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Un virus deleznable (Diario de campaña 15) - Benito Estrella

En la cátedra de Moisés han tomado asiento los letrados y los fariseos. Por tanto, todo lo que les digan, háganlo y cúmplanlo…, pero no imiten sus obras, porque ellos dicen, pero no hacen. Atan bultos pesados y los cargan en las espaldas de los demás, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo. Todo lo hacen para llamar la atención de la gente: se ponen distintivos ostentosos y borlas grandes en el manto, les encantan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame ‘señor mío’. (Mateo 23, 13-15)

En estos días acudo también a la lectura del Evangelio. Y puesto que estamos en medio de una enfermedad pandémica, releo sobre todo las curaciones milagrosas. El estilo tan escueto y directo del evangelio puede producir a primavera vista la impresión de que estamos ante historias de un tosco y primitivo realismo. Pero esta impresión no hace sino velar precisamente su dimensión simbólica, profundamente elaborada, como demuestran la larga permanencia de su lectura y la riqueza compleja de sus múltiples interpretaciones.

Es el estilo típico de las historias de enseñanza en todas las tradiciones religiosas: taoísmo, budismo, jasidismo, sufismo, apotegmas del desierto… Exentas de todo adorno literario se concentran en unos pocos puntos esenciales que enseñan unas pautas de vida y a veces toda una teología. Para mí las curaciones milagrosas del evangelio son historias de enseñanza y deben ser leídas como tales en clave simbólica: endemoniados, ciegos, sordomudos, la suegra de Pedro y su fiebre, la mujer del flujo de sangre, el criado del centurión, la hija de Jairo, el niño epiléptico, paralíticos, el hombre del brazo atrofiado… Estos enfermos representan arquetipos de la condición humana, de su conducta errada, pecadora. Por ejemplo, el caso del hombre con el brazo atrofiado, seco o paralizado (Mt 12, 9-14; Lc 6, 6-11; Mc 3, 1-7). Si, en relación con este relato, uno se hace ciertas preguntas para ahondar en el mensaje del texto verá aparecer contradicciones y marcas impropias de una narración realista o histórica:

—Que el protagonista aparezca de una manera tan impropiamente indeterminada («había allí un hombre con el brazo atrofiado»), señalado sólo por su invalidez, lo que hace pensar no en un individuo concreto, sino en un tipo o figura arquetípica.

—Que se diga «el brazo», sin especificar a qué brazo se refiere y al mismo tiempo con un determinante ‘el’ brazo (en Lucas, se señala el brazo derecho, que añade una determinación más clara y más significativa simbólicamente: la mano derecha como figura de la voluntad y capacidad de acción).

—Que la invalidez no sea de nacimiento; el brazo se le ha atrofiado, endurecido, secado; no se ha desarrollado, ha perdido fuerza, flexibilidad y vida. Esto se confirma al definir la curación como un restablecimiento: «volvió a quedar normal». Jesús lo conmina primero a levantarse y ponerse en el centro; luego, le dice que extienda el brazo. Así se restituye su capacidad y libertad de acción.

—Que Jesús, el inválido, los discípulos y los fariseos estén puestos allí, en la sinagoga y en un sábado como en un escenario previamente dispuesto para lo que había de suceder.

—Que todo ocurra delante de los fariseos que están también presentes, al acecho de Jesús para cogerlo en falta —el incumplimiento del sábado—y tener pretextos para eliminarlo: «se pusieron enseguida a maquinar en contra suya para acabar con él».

El sábado era un medio para liberar al hombre de sus tareas serviles y darle un día de descanso. Pero la ideología farisea había degenerado y convertido el medio en fin. Las leyes son herramientas, medios, y depende de cómo y para qué se usan el que resulten benéficas o maléficas para cada hombre y cada mujer. En esta historia evangélica se nos dice como el influjo de los fariseos sobre el pueblo crea la dependencia y atrofia de su voluntad, inhabilita la capacidad de iniciativa y creatividad en las personas. Todo se pretendía resolver mediante leyes, que controlaba una clase que era, en el caso del tiempo de Jesús, política y religiosa, la del régimen teocrático judeo-romano.

Esta historia nos ilustra la situación actual, la nuestra, en la que una maraña de leyes, burocracia, subsidios y subvenciones obran de la misma manera. El actual derecho positivo, donde la ley se convierte en la verdad por el simple hecho de ser promulgada, es el equivalente a la ley sagrada dictada por Dios en el fariseísmo hebreo y añade, si se puede decir así, un plus de cinismo a aquella interpretación.

Una situación compleja como la que estamos ahora viviendo con la pandemia sólo se puede gestionar con la colaboración de todos, sin distinción de ideologías, sexos o naciones. Y de hecho así está siendo realmente en lo que respecta a la gente en general y a los servidores y gestores de primera fila, desde la enfermera o el soldado a los que sencillamente siguen fielmente el confinamiento y las normas de convivencia social. Por eso el gobierno llama a la unidad de todos una y otra vez. Y se entendería necesario y oportuno este llamamiento si no conociéramos la trayectoria de los políticos que lo pronuncian de manera puramente retórica y la poca fiabilidad de su palabra. A esto se añade, como un síntoma más para la desconfianza, que tales llamamientos llegan tarde y mal. Si hubiera sinceridad y lealtad, desde el comienzo mismo de la pandemia, allá por febrero en que ya se sabía bien, por China y por Italia, lo que nos esperaba, el gobierno, que es quien tiene la información y la capacidad de convocatoria para llamar a todos a la unidad, hubiera reunido a todos los partidos y les hubiera planteado con realismo, verdad y lealtad, la situación: «esto es lo que se nos viene encima, a ver cómo lo afrentamos todos juntos». Pero la minoría que ostenta el poder se cree en el derecho de imponer ese poder y su manera de arreglar las cosas a todos y a su antojo con vistas a sacar provecho particular de ello. A la postre, no podemos confiar sino en las personas concretas, estén donde estén, y en lo que hacen y los frutos que producen sus acciones, aunque políticamente estemos en manos de los profesionales de la confusión, la mentira y la incompetencia.

Volviendo a la cita evangélica hay que decir que también la misma Iglesia, siguiendo la corriente de los tiempos, a veces adopta una sola de las dos caras que presenta a mi entender la hermandad evangélica: la de la ayuda directa, que en algunos casos, sin duda, puede ser urgente y necesaria, la de dar el pez para que alguien coma, y se olvida de enseñarlo a pescar, del estímulo conminatorio, como el que usa Jesús con los enfermos que cura —como hace con el paralítico de Bezata: «levántate, coge tu camilla y echa a andar…»—, para que cada individuo se ponga en pie por sí mismo y desarrolle toda su potencialidad y su poder personal, en vez de crearle dependencia y el consecuente atrofiamiento de su voluntad y su capacidad de acción.

Todo el cristianismo, ¿qué es sino una memoria, una tradición encarnada en la vida y la muerte de una persona? Jesús, en esta cita que comentamos, siente ira y tristeza (Mc 3, 5) al mismo tiempo, pues padece humanamente la situación. ¿No es esto, ira y tristeza, lo que sentimos en medio de todo cuanto estamos viviendo? ¿Cuál debe ser la respuesta? «Jesús, junto con sus discípulos, se retiró en dirección al mar». Jesús se retira, indignado y apenado; abandona las instituciones judías, sus creencias ideológicas y sus leyes absurdas e injustas y se dirige al mar, es decir, a la humanidad entera, a lo que hay de propiamente humano en el fondo de cada persona, de todas y cada una de ellas, para ofrecerles vida y libertad.