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«Salió el sembrador a sembrar»: Dejar el confinamiento intelectual - Francisco Cano

Durante el tiempo de confinamiento científicos, filósofos, intelectuales y teólogos han puesto en comunicación interesantes reflexiones sobre el después. Estas reflexiones deben ser desconfinadas y puestas en diálogo para hacer posible nuestro futuro común y que no sean palabra del pasado, sino fraterna palabra del futuro.

El futuro le pertenece a Dios, pero el esfuerzo de colaborar con Él nos pertenece a nosotros. Estamos viviendo como lo que se ha llamado «la nueva normalidad», y requiere una nueva actitud para situarse ante ella: lo perdido no nos conduce a ningún lugar.

Nosotros tenemos que saber articular un mensaje razonable y fundamentado en la esperanza. Pero no nos engañemos: alcanzar el bien es arduo, y sobre todo tomar conciencia de que el mal está ahí en nosotros y que se manifiesta de muchas maneras en la vida de cada uno. Tiene rostros concretos. Sí, sólo hace ver, escuchar noticias negativas y una moral de derrota. ¿Esto sólo ocurre a otros o nos pasa a los creyentes también? Observemos nuestra manera de sentir, pensar, hablar y actuar.

La esperanza es nuestra fuerza, un depósito de energía, pero esto no es compatible con el desencanto de algunos.

¿Con quién se ceba la crisis actual? Con los más débiles, en quienes crea impotencia y miedo, inseguridad, vacío. Los creyentes no nos vemos libres de esta experiencia.

Ahora es cuando hace más falta la confianza y la creatividad. ¿Qué estamos haciendo? Empecemos por cambiar actitudes, procedimientos y estilos de vida. Porque ya sabemos lo que produce el tóxico Covid-19: gente amargada, criticona y asqueada.

Para no estar divididos y rotos, acojamos la propuesta de Dios, dejemos el pasado: lo mejor está por venir, las personas que miran siempre atrás o a los lados, ni avanzan ni dejan avanzar. Sí, busquemos la gloria de Dios, y no la nuestra, «la gloria de Dios es que el hombre viva» (S. Ireneo) y dejemos de alimentar nuestros propios deseos no confesados de fama, de reconocimiento, o lealtades afectivas. No digamos que esto no pasa entre nosotros, porque nos engañaríamos. ¿Por qué a veces encontramos en la comunidad tristeza en los rostros y en el alma, queja permanente y dificultades para la convivencia causadas por personas concretas que frenan nuevos modos de proceder? Jesús en el evangelio nos muestra que nuestra pequeñez está en poner nuestra confianza en nuestras propias fuerzas, pero si aceptamos nuestra pequeñez y ponemos nuestra fuerza en Dios, somos fecundos.

Sigamos proponiendo un modo de vida alternativo, un modo de entender la calidad de vida, alentando un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente. Los medios nos los proporciona la Iglesia primitiva: rezaban y partían el pan en la casas: oración y relación con la personas como expresión de fe, y no sólo en las casas, sino en los grupos diversos en los que se realiza nuestra acción diaria: grupos de Iglesia, grupos sociales, culturales, ONG, ¿acaso no es esto en lo que estamos implicados? Este es nuestro programa de acción como comunidad. Agradecemos a Dios la creatividad de los hermanos implicados en estas tareas que concretan nuestra misión.

Tenemos claro que la vivencia de todo esto nos devuelve a una iglesia pequeña, minoritaria, consciente de ser grano de mostaza, fermento en medio de la masa inmensa y dispersa. Hemos de asumir esta pequeñez, que no equivale a insignificancia. Tenemos que ser significativos. Lo hacemos viviendo la fe en pequeñas comunidades, valoremos la comunidad y los grupos a los que pertenecemos.

Para no perdernos en la confusión, la acción debe enraizarse en la contemplación, para presentar una palabra, no del pasado, sino palabra fraterna de futuro. No tratemos de salir de la pandemia cubriéndola con una venganza del disfrute, porque el retorno a la normalidad va a ser lento y va a pedir una larga convalecencia.

Los primeros cristianos vivieron un tiempo de confinamiento después de la crucifixión de Aquel en el que habían puesto su confianza, y estuvieron tentados de volver a la antigua vida, y así recuperarían la antigua seguridad, pero eso les habría llevado a estar más tristes, más desesperados. Sólo el encuentro con Cristo resucitado les llevó a romper con el confinamiento y a proclamar la promesa de la fraternidad, y de este modo salieron de la dispersión de la Torre de Babel a Pentecostés. Nosotros, acompañando a las personas aisladas, vulnerables, contribuimos a dar un testimonio de solidaridad y fraternidad ante la multitud. Durante este tiempo hemos potenciado más la oración personal y la relación familiar, y hemos encontrado el medio de encontrarnos en la oración comunitaria-eucarística (en videoconferencia).

Para nosotros no hay forma más hermosa de buscar y anunciar la verdad de Dios que la fraternidad con el mundo del que Dios quiere ser amigo. Es tiempo de sembrar. Dios interviene en la historia y lo hace como la semilla que crece de dentro hacia fuera y desde abajo hacia arriba (15. T. O. Eucaristía 2020).

Nuestra espiritualidad se desarrolla en la vida ordinaria que está marcada con el estilo de Dios, que pide libertad antes que conseguir objetivos, que pide transformación del corazón antes que frutos. Quienes tienen el corazón embotado con racionalizaciones o entretenido en otros amoríos, mirarán sin ver y oirán sin tener oídos para entender. Sólo el que ama hace su vida fecunda.