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Justicia terrena o justicia divina - Israel Durán

Xosé Manuel Domínguez Prieto comenta en su ponencia del Congreso Afectividad y Sexualidad del siglo XXI: «Qué fácil nos es juzgar a los demás y, en cambio, nunca sabremos los motivos que han definido las acciones o palabras de una persona, su historia personal… la lucha que mantiene consigo mismo para seguir viviendo…».

Qué difícil se nos hace ponernos en sus zapatos: «Solo se comprende (mínimamente) a un hombre cuando uno se pone en sus zapatos».1 Nadie debe juzgar a otro, ni sus virtudes, de las cuales no sabemos la suerte de sus motivos, ni sus defectos, ya que tanto unas como otros son la única manera mediante la cual uno puede seguir viviendo: un alcohólico, un drogadicto… un adicto ha tenido que seguir ese camino, ya que de lo contrario su «vacío existencial» (Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido) se haría insoportable y con toda seguridad lo conduciría a una muerte, un suicidio; mas el sentimiento de vida, por suerte, es más fuerte que el de muerte. De ahí que uno luche denodadamente por seguir viviendo, amparándose en los modelos de vida que la sociedad ofrece.

Estos no siempre son, podríamos decir, los ‘ideales’, ‘sanos’, pero son de los que uno ha tenido que echar mano para que thánatos no se haga dueño de su ser. Nos escondemos bajo diversos modelos, unos más sanos, otros menos, y, al igual que en la sedación terminal, ayudan a que uno no tenga siempre presente su sufrimiento, físico o psicológico, aunque haya daños colaterales.

Algunos terminan con adicciones de las cuales no pueden escapar, como la subyugación, en casos extremos de dependencia, del maltratador y del maltratado. En ambos casos depende el uno del otro, falta independencia, formación, humanidad; falta esperanza y confianza en un futuro que nos libere de las ataduras que nos acomodan.

Sin duda es muy triste cualquier tipo de desarreglo psíquico provocado en muchos casos por las adicciones, pero es más triste cuando valoramos el balance de suicidios anuales en todo el mundo.2 Al hilo de los datos de la OMS, diremos que es la tercera causa de muerte para los jóvenes de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años. Falta de sentido en sus vidas, desajustes familiares, familias desestructuradas, no encontrar modelos de ideales sanos. Identidades que se están formando y no encuentran medios para lograrlo. Modelos fallidos. Esperanzas truncadas. Salimos perdiendo todos: el individuo y la sociedad.

Y nosotros, como buenos cristianos, dándole y dándole a la hebra, sanamente, santamente, y muchas veces ocultando nuestras murmuraciones bajo la leyenda evangélica de que nada debe permanecer oculto, pues «no se enciende una lámpara para dejarla oculta bajo un celemín»; la hipocresía de nuestra justicia humana nos endiosa muchas veces, sin que nos atrevamos con otra leyenda evangélica, «no juzguéis, pues en la medida que juzguéis seréis juzgados». Y, sin compasión, damos rienda suelta a nuestro buenismo, a nuestro pietismo ‘insano’, incoherente con los principios evangélicos, olvidando también que siempre hay tiempo de que uno rectifique según la justicia divina: «Amigo, ¿vas a tener envidia de que yo sea bueno y quiera darle a este lo mismo que te doy a ti? ¿Acaso no nos ajustamos en un salario?». El salario es la vida eterna, la vida a la cual no sabemos cuándo seremos llamados por thánatos, pero ese es el fin de la vida terrena: llegar a la vida eterna. Da igual que uno sea de primera hora o de última hora, nadie quedará defraudado si acepta la llamada. Cobrará.

Nuestra justicia humana viene siendo también un camino para que nos acerquemos a la justicia divina, por suerte incomprensible para nosotros, pues no sabemos nada más que Jesús fue crucificado y ahí, en la cruz, sufrió todos los males que pueda sufrir cualquier hombre, físicos y mentales. Como hombre se desesperó, tuvo miedo de lo que sabía inevitable, su confianza en el Padre fue puesta a prueba; aún así, en el huerto de los olivos pidió bien claro: «Si es posible, pase de mí este cáliz; mas hágase tu voluntad y no la mía». Muchas veces lo queremos decir, hasta lo verbalizamos, pero sin interiorizarlo, sin que realmente salga de nuestro corazón, sin que realmente seamos capaces de dejarnos caer en sus brazos, confiar en la providencia divina.

Cuando realmente estamos hundidos, desesperados, sin ninguna solución humana para nuestros males, con la cerviz doblada, es cuando actúa la gracia de Dios, cuando hemos hecho todo lo humanamente posible por evitar lo que consideramos un mal y nos damos cuenta de que no conseguimos evitarlo. Actuará la Divina Providencia; lo que es malo hoy, e incomprensible para nosotros, humanos, tendrá su contrapunto en la confianza en la Providencia, ya que nadie quedará defraudado. La justicia divina se escribe con renglones torcidos. Jacob luchó con el Ángel del Señor toda una noche en su camino hacia Betel, y fue honrado con el nombre de ‘Israel’, ‘el que lucha con Dios’. Es justo que luchemos por nuestra vida, pues únicamente de esta lucha saldremos restablecidos, al igual que Jacob, y bendecidos con un nuevo nombre que nos hará entrar con él en la nueva Patria.

Amar y amar y amar, confiar y confiar y confiar, ofrecer y ofrecer y ofrecer, sin pedir recompensa, sin caer en la vanidad ni en la banalidad del sentido de lo que hacemos o decimos, tergiversando con nuestro pensamiento lo que vemos u oímos; sabiendo que solo Dios comprende y nos hace caminar sobre aguas. Machado lo expresó bellamente en su saeta del «Cristo de los Gitanos». El miedo tiene carácter protector, pero es el enemigo del cual se vale el ángel caído para paralizar al hombre y no dejar que este confíe en la Providencia. La Providencia nos pide confianza ciega en unos valores previamente interiorizados; mas la desesperanza que nos crea el basarnos en criterios humanos nos hunde. Somos humanos. Nuestra vida terrena es de aprendizaje.

Gracias a san Pedro, sabemos que Cristo siempre estará ahí; podrá recriminarnos que tenemos poca fe, pero nos cogerá de la mano para que no nos hundamos.

1 Harper Lee, Matar a un ruiseñor. Esta novela está catalogada como género de aprendizaje, cargada de valores que muchos ciudadanos debiéramos trabajar e intentar poner en práctica.

2 La Organización Mundial de la Salud (OMS) maneja datos que indican que unas ochocientas mil personas se suicidan anualmente, y, para más inri, hay muchas más tentativas que, por suerte, no se consuman.

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