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Corriente arriba – Carlos Díaz

“Me hago cargo de un posible rechazo, por parte del lector, respecto de estos testimonios sobre mi forma de considerar la política o la humanidad. Pensará, con razón, que manifiesta un modo de proceder a contracorriente. Pero póngase en la posición del pescador deportivo de caña en un río torrentoso. El pez que le interesa es el más bravío, el que se apresta con ganas a nadar contra la corriente, sea por desovar o por ejercitar sus energías. El pez que se deja llevar por el discurrir del agua es el fatigado o acaso el moribundo. El extremo opuesto de esa percepción deportiva sería el pez en la pescadería o en la mesa de comedor, que, por eso, en castellano, lo llamamos “pescado”. Son palabras de Amando de Miguel con las que no podría estar más de acuerdo en su totalidad, tanto que hasta me cuesta creer que no me las ha plagiado…

Hay cosas que me estragan tanto, que me salen granos, qué difícil para mí evitar la granulación. Yo también me considero una de esas hilachas que no gusta de seguir ovejunamente el autoritarismo pasivo u horizontal de los tutti quanti que juegan a la lotería pretendiendo obtener algún premio gordo, algo al menos apabullante. Reconozco con Amando de Miguel que mi mundo no es de este reino, sentimiento que va camino de convertirse en resentimiento, en distonía relacional, en Gap instint respecto de mis coetáneos Resentido contra todo o contra nada, o contra todo y contra nada, voy a tener que dar la razón al dandi burgués de cuyo nombre no quiero acordarme, que escribió un pretencioso Panfleto contra el todo, aunque a diferencia de él yo nunca daría ese arreón habiendo basado mi causa en nada, ni mucho menos en mi pretenciosa nada, nadita, nada, eso sí que no. Eso del todo y la nada lo dejo para Hegel. Lo que sí me temo razonablemente es que mis personales tarascadas sigan tras la estela abierta por Moisés a lo largo del desierto: morir antes de entrar en la Tierra prometida.

De momento aquí andamos cavando (con v y no con g), sin esa filosofobia propia de los perezosos, y sin esa mentirosa falofobia de los moernos y las moernas, faltaría plus. Mucho menos deseo que la censura a que someto a estos héroes y heroínas de la memez de la posmodernez se la tomen los afectados como una ablación. No, allá si ellos ablan o ablacionan demasiado, el miedo no cambia de banda, y tampoco de bando. No me duelen prendas, yo nervioso, tú tranquilo.

El turnismo, ese “hoy me toca a mí, mañana te toca a ti”, es el eterno tuétano de lo que algunos denominan ideología, como si las ideologías al fin y al cabo fueran ideas, aunque descangarilladas. Nada me parece más perenne que el pensamiento único, que no conoce ortos ni ocasos ni amenes, y de ahí el fracaso de las escuelas, al menos de la mía: no estudiamos para ser más, sino para ser más que ese otro u esa otra, según me dicta la experiencia de una edad consumida contra las culturetas de pitiminí, de ahí también que todas mis citas a pie de página no pasen de ser otra cosa que las hilachas de escolios educativos fracasados.

Pero nada de turn off. En ese mi fracaso sigo trabajando como si habitara el lugar de Palas Atenea en el Olimpo. Ni qué decir tiene que agradezco mucho cuando me leen, y que además deseo que me lean, pero siendo sincero también les comunico que si no me leen no pasa nada, ni a ustedes ni a mí, aunque lamentablemente sí al editor, noblesse oblige. En cualquier caso, mi esperanza siempre está puesta en que mi propio tirón autoritario no desate en el lector o lectora (aunque sólo haya uno o una) la iracundia soterrada propia de los autoritarios inconfesos.

Por lo demás, reconozco que mi abigarrada forma de escribir ha llegado a convertirse en un palimpsesto atiborrado de circunloquios, incluso un eruditísimo bodrio intragable, que nada tiene que hacer en comparación con los olores de las recetas y de los edenes de los cocineros. A su lado, mis productos jamás pasarán de ser cagarrutas desfachatadas, marbetes cuya degustación ha perimido y, cuando alguna vez enceto o acierto, hasta un milagro me parece. No sé si se me olvida algo. Ah, sí. Que al Nietzsche de los principios no le leía ni san Blas, ni siquiera su propia hermana, de ahí que mi soledad se sienta acompañadora de la suya.

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