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No sé a dónde quiere llegar. Me pierdo - Carlos Díaz

Ruego a mis amables lectores retrocedan a mi artículo de hace unos pocos días titulado Los buenistas: pesimistas con esperanza inactiva, donde formulo una denuncia muy sentida, y hasta creo yo que no carente de lógica, sobre el desentendimiento de la gente respecto de los males comunes, así como la buena conciencia que dicha gente siente a pesar de su posición egocéntrica. Ya ven también cómo, tras denunciar en el mismo artículo esas actitudes preconvencionales y convencionales que no caminan en el sentido de la humanidad, hago una llamada a la esperanza activa y comprometida.

Hace años me quedaba yo tan pancho creyendo al menos que lo por mí escrito lo entenderían todos, pues sentía que todos los seres humanos tenemos un –llamémoslo así– instinto de inteligibilidad, aunque no todos una inteligencia brillante o cultivada. Algunos, ciertamente, se quejaban de que –a pesar de mis esfuerzos por escribir clarito y con intención pedagógica– ellos no lograban entenderme del todo; los más atrevidos me recomendaban prescindir de palabras cultas para allanar los términos y las ripiosidades, en lugar de comprarse un diccionario para aportar algo de su lado. De cualquier modo, y como siempre escribí para el movimiento obrero de base, o para sus líderes, me daba por satisfecho con aquel esfuerzo, a costa de censurar y echar a perder mi propio estilo, que me pedía otra marcha y otro nivel de abstracción.

Pero las cosas, ahora en que apenas existe conciencia de clase militante o está muy mermada por el uso de las pantallas móviles donde por lo general se juega más que se reflexiona, se ha incrementado el deterioro intelectivo en general, y la gente ya no sabe siquiera qué digo, e incluso qué es lo que quiero decir con lo que digo; en todo caso, enquistado como está el pueblo en la superficialidad, se siente incómodo y en algunos casos hasta acusado por mis planteamientos. Y de este modo, como si yo estuviera más perdido que Pulgarcito en el bosque, recibo la reacción de los augustos lectores, a los que pese a todo debo dar amablemente las gracias porque lectores mejores no tengo en demasía. Pues bien, he aquí algunos de sus comentarios al artículo al que me refiero prácticamente al día siguiente de su aparición pública.

 

Eloy - 12 junio 2020, 13:46 pm.

Hay algunos ‘quizás’ que pudieran plantearse.

Quizá el bien y el mal no se distribuyen por barrios, ni por sociedades ‘sanas’ e ‘insanas’. Porque no sé si existen ‘sociedades sanas’, e incluso dudo que existan.

Desde luego parece que las sociedades no democráticas, marcadas por unas u otras ideologías de diverso signo, no han sido hasta ahora el remedio ni están en la perspectiva de serlo.

La crítica genérica y abstracta, que no sea constructiva, es decir que no aporte soluciones o caminos de solución viables (a corto, medio o largo plazo) puede ser subjetivamente satisfactoria, pero ¿quizá se torna inútil? 

Los cambios de mentalidad de las personas –que provocarán y sustentarán los de las estructuras– vendrán por el raciocinio e impulso de cada uno y por el impuso institucional, pero fundamentalmente por la educación de todo tipo (institucional, familiar, de grupos, de compañeros, de los medios de comunicación públicos, incluso por el ejemplo de los políticos y personas relevantes en otros campos).

Quizá ‘el mal’, la impericia, la falta de profesionalidad, la falta de civismo, la falta de empatía, la falta de solidaridad, la injusticia, la desigualdad etc., ‘males’ indudablemente a remediar, están imbricados en la sociedad de forma muy extensiva y ‘horizontal’ y su erradicación no sólo resulta compleja, sino que con la renovación generacional, quizá ha de estar siempre en acción y no es esperable un sociedad ‘perfecta’ o ‘sana’, pero desde luego ello no puede hacernos perder de vista, desde el realismo, la fe en la utopía y el esfuerzo diario de nuestro granito de arena en la mejora de las situaciones.

 

Ana Rodrigo - 12 junio 2020, 13:17 pm

El tema tratado es muy matizable dependiendo del objetivo de la esperanza o de la desesperanza, independientemente de que la esperanza activa sea una actitud ante la vida. Lo que es evidente es que el cruzarse de brazos y el lamento no sirven para nada.

Volviendo al principio, si el objetivo de nuestra acción es muy general como sería lo mal que está el mundo entero, te hundes anímicamente, pero si el objetivo es más delimitado y más próximo al alcance de que puedas hacer algo, cabe la esperanza activa.

Pero en el ser humano entran dos factores a veces incompatibles, me refiero a la razón y al estado anímico y en ocasiones se le puede aplicar aquello de que «el corazón tiene razones que la razón no comprende». No es fácil compatibilizar estos dos aspectos, aunque la voluntad pueda echar una mano.

 

José Ignacio Calleja - 12 junio 2020, 17:49 pm

No van conmigo en absoluto estos elitismos morales y seudopolíticos. ¿Qué le vamos a hacer? Formas de ver la vida diferentes. Saludos.

 

Carmen - 12 junio 2020, 10: 14 am.

Pues usted ejercerá de supercrítico. Y lo será. Pero no sé a dónde quiere llegar. Me pierdo.

 

Arriba el campo. Eso del «granito de arena», «no hay que deprimirse que es peor», «los partidos políticos y la educación, tal y tal y qué se yo», a mí me saben a paja, dada mi condición de asno epistemológico. Para ser más expresivo, me parece que en alemán los genitales se llaman die Schamteile, las partes de vergüenza, y aquí estamos castrados. Por eso, cada vez que intento explicar algo me siento tan mal que me caigo; en vez de una silla con base más ancha entre mis lectores, me suelo encontrar cayendo entre las dos o más sillas cercanas del público. El próximo paso tal vez haya de ser un escracheo a la puerta de mi casa.