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Calambur - Carlos Díaz

Calambur es un juego de palabras. «Con dados se ganaron condados», dijo Quevedo. Y yo, quevedesco en mucho, estoy tan poseído por el calambur que, después de crearlo con suma facilidad, tanta que a veces tengo que luchar por librarme de él, vuelvo a crear otro, lo repito durante algún tiempo en mi cabeza, lo olvido, y al rato de olvidarlo ya estoy creado el siguiente. Estos rituales neuróticos tienen su chispita de gracia en el instante en que surgen, pero no van mucho más allá, así que procuro no aburrir con ellos a mis amistades, aunque alguno de ellos se me escapa de cuando en cuando; lo peor es que casi siempre espero el reconocimiento de esas mis ‘genialidades’ por parte de los demás, como un pobre niño necesitado de cariño. Peor aún si los otros no ven el chiste a la gracieta, o si directamente me lanzan el obús: ‘pues no le veo la gracia’. Malditos proculeyanos (pero no se preocupen, no es lo que parece: los proculeyanos deben su nombre al jurisconsulto Próculo).

Y, si me apuro un poco, la manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir nombradía se llama erostratismo y se debe a un efesio que, considerando que no destacaba en nada, ni en lo físico –nunca ganaría en los Juegos Olímpicos–, ni en lo intelectual, ni en el arte de la guerra, ni en el de la política, para inmortalizar su nombre decidió incendiar el Artemisón de Éfeso, el mayor templo de la Antigüedad, más grande que el estadio Santiago Bernabeu. Yo soy un incendiario de poca monta, pero lo suficiente como para tener siempre el dardo en la palabra y el dedo en el gatillo. No congenio, pues, con el fabianismo, movimiento socialista de carácter reformista que debe su nombre a Quinto Fabio Máximo, cónsul romano del siglo III a. C, apodado cunctator, el contemporizador, el cual utilizaba métodos dilatorios para alejar al enemigo. El arte de dejar que las cosas se pudran sin ser peleadas no lo cultivo, pues no soy gallego, y cuando piso la escalera todo el mundo sabe si subo o si bajo.

Reconozco, pese a todo, que mis humildes calambures a veces, cuando se desmadran y creen valer más de lo que valen, quedan encerrados en mi particular cesareón, un templo que se construía en honor de un césar o de un emperador, en el cual la corte obligada a adular a César utilizaba la frase aut Caesar aut nihil, o Cesar o nada. A veces también yo construyo, si no mi cesareón, pues no es para tanto, mi propia Heliópolis como aquel Heliogábalo (siglo III d. C), nombrado emperador a los 14 años y asesinado por su propia guardia pretoriana a los 16, tan extravagante y corrupto al mismo tiempo, que reemplazó al dios Júpiter por el dios sol, Deus Sol Invictus, de ahí el término heliogábalo, persona dominada por la gula y la megalomanía.

Y, no pudiendo evitar tampoco en este momento el calambur ya que hablamos de megalomanía, paso a poner en relación calambur y calambre para recordar que Valeria Mesalina fue una ninfómana de pies a cabeza, tanto que aun siendo la esposa del emperador Claudio, acudía a los burdeles y, bajo el nombre de Lycisca, competía con las prostitutas más voraces para ver quién aguantaba más tiempo y con más hombres seguidos, llegando a lamentarse de que ellas no se tomasen el concurso a pecho y fueran perdiendo interés a lo largo de la noche por el calambre de la vagina.

Calambre del calambur y calambur del calambre, podría ser el título de mi próximo libro bajo el pseudónimo de Tío Calambre, que dio su san san pa mi sa sa, o sea, Luis Aguilé, el rey de las corbatas más feas y largas que he visto en mi vida, y al que, habiendo coincidido con él en un aeropuerto brasileño, me acerqué para manifestarle mi simpatía: entre calamburientos anda el juego.

Bueno, pues aquí estamos. Esta mañana, antes de salir a pasear por prescripción facultativa, pues mi sedentarismo me estaba engorfermando demasiado, se me ha metido otro calambur en la sesera, me he puesto a ver lo que salía, y enlazando calambures y bobadas ha salido esta parida cefalogénita a la que únicamente los más benevolentes podrían llamar artículo. Por cierto que algo que envidio de Cicerón es que él tenía un esclavo, Marco Tulio Tirón, que obtuvo la libertad por haber inventado un sistema de taquigrafía con el que tomaba los discursos de Cicerón, las notas tironianas que se usaron. ¡Quién hubiera hallado alguien que de un tirón hubiese podido ayudarme con sus notas carlianas calamburianas! Aunque seguramente mis pensamientos hubieran superado su taquimecanografía por la taquicardia de no poderme seguir, o por el infarto que segó fulminantemente la vida del maratoniano. En el año 49º a. C, cuando un tal Filípedes, soldado griego, corrió desde la llanura de Maratón hasta Atenas para anunciar a los atenienses que su ejército había vencido contra todo pronóstico a los persas, gritó en el ágora: «Hemos vencido», y se desplomó allí mismo muerto por el agotamiento. Con ese espíritu olímpico nace mi escritura: ganar el maratón, perder la vida.

Pues esta que ven es mi forma de escribir artículos, y ni siquiera cuando hago tesis doctorales y mamotretos casi ininteligibles puedo olvidarme de esta pasión inútil, motivo por el cual no puedo ser considerado, gracias a Dios, un académico en ningún aspecto de mi vida. Les recuerdo que, mezclando lo serio y lo jocoso (spoudaiogéloion) soy militante en las filas del Kenismós, activo incluso en su desvergüenza, y no con el Zynismus del hipócrita: cinismo puro (aunque sin aficiones cinológicas) sin esperar nada a cambio por el que estoy cada día más dispuesto a pagar el desprecio con que se castiga al happy few marginal por parte de los caballeros de la Orden del Mérito.

Y ya está: contad si son catorce y está hecho. Hecho en treinta y un minutos y quince segundos. Con tanta calamburidad o frivolidad no espero que ninguno de ustedes me llame mi Senequita, como santa Teresa a san Juan de la Cruz.

Y, como «he entendido el mensaje», según dijo Felipe González Gal cuando la votación le fue contraria, pero a diferencia de él, sin ánimo de volver a engañar, les prometo que, en el día de hoy, desarmado el ejército rojo y habiendo alcanzado las tropas nacionales el último objetivo, les voy a ir dejando en paz. Hoy es 27 de junio de 2020, y considerando que ustedes merecen un descanso, sólo me quedan los artículos de los días 28, 29, y 30 del presente mes para dejarles en paz. Luego, con el calambur a otra parte. Escuchen: la hora de su liberación se acerca: tic, tac, tic, tac, señor Rajoy. Llega el primero de julio día de la victoria. Pensaba, por cierto, que íbamos a ganar las derechas, pero hemos ganado las izquierdas.