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Delirios de grandeza - Carlos Díaz

El 20 de mayo de 1939, recién terminada la Guerra civil, Franco ofreció la espada de la victoria al cardenal Gomá, quien agradeció con sentidas palabras aquel «gesto nobilísimo de cristiana edificación», mientras el cardenal Eijo Garay, presente en el solemne acto, declaraba con el botafumeiro en la mano: «Nunca he incensado con tanta satisfacción como lo hago con Su Excelencia»1. De haber estado allí un anarquista hubiera traducido: «Nunca he incendiado con tanta satisfacción como lo hago con Su Excelencia». En España hubo poca diferencia entre incensar e incendiar, como tampoco en confundir el culo con las témporas, según se hacía en la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera, la hermana del falangista José Antonio: «Las mujeres nunca descubren nada; les falta desde luego el talento creador, reservada por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que interpretar mejor o peor lo que los hombres han hecho». ¿Pero entonces fue él solito, Adán, el que engendró a las numerosas proles sin concurso de la parturienta Eva, mientras ella se quedaba interpretando, conforme al refrán «entre santa y santo pared de cal y canto»?

El obseso puede encontrar obscenidad en cualquier libro, hasta en la guía telefónica, razón por la cual, si la mayoría de los hombres consiguiera que los comprendiésemos en materia sexual, los ahorcaríamos. No es que todos ellos sean psico-sociópatas cortados por el mismo patrón (padrón en el sentido de padre, tal y como lo planteó Freud haciendo un mal servicio a la psicopatología) y repiten hoy demasiadas feministas sin los necesarios hervores haciendo caja, pero muchos machos alfa resultan altamente funcionales, porque en el plano más alto de la representación teatral no se actúa, se es. No pueden soportar todavía, a estas alturas, que Cenicienta pueda volver al baile.

No es cierto que no exista más que una religión, pero centenares de versiones, como tampoco un solo hombre y luego infinito número de variables, de ahí que las versiones más paranoicas del todos los hombres son iguales, a por ellos, resulten altamente funcionales en las urnas, pero sin ningún fundamento real: «Lo que una persona cree no se puede comprobar en su credo, sino en las suposiciones de las cuales parte cuando actúa como de costumbre»2. Por supuesto que al escribir así me expongo a que los cuervos me saquen los ojos.

En las sectas religiosas especialmente, el desprecio a la mujer resulta imprescindible, pues a veces sus líderes plantean a sus feligresas que Dios les ha revelado que tienen que acostarse con ellas, pues ellos son hombres de Dios, y Dios es de otra galaxia, e incluso suelen afirmar que su propia naturaleza no es humana y que proceden del más allá, como los Heaven’s Gate, la Puerta del Cielo, que se suicidaron en San Diego, California, confiados en que sus espíritus abandonarían los incómodos envases terrestres y podrían de tal guisa desplazarse hasta una nave espacial que los trasladaría a otra galaxia. Así piensan no pocos grupos platillistas. La trampa ideológica, sin embargo, no puede ser más burda: los líderes tienen sexo a la fuerza con sus feligresas adoratrices alegando que ellos no tienen sexo. O sea, que «no es lo que parece».

El señorito Samuel Joaquín Flores se autopresenta ante el mundo como «honesto, responsable, propagador de los valores cristianos, patriota, promotor de la libertad, defensor apasionado de la verdad y los valores humanos, luchador inflexible contra la mentira, la injusticia, la ignorancia, de una moral intachable»3. Por lo que parece, recibió de su padre el mando absoluto de la Iglesia del Dios Vivo, Columna y Apoyo de la Verdad, La Luz del Mundo fungiendo desde hace varias décadas como su Rey, Sumo Sacerdote y Profeta de Dios, y en la actualidad ya también como el nuevo Mesías, con la obsesión paranoide de formar una élite interna a la cual demanda lealtad absoluta y obediencia incondicional a su persona, élite conocida como los incondicionales, que colaboran en el trastorno psiquiátrico del líder conocido como narcisismo maligno, o en su defecto padecen un tipo de psicosis contagiosa llamada trastorno delirante paranoide. Y es precisamente esa guardia de corps la que lleva al matadero sexual a cuantas jóvenes y mujeres, incluso casadas, que al hombre de Dios se le antojan, en lo cual se parece mucho a Zeus. Pero atención: lo increíble es que esa élite está compuesta por hombres y por mujeres, las cuales llevan incluso a sus propias hijas al lecho del Gran Desvirgador, el cual angelito cuenta con cientos de miles de seguidores, y cuentas bancarias milmillonarias. Y, cuando las hijas de estas esbirras denuncian el horror a que son sometidas, cae sobre las víctimas el desprecio familiar, especialmente el materno, y son expulsadas de la propia familia y de la comunidad. Las cosas han sido parecidas, dentro de la Iglesia católica con el famoso Padre Maciel en la secta Los legionarios de Cristo, más conocidos como Los Millonarios de Cristo.

El hecho de que las propias mujeres de dichas sectas, a veces también sean madres de sus propias hijas a las que ofrecen en holocausto para la voracidad depredadora de esos ‘santos varones’ echa por tierra las tristes ideologías de género, del género bobo, que maniqueamente andan por ahí empoderándose de los ministerios del ejército y de lo que haga falta distinguiendo entre los monos desnudos His, y las santas Her: unos diablos ellos, y unas víctimas ellas. Por lo demás, no hace falta ir tan lejos, basta con darse una vueltecita por el mundo mundial para ver cómo ellas, las madres histérico-femeniles, son las que, por el mismo sendero que a veces también lo fueron ellas mismas, llevan al matadero a sus tiernas vástagas a la prostitución desde que apenas saben leer. Sus hijas dejan de ser hijas y mujeres, pues la mujer-mujer no es fémina si no es feminista.

Por el mismo motivo por el cual «el arte de gobernar consiste en organizar la idolatría»4, cierto feminismo arrastrado por los fecalomas ideológicos se comporta como aquellos estúpidos que, cuando están haciendo algo que les avergüenza, declaran solemnemente que están cumpliendo con su deber histórico. Vamos hombre, no me jodas: «La vida nivela a todos los hombres, la muerte destaca a los eminentes»5.

1 Fernández, C: Antología de cuarenta años. Libros de las Hespérides, Madrid, 1983, pp. 78-79.

2 Shaw, G-B: Ironías y verdades. Ed. Longseller, Buenos Aires, 2001, p. 85.

3 VVAA: La luz del mundo. Un análisis multidisciplinario. Revista académica para el estudio de las religiones. México, 1997, p. 104.

4 Shaw, G-B: Ibi, p. 39.

5 Ibi, p. 125.