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Entretelas de España. Meditaciones sobre una nación moribunda - Carlos Díaz

Me lo he leído de un tirón. Acaba de aparecer la semana pasada el libro homónimo de Agapito Maestre, uno de los raros pensadores españoles que en la actualidad aún se preocupa por lo español, y que recoge el guante de todas las polémicas básicas que se han librado a favor y en contra de la identidad patria. La posición de Maestre se sitúa en el estro de Ortega, de Menéndez Pelayo y de los mejores intelectuales apologetas de España. Entra y sale nuestro autor como Pedro por su casa de las casas de Sánchez-Albornoz, Américo Castro y otros grandes clásicos hispanistas, llegando también a Calvo Serer, Laín Entralgo, y muchos más ya contemporáneos, con los que yo mismo he polemizado. Personalmente no conozco a nadie que sepa más de todo esto a lo que denominamos España. Agapito Mestre es un españolista felizmente desacomplejado, y su presencia ubicua en los medios le señala como un polemista de corazón en la antípoda de un folclórico. Su pluma, su corazón y su mente son liberales, de un liberalismo bien tajado. Ante la imposibilidad de resumir un libro tan lleno de contenido (y a la vez tan legible y pedagógico, profundo y dinámico) me veo forzado a invitar a lo que para mí ha constituido una gratísima lectura.

No puedo estar más de acuerdo de lo que estoy con que nadie da un duro por España, y menos en unos tiempos en que los nacionalismos separatistas buscan sin cesar su voladura, que probablemente logren, pues todo cambia y también las almas de los pueblos, sus geografías y sus historias, también los vivos mueren. A mí, que soy un nostálgico empedernido, tal cosa me displace, pero todo cambia y nada es. Ciertamente, los españoles apenas saben ya cuáles son los límites de su patria, como el granjero americano, sin que tampoco falten los que ven a ‘este país’ como un chicle cuyas fronteras pueden estirarse a como dé lugar, desde el sur de Francia hasta La Rioja. Y esto no sólo retóricamente, sino poniendo los muertos sobre la mesa para empezar a dialogar sobre España: «¿Cómo es posible que los españoles se hayan matado entre ellos, cuál es la sustancia moral de los españoles que los conduce a estas guerras fratricidas, en fin quiénes somos los españoles?… Desdichado mito acuñado por Larra en su célebre epitafio: Aquí yace media España; murió de la otra media»1. Pues España sigue siendo dos Españas, no sin haber sido antes lo que la ha llevado a ser la que es hoy, a saber, una sombra, una ilusión, una quimera, cuya definición queda expresada en los garrotazos de Goya. Somos la eterna guerra civil.

Dicho lo cual, tengo un problema con Agapito Maestre, y es que él es liberal español, y yo libertario metapátrida, pero eso ni me roba afecto a su persona, ni me lleva a despreciar su inteligencia. Y, siendo para mí tan grato dialogar con el oponente buscando la luz pero sin dejar cadáveres de por medio, declaro mis hostilidades intelectivas al amigo a partir del capítulo decimosegundo. Al profesor y catedrático Maestre no le molesta el filósofo Santayana cuando decía que «la lealtad de un hombre hacia su país debe ser condicional, por lo menos si es un filósofo», aunque añade: «pero, seguramente, erraba cuando apelaba a que la humanidad y la justicia estaban por encima de la patria. Creo que una apelación abstracta a las ideas de humanidad y justicia, lejos de resolver nada, aun enmaraña y complica más el asunto. Tampoco puede hablarse de patrias en abstracto. No todas las patrias son iguales. Por favor, filósofos antipatriotas, un poco de respeto por lo real. Quienes confunden unas patrias con otras, hacen mala filosofía. No se puede filosofar, pensar, contra todas las patrias sin caer en los riesgos que se derivan de una palabrería vacía. Los filósofos antipatriotas son tan torpes como aquellos otros que ocultan los problemas filosóficos, que se derivan de lo real, con soluciones etimológicas. Las etimologías ayudan, pero nunca resuelven. Las palabras no abarcan nunca toda la realidad: decir que todas las patrias son iguales de falsas y envilecedoras es negarse a pensar, distinguir y matizar. Mi patriotismo puede ser muy limitado, pero jamás me llevaría a decir que estoy contra todas las patrias»2. Por tanto, y de acuerdo con Ortega, Agapito Maestre añade a la frase orteguiana «la Nación no es nosotros, sino que nosotros somos Nación», esto otro: «La Nación es anterior a nosotros»3.

Ahí queda todo un manifiesto político, si bien su denotación es tan grande que lo hubiera podido firmar Hitler, sin que esto sea escandaloso para nadie. Lo que me interesaría mucho más es ir al argumento filosófico, que mi querido amigo Agapito Maestre despacha con cierta ingenuidad. Todo lo que se piensa es de suyo un concepto, y por tanto una idea, una esencia, y de esto no se salva patria ni matria alguna. España es, en consecuencia, un concepto devenido a lo largo de la historia, la cual también es un concepto. Inevitablemente, también es un concepto decir que ‘realismo es un concepto’. Contraponer incluso ‘la realidad’ al ‘concepto’ es ya una contraposición inevitablemente conceptual.

De ahí que defender que no todas las patrias son iguales, o que sí lo son, es estar reconociendo que detrás de su pluralidad hay un eidos o esencia común a todas ellas, pues de lo contrario no podríamos hablar de la patria, ¿no decía eso el Gorgias de Platón?

Por otra parte, no sentir apego por tal o cual patria, e incluso sentir desapego por todas, no es un problema disnoético o de debilidad argumental, antes al contrario, son muchos los filósofos y pensadores que se han declarado no patriotas precisamente porque aman lo universal, sí, la unidad de destino en lo universal, aunque también lo universal sea un concepto, y precisamente por ello, y no al modo en que los platónicos desquiciados creen que las ideas son arcángeles desplumados.

A lo menos yo me declaro metapatriota porque me disgusta la estructura real de la patria, gobernada como está por un Estado de banqueros, por una judicatura que come en la mano del poder, inevitablemente partidista, por una policía dependiente, en fin, toda esa concatenación cínica que habla en favor del reparto de justicia real (y a la vez, por supuesto, conceptual), aunque no sea lo mismo el Estado noruego que el Estado de Teodoro Obiang Nguema. Esto me impide creer en la hipóstasis patria, ni en su correspondiente Estado hipostasiado sin mezcla de mal alguno, como infortunadamente lo han vendido socialistas, comunistas, liberales e incluso libertarios extraterrestres.

Nada pues de apelar a algo abstracto como si fuera real, ya leí a Platón en griego (de ahí mi interés por la etimología, que ayuda más que su ignorancia) y en eso no puedo seguirle. Por eso no soy anarquista de pajaritos preñados, ni creo en la candorosa bondad de Rousseau. Pero sí actúo desde fuera del Estado patriótico sin que me moleste el concepto patria, sino la realidad Estado que le es indisoluble. Como apátrida libertario no voto aunque, para saber por qué no voto, estudio lo que puedo; lamentablemente soy mucho más torpe de lo que me gustaría. Así pues, amado amigo Agapito, te propongo que escribamos un libro titulado Por y contra la Patria, ya sabes a quien correspondería escribir el por y a quién el contra. Incluso podíamos jugar a abogados del diablo, defendiendo cada uno la parte en la que no cree, quizá me volviera más patriota que tú. Después, mandaría echar al fuego como Quijote escarmentado mi ya viejo libro España no, gracias.

1 Maestre, A: Entretelas de España. Meditaciones sobre una nación moribunda. Unión Editorial, Madrid, 2020, pp. 52 y 109.

2 Ibi, pp. 138-139.

3 Ibi, p. 151.