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Un virus deleznable (Diario de campaña 20) - Benito Estrella

Yo sólo quiero ser, por un momento,
esta carne que no sabrá morir
sin comprenderse antes.
                     Agustín Pérez

Terminado el estado de alarma, los periódicos, las radios y televisiones, las redes sociales se han lanzado a dar su parecer sobre este tiempo de pandemia. Echar la mirada atrás es para mí muy triste, pues tengo la mala costumbre, y rara en este país de lotófagos, de no poder olvidar ciertas cosas que han dejado en mí heridas profundas. Hay que seguir viviendo, es verdad. Pero para seguir viviendo no basta con tener abiertos los mercados; hay que tener abierto el corazón, aunque nos duela. Porque todavía no somos conscientes de la carga que ha echado sobre nosotros esta pandemia. Y no lo seremos hasta que no nos duela hasta el corvejón y nos impida andar con la alegre inconsciencia del mundo en que vivimos.

¿Cómo saldremos de ésta? ¿Ávidos por comernos esa parte del mundo que nos han sustraído por unos días, como la golosina que se le esconde al niño como castigo por su mala conducta? ¿Nos esperan, como algunos quieren creer y hacernos creer, otros nuevos años veinte de satén, plumas y charlestón, de prestado, y el que venga detrás que plante olivos? ¿O quizá, más serenos, recojamos la invitación a pensar en lo que nos haya podido enseñar este monacato breve que la historia, el azar o el destino nos ha ofrecido ahora? ¿Estamos dispuestos a aprender? ¿Tenemos la actitud adecuada del discípulo, del estudiante, del verdadero aprendiz, a la vez humilde, curioso y disciplinado? Lo más grave: ¿habremos aprendido a habitarnos primero para que así podamos habitar en un mundo de verdad? Fijaos de lo que se habla ahora, de ‘inmunidad de rebaño’. ¿No es el rebaño el que nos hace inmunes al mismo pensar, que es cosa de uno frente a sí mismo?

Hay un cuento de Kafka que habla de un viejo que está sentado en el umbral de su casa, que es la última del pueblo, viendo como pasan aquellos que se dirigen al pueblo más cercano. El viejo está pensando que si esos viajantes supieran de verdad lo breve que es la vida se quedarían, como él, en el pueblo, pues comprenderían que el pueblo más cercano está tan lejos como si estuviera en el fin del mundo. Y es que lo breve de la vida no está en los años que nos dura, muchos o pocos, siempre corta, sino en cada uno de los momentos que vivimos y que apenas se asoman se van, empujados por nuestros afanes de viajes y visitas a los pueblos más cercanos, que hoy son todos los pueblos del mundo. La vida nunca es breve para el que viaje dentro de sí, sino para el turista que pasa por todos los lugares con ojos hartos de mirar sin ver.

En este mundo global en el que estamos tan juntos y revueltos sin apenas mirarnos y vernos, es decir, a la vez tan lejanos realmente los unos de los otros, ¿qué clase de contagios queremos evitar? ¿No serán esos que hacen crecer la vida en vez de atacarla? Dice el Tao Te King que los pueblos felices son aquellos que, estando tan cercanos que se oyen los cantos de los gallos y el ladrar de los perros de uno al otro, sus gentes, sin embargo, pasan toda la vida sin hacerse visitas. ¿Comprendemos esta verdad? Porque no es el rebaño lo que nos hace más humanos, sino la comunidad; y esta, si quiere serlo de verdad, solo puede realizarse con el prójimo, con lo próximo, con un tú que es un yo como yo, con una persona de carne y hueso, y no con estadísticas, géneros y abstracciones.

***

Ruidos en los oídos. Moscas en la vista. Calambre en las manos. Mal gusto en la boca. Moco en la nariz… La carne, que está vieja; y el cuerpo, no digamos. Al calor del roce de los días uno va viendo cómo el futuro se va fundiendo y escapa como nieve apretada en la mano. Quieres que se acabe este confinamiento y te das cuenta de que tú también te vas acabando con él.

Para seguir viviendo vas guardando los dones de la vida, los pones a recaudo en el parco y frugal, más secreto rincón de tu memoria, lejos de los despojos de las cosas marchitas y las vivencias muertas. Esos sueños, quizás, los más veraces que alumbraron tu vida muy temprano. Aquellas ilusiones palpitantes que ardían en tu joven corazón y al remover sus pálidas cenizas desprenden ese tibio calor que aún te turba. El color y las formas de las cosas mostrándose en su brillo provisional y efímero. La nostalgia insistente de aquel cuerpo que no pudimos abrazar jamás. Los momentos de paz y de sosiego que trajeron los años más maduros, quizá solo engañosos consuelos de la edad. Porque este atuendo de años recibidos, que nos ha revestido con el uniforme de ser población de riesgo, ¿qué cubren, que sea de verdad experiencia de la vida? ¿Cómo arropan mi infirme y consustancial desnudez? ¿Con qué extraño estipendio enajenado puede pagar mi tarea diaria de vivir en tanto vivo? ¿No elevarán los mismos años mi deuda contraída con la vida y todo cuanto me ha regalado y aumentarán mi carga en las últimas cuestas del camino? ¿Qué clase de débitos en el tránsito de cada ahora te reclamarán lo que hayas vivido?

«Ya nuestra vida es tiempo… », decía el poeta. No dejes que se pasen esos momentos en los que el ángel da su bendición y te halle distraído. Pues siempre están ahí las cosas todas, solas, frías y trémulas, esperando tu abrazo de acogida.

¿Y he de morir antes de que florezcan las lilas del lilero que sembré hace ya tiempo? ¿Antes de que se aquiete el alma del almendro y deje que se cuaje su nata milagrosa? ¿Antes de que se abrochen los desgarros de otras horas vividas que todavía traen los recuerdos? ¿Antes de que alcance en mi vida la Vida su pleno cumplimiento?

Cuenta solo con aquello que en tu memoria, y por pura gracia también, has ido guardando: la moneda sin precio de tu agradecimiento por todo lo que te ha dado la vida en las manos de hombres y mujeres con los que te has topado. ¿Quién podrá arrebatarte lo que el cielo te dio, lo que te guarda el cielo? Ya que nunca sabemos sobre qué edificamos nuestra virtud, si la tenemos, río abajo, regando las orillas, déjate fluir como las «mesmas aguas de la vida», que ya desde su fuente y mientras pasan vienen plenas de amor y lealtad.

Zafra. Julio de 2020