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Y vuelta a empezar después de tanto Gutenberg - Carlos Díaz

Hasta hace bastante poco creía yo que Heine afirmaba una gran cosa cuando en 1821 escribía: «Donde hoy se queman libros, mañana se quemará a seres humanos». Y no es que no conserve vigencia su afirmación, lo que pasa es que ahora ha perdido mucha intensidad. Primero, porque no se leen libros, pero se siguen quemando seres humanos. Segundo, porque hay libros que merecerían ser quemados para que se quemara a personas. Tercero, porque ahora los libros son electrónicos cada vez más.

Adiós, pues, a la magia del libro. Bajtin dice que arrancó no pocas páginas de su obra sobre estética para paliar la cruel carencia de papel de fumar, pero, siendo un poco más crudos, yo arrancaría más de la mitad de las páginas de mis libros para limpiarme el trasero. Del Quijote que nadie toque una coma. Desde luego, ya he visto libros míos en librerías de viejo y de saldo de varios países a precio tan bajo, que supongo que su destino final sería el mismo, el del servicio anal.

Al escribir esto yo mismo me sorprendo, pero si uno se descuida es más fácil morir con honra que pensar con orden. ¿Libros? Lo que tampoco me hace feliz es la enorme cantidad de gatos que hay en las librerías o almacenes de lance, cuyo servicio atrapando ratas queda compensado con la digesta de las mismas, cacas que a su vez los libreros tampoco tienen demasiado empeño en barrer. Dialéctica endiablada: a) escribes el libro; b) intentan comerlo los roedores; c) los cuales son comidos por los felinos, d) con cuyas cacas se intoxica al fin el pobre autor que se proponía rescatar su honor recomprando su propia escritura de entre aquel vergonzoso cagadero, e) finalmente queda intoxicado por lo que escribió con tanta ilusión, f) y además se pregunta atribulado si esto le ha ocurrido tal vez en venganza por una escritura que no debería de haberse publicado, de puro mala. Y luego a eso le llama, con los malos guestaltistas, ‘ciclo de la experiencia’.

Al parecer estos desmadres vienen de muy lejos, pues «los conquistadores musulmanes de Alejandría, al condenar a las llamas a la legendaria biblioteca, dijeron: “Si contenía el Corán, ya tenemos copias; si no lo contenía, no merecía la pena preservarla”». Incluso los alcahuetes poco inclinados a entrar en religión toman los hábitos y reciben las órdenes incendiarias de sus santos padres y de sus órdenes de predicadores tribales para ciscarse en los textos unciales de las tribus contrarias. Y luego pasa lo que pasa: el libro se llamaba Che Guevara, ahora es echado a las llamas porque se ha convertido en Qué Güevada.

Dijo Borges que la censura es la madre de la metáfora, pero hay censuras demasiado clausuradoras y hay metáforas que conducen a Villamiseria en el país de los brutos, lo cual ocurre, por ejemplo, a los cerca de setenta millones de volúmenes de la Biblioteca del Congreso de Washington, que cada vez almacena más caca, o sea, no literatura de saber, sino literatura de poder: los escritores que han aullado como lobos contra ello desde aquellos anaqueles, han sido devorados en premio. Y vuelta a empezar después de tanto Gutenberg: «Hoy lo más increíble es el espectáculo de un chiquillo que corre a refugiarse a la sombra de una cabaña con su libro. Al niño actual ni se le ocurre meterse en su habitación a soñar despierto, abrir una novela por cualquier página, dejarse hipnotizar por los misterios de los caracteres. Lo esperan en todas partes, la tribu le llama sin parar: a yudo, a violín, al club de teatro, ¡hasta a la biblioteca! La experiencia de la soledad, de la mirada posada en la ventana sobre los tejados, la experiencia de esa tristeza tan extraña y dulce que está en el fondo de todos los libros como una luz de sombra, esa experiencia capital en la que consiste la iniciación al mundo y a la finitud, esa experiencia se ve como impedida, incluso prohibida. Y aquí seguramente estoy obligado a hablar de odio»1.

Dicho todo lo cual, y quizá porque ya no sepamos hacer cosas mejores, es decir, pocos libros pero muy buenos, no tenemos más remedio que volver al humilde librito, no nos vaya a pasar a lo que a Séneca: «Todas las veces que estuve entre los hombres, volví menos hombre que antes»2. Ahora bien, «esto nos acontece con frecuencia cuando charlamos mucho. Siempre es más fácil callar, que hablar sin errar. Es más sencillo encerrarse en la propia casa que controlarse convenientemente afuera. Por eso, aquel que desee allegarse a la espiritualidad interior debe apartarse del bullicio del mundo. Nadie está entre la gente sin peligro, si no ama el recogimiento. Nadie habla con acierto, si no sabe callar. Nada está firme sobresaliendo, si no prefiere vivir en el llano. Nadie puede dirigir a los demás con seguridad, si no aprendió antes a obedecer». Es palabra de Tomás de Kempis3.

Y, dicho esto, volvemos a repetirlo para los más sordos: toma el libro y lee. No te va a pasar nada malo, o mejor dicho, si no te pasa algo, pide permiso para que te pase algo, aunque no estés muy seguro de la bonanza de los resultados, y aquí te doy una idea. Agarra una pared y enfada al dueño ensuciándola con tu action-Painting, esa corriente del arte abstracto en su versión expresionista, que intenta transmitir el espontaneísmo de la acción de pintar con colores aplicados sin un orden preestablecido, por lo cual tiende, más que a representar una acción, a ser, por sí misma, acción. Pero no hagas el gilipollas.

Para que no te dé la tentación de hacerlo, ¡lee! Al final tienes que leer leyéndote también a ti mismo, que no es libro fácil ni de parva lectura. Vas a encontrarte un palimpsesto, es decir, un escrito antiguo que escribiste sobre ti mismo hace mucho tiempo, sobre el que has reescrito más de una vez, y que a pesar de conservar tus rasgos primitivos todavía no conoces. De este modo evitarás tanto las risitas tontas de tu tribu, como los ungüentarios o lacrimatorios plastas del ‘no somos nada’, y menos aún en calzoncillos. Pero bueno, basta de bizantinismos, le doy permiso a mi lector y a mi lectora (tengo la parejita) para que pase a leer cosas mucho mejores. Nihil obstat.

1 Steiner, G: El silencio de los libros. Ediciones Siruela, Madrid, 2011, pp. 77-78.

2 Séneca, Epístola VII, 3.

3 Kempis, T. de: Imitación de Cristo. Editorial San Pablo, Madrid, 2015, pp. 49-50.