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Reptilandia y lagarticidio - Carlos Díaz

Los homínidos con 780.000 años de antigüedad corresponden a una nueva especie del género homo, que podría representar el último ancestro común de los Neandertales y del homo sapiens sapiens, del cual descendemos los humanos actuales. El de Atapuerca (Burgos) es el homo antecessor cuyos dientes, mandíbulas y cráneos revelan una combinación inédita de rasgos primitivos y modernos. Del homo ergaster surgido hace dos millones de años en el sur de África, y que emigró a Europa hace uno, emergió en la larga marcha de la hominización este nuevo antecesor, antecedido él mismo por otros más tempraneros. Aseguran los paleontólogos que las especies evolucionan, aunque sea lentamente, y contemplado el comportamiento de la más metamorfoseada de todas ellas, la humana, por mucho que haya mutado su capacidad cerebral y por muy sofisticados que sean los frutos de su alta tecnología, su conducta a gran escala se asemeja todavía demasiado a las de aquellos dinosaurios (lagartos terribles): los rinocéfalos (‘cabezas hocicudas’), los arcosaurios (‘reptiles dominantes’), y dentro de ellos el de los dinosaurios (‘reptiles terribles’), los coelusaurios (‘lagartos huecos’), los tiranosaurios (‘lagartos amos’), carnosaurios (‘lagartos carnívoros’), brontosaurios (‘lagartos del trueno’) y los estegosaurios (‘lagartos con tejado’). Pues bien, el orgulloso sapiens-sapiens del año 2.000 d.C. dista mucho de haber llegado aún a donde iba, y en él se observan comportamientos reptilianos. ¿Eres tú un reptil?

Los animales no tienen valores, no son buenos ni malos, son simplemente animales. Todos ellos animales vienen al mundo sabiendo lo que tienen que hacer y todo lo que no deben hacer. Por instinto están dotados de una estimativa natural, que en el animal humano se denomina sentido común. Una oveja se pone en pie nada más nacer y camina, sabe dónde y cómo tiene que mamar, y no va más allá de los límites físicos que le impone su fisiología. Los animales viven instintivamente seguros, aunque dependen también de la protección de sus padres. Lo saben desde que nacen y hasta que mueren, y no necesitan aprenderlo ni perfeccionarlo. La naturaleza les ha hecho así, y para sobrevivir no tienen más que dejarse llevar obedeciendo esas leyes.

El animal no entiende de valores, por eso se comporta como un animal, sin que nadie pueda reprocharle nada; la obligación del lobo es devorar a los corderos que encuentre a su paso o que vaya a buscar. Sólo un niño diría que es un lobo malo aquel que come a las ovejas. El lobo puede causar muchos estragos en la ganadería, pero no por eso podemos acusarle de moralmente malo.

El problema surge cuando el hombre (no el animal) actúa como si fuera un lobo para el otro hombre, cuando la mujer actúa como una loba contra la mujer, y cuando los adolescentes y hasta los niños afilan sus colmillos como Rómulo y Remo para hacer daño a las demás personas e incluso para devorarse inmisericordemente a sí mismos.

La persona es un animal, y no un espíritu puro carente de cuerpo, pese a lo cual tú, en cuanto que persona, eres gobernado por tu razón, no meramente por tus instintos, impulsos y pasiones. De hecho, parece que te molesta un poco que te digan que eres peor que un perro o más venenoso que una víbora y así te traten. A nadie le gusta que le señalen con el dedo y le acusen de comportarse como un animal.

Sin embargo, a poco que nos descuidemos, acude a nuestros más irreconocibles abismos el animal que llevamos dentro, y a veces incluso a flor de piel. Tú también haces la bestia cuando pierdes la calma y pierdes la razón. Entonces sabes muy bien que llegas a comportarte como si no fueras dueño de ti. Quizá no fuera tan malo que te detuvieses aquí, aunque estés más crecidito que crecedero, y repasaras algunos de los momentos en los que, desatados tus demonios, te llevaste por delante la franela roja del torero para luego ser arrastrado por las mulillas, quien a torero mata a mulillas de arrastre muere.

Sin embargo, una vez que recapacitas y superas la crisis volviendo sobre ti mismo, te avergüenzas de tu comportamiento e incluso llegas a pedir perdón. Esto no lo hará nunca el animal irracional e inmoral. Si tú lo puedes hacer y lo haces estás demostrando no solo que eres un animal racional, sino que eres un animal moral: has utilizado la razón para ser bueno. Y justamente en esto, en utilizar la razón para ser bueno consiste la dimensión moral de la humanidad, de cuya especie tú eres un individuo insustituible. Nadie debería hacer nunca por ti lo que tú debas hacer, así que olvidemos The Fable of the Bees en que Bernard Mandeville aseguraba que «sólo los necios intentan engrandecer un colmenar, es una vana utopía que se encuentra en el cerebro». Según él, tratar de introducir la virtud en el colmenar fue un desastre, pues sólo los individuos llevados por su búsqueda de placer y de vida lujosa hacen circular el dinero y progresa y florece la sociedad, de modo que los vicios privados devienen virtudes públicas pues, no habiendo normas objetivas de moralidad ni posibilidades de discernir entre vicio y virtud, ni entre placeres mayores ni menores, todo quedaría reducido al egoísmo. Así que las virtudes de los paganos son espléndidos vicios. Cuando hoy se nos dice que el primer deber del español adinerado es invertir en bolsa, se oye el susurro de Mandeville: «¡Haz de tu vicio de capitalista una virtud cívica y pública!». Y viva el papel cuché.

Así que no sé qué hacer ante este comentario de un lector en un medio público: «Carlos Díaz vuelve con un artículo de enmarque, y con algunas frases de antología, aplicables a distintas facetas de la realidad, que sobrevivirán cuando se olvide el texto escrito. Cualquier político avispado, aunque dudo que en ese campo se lea mucho a Carlos Díaz, obtendría oro de ellas; como muestra: “Son siempre los peores que se creen mejores los mismos que hacen imposible crecer a los mejores”, “para evitar que no se les escape la verdad, la agarran tan fuertemente que terminan ahogándola”, “estos brutos todavía no han dado el paso de la hominización del mono al hombre, y mucho menos de la humanización del hombre a la persona”. Gracias Carlos. La lección de hoy es para aprender disfrutando». El problema es que me estoy volviendo lagarticida, quizá sea el precio del fracaso, como señaló ese filósofo miope y de unos enormes bigotes que no lo pasó demasiado bien en la vida, aunque lloraba por los caballos heridos: no pudo más y acabó desplomado en la calle.