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Derecha burra e izquierda caviar - Carlos Díaz

La derecha agarra la pasta y no se hace fotos; se rodea de farándula y de morralla, pero es como baratija de feria de timadores y trileros, la España cutre de Puerto Hurraco aunque la mona se vista de seda con sus cacerías, princesas que pringan con sus aceites y sus cremas. Cultura cero. La playa, el pescaíto, los yates, y los negocios sucios que no pasan por Hacienda. Es la España de los españolistas patrióticos y del pelo gomoso terminando con un caracolillo en la nuca. Es la España de pachanga y pandereta que no acaba, de las jacas, de las marismas, de las romerías, de los desmayos desbordados por la cursilería afectiva de los sombreros de feria, y de todo ese peso muerto, lastre emocional y ruina económica siempre necesitada de subvención. Sólo pido que no me entierren en el mismo ataúd con una pareja de la guardia civil para vigilarme y de paso para ahorrarse el sepelio, porque les robo la pistola y salgo como sea de ese pudridero pegando tiros. La derecha amante de su prole y ladrona del salario para las proles de los hijos de los jornaleros, aparentadora, culera, de alta cuna y de baja cama, el espíritu burgués de esa España mediocre, es el Australopitecus en la evolución de las especies. Dejémoslo aquí; en su favor digo que esta gente no engaña a nadie, más o menos tranquilos en su tribu.

Esta derechona analfabeta linda con la izquierdita cobarde de colmillo retorcido, con un pensamiento presuntuoso pero vacío, violentador, chueco, alabeado, reducido a la información de la solapa de los libros, los pocos libros que dicen leer, siempre que estén de moda y salgan en las listas de éxito. La especialidad de esta izquierda, que viste con falsa ropa de boutique y aspira a parecer lo que no es, esa especialidad es la de no creer en nada, o sea, lo más parecido a los sepulcros blanqueados. Sus Borjamaris pasean perros con pedigrí, y sus perros con pedigrí les pasean a ellos, pues son la misma raza. Son dúctiles, maleables, proteicos, combinan con todo; convive con ellos y a la semana de haberles conocido ya estarás aburrido de su rebañega dependencia respecto de la socialité. Algunos de sus miembros y miembras han estudiado en universidades privadas, las peores científicamente, las más caras, y las más vendidas a su clientela, pero las más desarrolladas en la producción de beneficios secundarios, círculos de influencias, etc.

Todo es marketing en la gaya izquierda. Los modernos, izquierdistas por supuesto, no dan un paso adelante sin el sondeo de opinión y sin las encuestas favorables, su credo único. Actúan según el barómetro de lo políticamente correcto, y sin convicción alguna mienten como cosacos; diciéndose de izquierdas, lucen sus sostenes y sus bragas de oro, por donde transpiran. Camaleón es el demótico de estas izquierdas de goma espuma que no creen en nada de cuanto ellas mismas proclaman, excepto en la necesidad de ser vistas, conocidas, reconocidas, admiradas y vitoreadas por las clases medias y bajas, las cuales introyectan el perfil de sus ídolos glamurosos a los que tratan de mimetizar, sobre todo si con ello los medios les proporcionan un casting, o un minuto de gloria en la tele declarando su amor eterno a algún tarado o tarada lleno de tatuajes, en busca de un culebrón y algunos euros.

En los últimos tiempos las heterodoxias constituyen el credo de la izquierda fina: todo tiene que ser distinto, diferente, lábil, descodificado, líquido, borroso. Madres solteras, empobretadas emprobetadas, parejas inestables, sin que nadie tasque el freno de su voluptuosidad y con resultado de muertes violentas por lo que llaman violencia de género, y toda esa geografía patética sostenida con todo lujo por la seguridad social y por los honrados contribuyentes.

Por sobre todo está, sin embargo, el prestigio de la sexualidad azarosa. Las/los manifiestan su orgullo gay en su calidad de izquierdistas ‘trasgresoras’ de lo que haga falta, incluso si hay que cambiar de género se cambia, porque el sexo es de quita y pon y se consume en infinitas combinaciones. Si eres homosexual, aunque seas más de derechas que el Banco Santander, puedes montártelo como te dé la gana, ganita, gana.

«¡Ah, ya salió el católico Carlos Díaz reaccionario y de derechas!». Pero no, de veras que no. Vaya por delante que el lugar por donde entren o salgan las pudendas y el orgasmo con que se lo coman me da exactamente lo mismo, aunque tener que decir esto ya me suponga un poco de violencia, pues parece una solicitud de benevolencia a los perdonavidas izquierdosos, excusa no pedida acusación manifiesta. Me molestan lo mismo los mariquitas, las machorras, los efebos porculeros y los machos alfa, por mí que les folle un pez volador.

Lo que aquí se está diciendo para gente con entendederas es que ese identificar izquierda con pompa es propio de cretinos y cretinas más de derechas que Ana Botín, aunque los seductores seducidos por la memez de la modernez vayan por la vida marcando moda posmoderna o ultramoderna. No ha habido en la historia un cambio de paradigma más grande. Se es de izquierdas según la capacidad de que se disponga para abrir tendencia y canalizar la moda.

Sin embargo, lo primero que hay que hacer para ganar la medalla de la modernidad es dar sentido a la vida. Poner en el sexo la diana del sentido de la vida es propio de vidas aburridas que carecen de toda vinculación con lo real, excepto con su fase anal. Cuantos modernos he conocido han coincidido en renegar del poder de lo real, porque no sabían nada del poder de la verdad.

Frente a tanta ideología (poder de la mentira), y por supuesto contra nuestra propia limitación, a las personas no tan ‘modernas’ nos corresponde una función de higiene pública mental. Contra esa policía política travestida de izquierdismo que desfigura los mínimos de salud mental social y el rigor intelectivo comunitario, contra esa policía política ‘izquierdista’ con la cual indoctrina el maestro vulgar, vigila el inspector sumiso, sentencia el juez cómplice, castiga la ley, refuerza el ‘orden’ público, y gobierna el Estado, contra ese montón de trivialidad es necesario diagnosticar de otro modo, es decir, llevar a cabo un conocimiento (gnosis) a través de (día) la derrota del vacío nihilista que todo lo destroza, también las técnicas baratas de huida como la meditación trascendental, que no es sino intrascendente embobamiento, la terapia del renacimiento que es la psicología de patrón y de mandarín, es decir, todo ese universo de paranormalidades y de anomalías, las cuales son cultivadas hoy como lo normal y lo meritorio por obra y gracia del gimnasio como canon de moralidad.

Pero buscar la continuidad de la discontinuidad debería conllevar también la búsqueda de la discontinuidad de la continuidad, de la comunidad de verdades y de la comunidad de mentiras. Aquí me tienen, llévenme cuando quieran al paredón. Pero no barro, no barro, y no barro.