemos un vecino perfecto, un marine ejemplar que ha estado en Vietnam para liberarnos del comunismo mundial, cuya sola mención destruiría cualquier sombra de negatividad cósmica: tú tranquilo, yo nervioso.

Y dicho lo cual, sin embargo tengo un listado extenso sobre lo que yo no quiero cuando manifiesto esos datos: No quiero pesimismo. No predico el apocalipsis. No me place atizar el nihilismo. No deseo avivar el odio. No gusto de predicar noticias falsas. No pretendo ser un profeta de infierno y condenación. No me interesa embobar con promesas de paraísos en la tierra para combatir el infierno. No espero la condenación de los dioses por castigo de nuestras infinitas culpas. No incito al sálvese quien pueda al modo de las ratas abandonando el barco en riesgo. No abomino del hombre real en favor de un hombre máquina. No veo en la emigración a otros planetas la solución para la Tierra. No me agrada vivir a la corintia abandonándolo todo para disfrutar los últimos días. No es lo mío sustituir la escala de valores por la escala de necesidades. No voto por populistas ni por tiranos redentores. No comparto la tesis de la regeneración del mal mediante la eliminación de los débiles, de los ancianos, de los nascituros, de los pobres, de los negros. No agito las noticias falsas ni me adhiero a un sistema de postverdades supletorias de lo real verdadero. No vivo desesperado. No busco notoriedad alarmando. No abomino de la humanidad, ni de los maestros y maestras de humanidad. No es eso, no es eso…

Yo quiero el sí. Quiero ser una flecha lanzada al infinito por el arco tenso del guerrero. Quiero tener coraje para poner mi humilde lámpara supliendo al sol, si éste me lo pide. Quiero ser el yo que contigo podría llegar a ser. Quiero ser perdonado. Quiero que mi norma de conducta sirva de ayuda a la humanidad. Quiero escribir en mi corazón con tinta sangre que da más fuerza sentirse amado que creerse fuerte.

Si no puedo hacer las grandes revoluciones, quiero al menos la revolución callada. Si no puedo llevar una alegría luminosa, tampoco deseo una vida privada de belleza. Si puedo, convertiré las imágenes desvaídas en rostros con personalidad. Si puedo, seré una descarga de vida a fin de provocar en ti otra descarga de vida. Si puedo ser un volcán nevado y al mismo tiempo encendido por su fuego con una nieve que no lo extinga y con un fuego que no la derrita, lo seré: sea para ti mi vida una inteligencia expresiva, capaz de engendrar exigencias, pasiones y revoluciones.

Pido amar a la vida más que a mí mismo, aunque ella esté en mí mismo y gracias a ella pueda sobrepasarla. Pido que mis pasiones para vivir mi subjetividad sean objetivadoras. Pido no dejar de buscar el principio de los procesos como un eterno principiante y no como un monarca entronizado. Pido convertirme en un palacio de exposiciones y congresos, no de lo uno sin lo otro, ni de lo otro sin lo uno. Pido el fluir de una memoria viva, no paralizada en ninguno de sus altos relieves. Pido salir a la calle para educar la vida ajena con el alimento de mis ojos, sin que el mío sea un ojo ciclópeo y polifémico, sino un ojo despierto como el de Briaireo el de los mil ojos. Pido un ojo despierto, no sólo hambriento. Pido que mi ojo no esté a la expectativa cinegética, sino que sea una experiencia de transfusión. Pido, Señor y Dios nuestro, poner la cabeza, el corazón y el ojo en la misma línea de visión para que nada me impida llegar a verTe.

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