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Hay que ser absolutamente moderno, jolín - Carlos Díaz

Cada vez que viajo a algún país con buenas librerías me encuentro en sus escaparates pilas de libros de los maestros pensadores especializados, según su propia proclama, en violentar el pensamiento1, que es la seña de identidad del moderno: «El rimbaudiano il faut être absolument moderne no es un programa estético ni para estetas, sino un imperativo categórico de la filosofía»2 escribía Theodor W. Adorno, un personaje muchísimo más oscuro que Hegel, un lápiz sin punta, al cual desde luego podría aplicársele lo que él predica de Hegel: «Hegel es el único con el cual de vez en cuando no se sabe, ni se puede averiguar de forma concluyente, de qué se está hablando, y con el cual no está siquiera garantizada la posibilidad de semejante averiguación»3. Dijo la sartén al cazo.

Alcanzar la oscuridad, el retorcimiento, el violentar el pensamiento es imprescindible para el moderno. Violentar el pensar es necesario para pensar. Para ello, se supone, habría que tener un pensamiento bruto o materia prima al que luego someter a distorsión violenta, oscura y difícil, «oscurezcámoslo un poco más». El prestigio de gente sin ideas ni convicciones brillantes, la violencia hegemónica de su ‘pensamiento’, recuerda otra vez al barón de Münchhausen halándose de la propia coleta para salir del pozo en que había caído. Pero da igual, la impostura personificada en lo moderno puede con todo cuando la ideología violentadora ha devenido idología. Entre violentos anda el juego: dos rinocerontes peleándose hasta perder sus cuernos al embestirse se entienden perfectamente entre sí con sus mutuas tarascadas, su juego común, pero lo que queda destrozado es el césped en el que batallan, el de la razón, único suelo donde el césped sembrado por otros puede ser destrozado por los violentadores.

Demasiados tontos hacen lo difícil primero –destrozar el pensamiento– sin haber pensado antes lo que había que pensar, son como esos malos estudiantes contestatarios que se obstinan en pensar desde la negación de lo que ignoran y sobre eso pontificar. Las jergas embolismáticas constituyen las delicias de semejante jardín de Epicuro sito en la olímpica Sorbona, donde los vendedores de truenos, rayos y centellas, es decir, la izquierda deconstructora, juega el juego de la confusa exquisitez.

Todo el escenario está preparado para dar el pego, fait atention, ya estamos todos ¡y todas! los entendidos confusos reunidos, preparadas nuestras cabezas para la batalla. De repente aparece la izquierda intelectual (oh, monsieur Michel Foucault) dialogando con luz y taquígrafos, ¿imaginen con quién? Pues con unos estudiantes maoístas de extrema izquierda en torno a «la justicia popular, debate con los maos»4. Extremaunción para un palabreo de extrema izquierda en papel celofán, qué miedo. Una vez concluido el acto ultrarrevolucionario entre el pensador sidoso y los jóvenes prochinos, último grito de pensadores-violentadores, se abre el debate con las masas que han tenido el privilegio de abarrotar el anfiteatro como las moscas a la miel, y que ven abierto el cielo si pueden formular alguna pregunta ininteligible haciendo como que entienden la jerga embolismática violentadora.

Tantos tontos tan listos para entrar en el debate revolucionario trascendental y luego a contárselo a los nietos: ¡yo le pregunté a Foucault y él me dijo! Y así se cierra y abre el ciclo del pensamiento violentador, la impostura personificada, hasta la próxima. Un cocedero de sopa boba. Al final, ¿para qué tanto jugar a la gallinita ciega y parir burros? Pues para eso, para poder preguntar a Deleuze, a Foucault o a otros mandarines, y después hacer como que se entiende su mensaje-masaje haciendo guiños de complicidad para terminar sacándose una foto: misión cumplida, la revolución maoísta termina cargando con la ballena a la que finalmente rescatamos del mar, del mar Muerto.

Semejantes gestos olímpicos tan parecidos al toreo de salón son su dorado nirvana ¡violentarse para recibir la violenta bendición y el rito iniciático del pensamiento salvaje de monsieur Levi-Strauss! Entre bobos anda el juego: don Lucas del Cigarral, un rico hidalgo, feo, avaro, pretencioso y celoso, que concierta su boda con doña Isabel de Peralta, una joven hermosa y pobre, que se enamora de don Pedro, primo de don Lucas, cuando éste manda a don Pedro, en busca de Isabel. La gran cantidad de sucesos y equívocos de esta comedia se precipitan de noche, cuando en un mesón encuentran a don Luis, pretendiente frustrado de Isabel, a Alfonsa ridícula hermana de don Lucas, y a don Antonio, hermano de Isabel. Estructuras de parentesco.

¡Oh, la izquierda Taurus del padre Aguirre, luego duque de Alba!, ¡oh, esa pomposa de cretinos y cretinas que son más de derechas que Ana Botín y sin embargo van por la vida marcando moda para los posmodernos o ultramodernos, los universitarios, y la pasarela rosa! Son de izquierdas porque canalizan la moda. Salen luciendo modelitos de izquierda, pues lo primero que hay que hacer para ganar la medalla de la modernidad es violentar el pensamiento, una violación mental a la que seguirán todo tipo de violaciones, la apología del priapismo masculino o femenino, y la camisa de fuerza del arco iris. Algo que solamente podría entenderse a partir de vidas aburridas que carecen de toda vinculación con lo real. Algo que, sin embargo, no tiene una cura fácil.

Casi todos los modernos violentadores que he conocido renegaban del poder (ajeno) porque no sabían nada del poder de la verdad propia. Frente a tanta ideología (poder de la mentira), a nosotros, aunque no olvidamos nuestras muchas limitaciones, nos corresponde una función de higiene pública mental. Contra la policía política que desfigura la higiene mental del rigor intelectivo, esa policía política que enseña el maestro, vigila el inspector, sentencia el juez, y castigan las fuerzas del ‘orden’ público al servicio del Estado, es necesario diagnosticar de otro modo, es decir, llevar a cabo un diagnóstico (gnosis) a través de (día) la crítica de esos consensos y de las técnicas baratas de huida: la meditación trascendental, intrascendente embobamiento, la terapia del renacimiento, que es la psicología de patrón y de mandarín, y todo ese universo de paranormalidades y anomalías, las cuales son cultivadas hoy como lo normal y lo debitorio. Por eso, siempre estuve más de acuerdo con el pensador que escribía: «La Teoría Crítica que, en contraposición con el escepticismo nosotros defendemos, no convierte en absolutismo antiteorético su visión de la maldad de lo existente, sino que a pesar de las comprobaciones pesimistas se deja guiar por un tenaz interés en un futuro mejor»5. Destruir sí, pero para edificar mejor. Dicho de otro modo: Buscar la continuidad de la discontinuidad debería conllevar al propio tiempo la búsqueda la discontinuidad de la continuidad del pensamiento retorcido, revirado, violentado, chueco, alabeado.

1 Pardo, J-L: Deleuze: violentar el pensamiento. Ed. Cincel, Madrid, 1990.

2 Adorno, T: Filosofía y superstición. Ed. Taurus, Madrid, 1969, p. 25.

3 Ibi, pp. 27-28.

4 Foucault, M: Un diálogo sobre el poder. Alianza Ed, Madrid, 1981, pp. 7 ss.

5 Horkheimer, M: Historia, metafísica y escepticismo. Alianza Ed, Madrid, 1970, p. 201.