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Las Guindillas ante el sexo picante - Carlos Díaz

«–Don José, no sé si me podrá absolver usted. Ayer domingo leí un libro pecaminoso que hablaba de las religiones en Inglaterra Los protestantes están allí en franca mayoría. ¿Cree usted, don José, que si yo hubiera nacido en Inglaterra hubiera sido protestante? Don José, el cura, tragaba saliva. –No sería difícil, hija. –Entonces me acuso, padre, de que podría ser protestante de haber nacido en Inglaterra»1.

La Guindilla ultrapusilánime era además el rayo que no cesa en su militancia en pro de la pureza sexual más rigorista: «–Pongamos luz en la sala y censuremos duramente las películas, don José, arguyó la Guindilla mayor. A la vuelta de muchas discusiones se aprobó la sugerencia de la Guindilla. La comisión de censura quedó integrada por don José, el cura, la Guindilla mayor, y Trino, el sacristán. Los tres se reunían los sábados en la cuadra de Pancho y pasaban la película que se proyectaría al día siguiente. Una tarde detuvieron la película en una escena dudosa. –A mi entender esa marrana enseña demasiado las piernas, don José, dijo la Guindilla. –Eso me estaba pareciendo a mí, dijo don José. Y volviendo el rostro hacia Tino, el sacristán, que miraba la imagen de la mujer sin pestañear y boquiabierto, le conminó: –Trino, o dejas de mirar así o te excluyo de la comisión de censura»2.

¿Qué hubiera dicho la casta Guindilla de haber conocido la colonia fundada en 1860 por Josiah Warren, Modern Times? «El matrimonio era una cuestión absolutamente individual: se podían casar ceremoniosamente, o no, vivir bajo el mismo techo o en alojamientos separados, dar a conocer sus relaciones o conservarlas en secreto. La separación podía realizarse sin la más ligera fórmula. De esta ausencia de reglamentación en materia de unión sexual habían surgido ciertas costumbres: que era una descortesía preguntar quién era el padre de un recién nacido, y hasta tratar de averiguar quién era el marido de esta o la mujer de aquél. Los casados que deseaban publicar su estado llevaban en el dedo una cinta roja, y la desaparición de esta cinta indicaba que había terminado el compromiso»3. ¿Y cómo hubiera podido pensar la Guindilla mayor que eso constituía para sus defensores los colonos la quintaesencia del perfeccionismo moral, siempre buscado en Modern Times?

El mismo perfeccionismo se buscaba en Oneida, una próspera colonia existente entre 1849 y 1879 en el Estado de Nueva York fundada por John Humphrey Noyes, que llegó a tener 306 colonos. Su convicción sexual quedó plasmada por la siguiente filosofía: «La historia secreta del corazón humano demuestra que es capaz de amar a gran número de personas y numerosas veces, y que cuanto más ama, más puede amar»4. Los perfeccionistas de Oneida hubieran querido que, en su comunidad, cada hombre hubiera sido el marido de todas, y cada mujer la esposa de todos hombres, siendo los hijos criados por la Colonia. De todos modos, los perfeccionistas advertían de que el «acto propagador», como ellos lo llamaban, en exceso agotaba al hombre y lo ponía enfermo si se repetía con excesiva frecuencia, una forma de higiene venérea. Allí no se conocieron enfermedades venéreas, lo cual se atribuye a que no tenían relaciones sexuales con personas ajenas a su Colonia. Su amor libre se basaba en una derivación del comunismo económico, a saber, el comunismo amoroso. Además, no fumaban, no bebían, sólo comían carne dos veces por semana, no se cuidaban de las modas, y las mujeres de Oneida llevaron siempre los cabellos cortos. En su mundo aparte no se veía a nadie perseguir judicialmente a otro, donde nada tenía que hacer la policía, y donde no había pobres.

No sé, en cualquier caso, qué hubieran dicho las Guindillas de Miguel Delibes, ni sus amigas a las que apodaban «las Cacas, porque se llamaban Catalina, Carmen, Camila, Caridad, y Casilda y el padre había sido tartamudo»5. Quizá se hubieran quedado también ellas, las guindillas y las cacas, tan estupefactas como tartamudas y apestadas por la caca ajena.

1 Delibes, M: El Camino. Círculo de Lectores, Madrid, 1985, p. 56.

2 Delibes, M: El Camino. Círculo de Lectores, Madrid, 1985, p. 167.

3 Armand, E: Historia de las experiencias de vida común sin Estado ni autoridad. Ed. Hacer, Barcelona, 1982, p. 155.

4 Armand, E: Historia de las experiencias de vida común sin Estado ni autoridad. Ed. Hacer, Barcelona, 1982, p. 166.

5 Delibes, M: El Camino. Círculo de Lectores, Madrid, 1985, p. 88.