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“Dejadlos crecer juntos hasta la siega” (Mt 13,24-43). ¿Pasividad? - Francisco Cano

La experiencia de la humanidad hoy, con el Covid-19, es incertidumbre, miedo, inseguridad, tristeza, falta de sentido (campo psicológico, por ejemplo depresión) causados por un virus que nos ha venido; pero nos han venido con él otros ‘males’ adyacentes, que no son tales: la ‘purificación’, el desapego a tantos ídolos, necesario para que surja algo nuevo (campo teológico: noche oscura). No es lo mismo depresión que noche oscura, aquí Dios está hablando. El hombre no tiene en su mano el mundo, se le escapa, no lo domina. Nos han engañado, hemos sido unos crédulos. La ruptura es dramática, lo queramos o no lo queramos. Nos vemos peores que antes, pero puede que sea para ir mejor. A través de la purificación de los apegos Dios está actuando. ¿No es esto positivo? Se necesita humildad para poder aceptar este lenguaje de Dios en la tribulación. Cualquier experiencia de la vida nos puede introducir en la ‘noche’. La del Covid-19 también.

Entrar en la dinámica de la historia, sin pretender exigir aquí y ahora el ‘ya’ del Reino… Son muchos los que quieren ver ya el final de la historia: les falta perspectiva histórica. No soportan la oscuridad, la inmediatez les domina. Nos hemos creído que lo podemos todo. El hombre no tiene en su mano el mundo, se le escapa. Sí, soñábamos que la biomedicina en el futuro nos libraría de la muerte. Y no, no es así. Hemos dado culto a dioses que se pensaba que no tenían límites, que esconden, como siempre, tristeza, esclavitud, desesperación, sufrimiento que Dios no quiere. Han engañado a muchos, hemos sido crédulos.

No soportamos los procesos, y sólo queremos ver la alegría de un final feliz. Y así estamos oyendo, escribiendo, polemizando sobre el Covid-19 y lo único que sacamos en claro son improvisaciones, prisas que sólo conducen a emitir juicios o decisiones equivocadas, y nos olvidamos de que no hay forma más hermosa de buscar y anunciar la verdad de Dios que la fraternidad y la solidaridad con el mundo en el que Dios quiere ser el amigo. ¿Puede ser creíble este mensaje? ¿Quién habla y testimonia esto? ¿Es que no es esto lo fundamental?

¡O sea, que la respuesta la tenemos nosotros! La revelación bíblica nos recuerda constantemente que la alianza entre los humanos y Dios, hace imperativa la denuncia y el abandono de los ídolos. ¿No es evidente la caída de los ídolos con el Covid-19? ¡Cómo se resisten! Hoy como ayer nos enfrentamos a este desafío. Es bueno que el confinamiento tenga una influencia en la mentalidad materialista que ha desestabilizado las sociedades que se habían establecido bajo la ilusión del control, y esto ha saltado por los aires, y han salido los desequilibrios ocultos, los desastres enterrados: consumismo, materialismo, individualismo, indiferencia ante el planeta tierra y sus recursos limitados…

¿No es esto purificación pasiva? Sí, pasiva porque nos ha venido, y nos esta purificando de los dioses a los que damos culto (aquí hemos sido activos), si sabemos aceptarla. La plenitud que nos asegura el Reino de Dios va precedida de una historia que se desarrolla en medio de contradicciones, de violencias y de procesos que intentan pararlo, impedirlo. La perspectiva de Dios es distinta: sólo al final de la historia se puede emitir un juicio sobre el ser humano y sobre la historia.

La paciencia de Dios es nuestra seguridad; y si el hombre quiere acelerar los procesos de la historia, Dios da al tiempo su medida justa y sigue esperando en que el hombre se convierta y viva. Desde que Israel sale de Egipto hasta que entra en la Tierra Prometida pasa un tiempo que es revelador, pedagógico, supera las dificultades, es tiempo de maduración. Dios se toma tiempo. ¿Desde dónde discernimos? Ya sabemos a dónde podemos llegar con sólo nuestros recursos.

En este tiempo de confinamiento el Espíritu nos está regalando este saber esperar, profundizar y abrirnos al Espíritu para poder acertar o, al menos, iluminar el momento presente; la impaciencia todo lo estropea. La historia de la humanidad está llena de torpezas y errores. Por esto el evangelio nos dice que no hay que arrancar la cizaña de inmediato, sino dejar que la cizaña y el trigo crezcan. La razón es clara: los tiempos de Dios no son nuestros tiempos. ¿Maduraremos nosotros en la situación actual? Si lo hacemos, experimentaremos, sabiendo permanecer en la oscuridad, su acción sanadora. La noche tiene siempre su alborada. Aquí no hay buenos y malos, ¿acaso no somos nosotros esos malos que hoy pedimos que Dios arranque de su Reino? Dios ve más allá de lo que vemos nosotros, que somos miopes. La paciencia la necesitamos para padecer sin alterarnos. Dios no destruye a los malos, da tiempo para que se arrepientan, se conviertan y experimenten su acción salvadora en el tiempo. Esta purificación lleva consigo la noche… Ahora es el momento de ‘darse cuenta’ de quiénes somos, y en qué manos estamos: las que acogen, sin distinción, a todos. El amor de Dios no entiende de buenos y malos, porque Dios es amor y ama a todos, en especial a los que no le aman, por eso tiene paciencia y espera.

Cualquier experiencia en la vida nos puede introducir en la ‘Noche’. Creemos que es ‘en la noche’ donde Dios empieza a actuar en nosotros. Es noche cuando nos situamos en actitud teologal, que es sacar la luz de la oscuridad, el proyecto de Dios que somos. No sabemos lo que está pasando, y la ciencia no da solución a las preguntas existenciales que estamos viviendo. ¿Qué respuestas estamos dando a las angustias y tristezas de los hombres de hoy? Hay vida más allá de lo realmente visible, en todo hay lado visible e invisible, pero «lo esencial es invisible a los ojos» (El Principito). Necesitamos buenos acompañantes que nos conduzcan a lo profundo del ser humano ante la situación de oscuridad a la que el Covid-19 nos ha conducido, porque no estamos solos, y esto, por muy malo que sea, puede ser lo mejor que nos puede pasar. Saber aprender y acoger con paciencia los planes de Dios, sin conocer el final al que nos lleva, pide saber permanecer. Ahora, sí que es cierto, a la luz de la fe, que cuanto peor, mejor. Muchos hermanos nuestros en la fe nos han mostrado en sus vidas, en los momentos de oscuridad y silencio de Dios, más presencia de su amor. Vivían más alegres. San Juan de la Cruz con «el arrimo de Dios y el desarrimo de los hombres», escribe:

«Y aunque tinieblas padezco
en esta vida mortal,
no es tan crecido mi mal,
porque, si de luz carezco,
tengo vida celestial;
porque el amor da tal vida,
cuanto más ciego va siendo,
que tiene al alma rendida,
sin luz y a oscuras viviendo».