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Por tierras de Castilla - Carlos Díaz

Hace medio siglo, desde que nos casamos, que paso parte del verano en Burgos, la patria chica de mi esposa. Es una ciudad hermosa, limpia, verde, habitable y burguesa, en la que el generalísimo Franco lanzó su celebérrima declaración del día de la victoria el 1 de abril en un palacete ahora reconvertido en burocrática propiedad de la Junta de Castilla y León, donde se juega a pasar que allí no pasó nada y se exponen cosas anodinas que nadie visita ni antes ni después del Covid.

Castilla la Vieja es eso: vieja y castellana, ajena a todo menos a su macicez de siempre, ahora aderezada con las guindas de la gente pija y posmoderna, renuevo de lo tradicional. A mí, anarquista, me encanta sin embargo un cierto personalismo comunitario de José Antonio Primo de Rivera, con independencia de muchas cosas displacenteras. Pero su hálito de eternidad que en él se concentra en Castilla permanece en mí: «Castilla, que es la tierra, sin galas ni pormenores, la tierra absoluta, la tierra que no es el color local, ni el río, ni el lindero, ni el altozano. La tierra que no es, ni mucho menos, el agregado de unas cuantas fincas ni el soporte de unos intereses agrarios para regatearlos en asambleas, sino que es la tierra; la tierra como depositaria de valores eternos, la autoridad en la conducta, el sentido religioso en la vida, el habla y el silencio, la solidaridad entre los antepasados y los descendientes. Y sobre esta tierra absoluta, el cielo absoluto.

»El cielo tan azul, tan sin reflejos verdosos de frondas terrenas, que se dijera que es casi blanco de puro azul. Así Castilla, con la tierra absoluta y el cielo absoluto mirándose, no ha sabido nunca ser una comarca; ha tenido que aspirar siempre a ser imperio. Castilla no ha podido entender lo local nunca, Castilla sólo ha podido entender lo universal, y por eso Castilla se niega a sí misma; no se fija en dónde concluye, porque no concluye, ni a lo ancho, ni a lo alto»1.

Sin deseos de rutas imperiales, qué hermoso tener sueños, y no las pesadillas de ladrones, que hacen granjería de lo público mientras presumen de políticos pulquérrimos. En cuanto tocan poder caen de bruces a modo de piquetes de alabarderos pretendiendo mantener la honrilla doctrinal pero echándolo todo a barato. El envilecimiento del poder y de la gente castellana es inevitable. Esta mañana preciosa caminaba por la amable ciudad de Burgos, y durante cinco largos minutos venía escuchando la conversación que se traían detrás de mí dos chicas y un chico de unos diecisiete o dieciocho años, cuyo paso se había acompasado al mío. Iban bien vestidos o bien desnudos, según se mire. Su lenguaje, sobre ningún contenido comunicativo, estaba constituido sobre venablos archisoeces cagándose en todo lo divino y en lo humano, y anteponiendo la palabra ‘puta’ a cualquier palabra, como en las series de narcos que se ven por Netflix. Hasta que me detuve y les interpelé seriamente, a lo cual ellos respondieron burlándose de mí con gestos y palabras brutales. Es la nueva normalidad, la nueva normalidad de la nueva humanidad, con la cual no sé si tengo en común algo más que el inevitable ADN de la especie animal en cuanto que animal.

¿Qué hubieran dicho estos energúmenos de haber sido educados en términos de fraternidad, fidelidad, libertad, Dios, etc.? Estoy seguro de que no habrían entendido nada, ni dicho nada, porque carecen del pensamiento necesario y del léxico correspondiente para traducirlo, pues tu discurso ha devenido demasiado elevado y complejo para su sistema de señales. No está en su cosmovisión, ni en su cultura, ni en su vida, ni en su entorno, lo cual no impide que se les vea animados, felices, e incluso sobrados. Son el último grito en la evolución de las especies.

Yo clamo a Dios continuamente desde este estercolero para no terminar maldiciendo a Dios y luego morirme. Hablo a Dios, pero Dios calla. Sin embargo, aunque ansío su palabra, el silencio de Dios es para mí más poderoso y locuente que el albañal de la palabra aberrante.

1 Palabras de José Antonio Primo de Rivera en1934 en el teatro Calderón de Valladolid. In Pérez, J: España a dos voces. EASA, Madrid, 1961, pp. 319-320.