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Las horas de felicidad en la historia son hojas vacías - Carlos Díaz

Pedante como siempre, en la primera página de las Lecciones sobre la filosofía universal de Hegel tengo escrito: Unterwegs Soria-Logroño, 19/02/1983, fiel también a mi costumbre de leer hasta debajo del agua. Se trata de la obra en que Hegel predice lo que va a pasarle a la humanidad, y no de forma contingente, sino necesariamente. A mí un boludo argentino también me predijo en un viaje de autobús el día y la hora de mi muerte, algo que olvidé nada más ver la cara de gilipollas con que me lo pronosticaba.

Si a ustedes les preguntara alguien qué va a pasar con la humanidad, ¿qué le dirían? Jorge Guillermo Federico Hegel fue uno de los pensadores más implacables en lo referente a la historia de las predicciones, y con pasmosa seguridad afirmó que él tenía la clave indeleble de la respuesta: «En la historia caminamos entre las ruinas de lo egregio. ¿Quién no se habrá entregado entre las ruinas de Cartago, Palmira, Persépolis o Roma a consideraciones sobre la caducidad de los imperios y de los hombres, al duelo por una vida pasada grandiosa y rica?»1. «Las horas de felicidad en la historia son hojas vacías. Hay en la historia universal, sin duda, también satisfacción; pero ésta no es lo que se llama felicidad, sino la satisfacción de los fines de los particulares que ellos sitúan por encima de los intereses universales de la humanidad. Los individuos de importancia en la historia universal que han perseguido tales fines han gozado de satisfacciones, sin duda, pero no han querido ser felices, pues su deseo ha sido la realización la finalidad universal de la humanidad. Sin embargo, alcanzado ese fin, semejan cáscaras vacías que caen al suelo; quizá les ha resultado amargo llevarlo a cabo y, en el momento en que lo han conseguido, o han muerto jóvenes, como Alejandro, o han sido asesinados, como César, o deportados como Napoleón. Desde luego, para sí mismos no han logrado ganancia alguna, ni tranquilo gozo. Aquellos grandes hombres parecen seguir sólo su gran pasión, sólo su albedrío, pero lo que quieren es lo universal. Este es su pathos. El hombre que realiza algo grande pone toda su energía en ello. No tiene la mezquindad de querer esto o aquello, no se disipa en tantos y cuantos fines, sino que está entregado verdaderamente a su gran fin»2.

Ahora bien, «la gente vulgar, la que cree que es absurdo que se pueda hacer algo sin querer recibir satisfacción en ello, sin los logros finitos y particulares, sin contraprestaciones, se alegra de la falta de felicidad de los grandes personajes, dada su vulgaridad psicológica: ¿Qué maestro de escuela no ha ‘demostrado’ muchas veces ampliamente que Alejandro Magno y Julio César fueron impulsados por tales o cuales pasiones inmorales? De lo cual se sigue en seguida que él, el maestro de escuela, es un hombre excelente, mejor que Alejandro y César, puesto que no posee tales pasiones, y lo prueba no conquistando el Asia, ni venciendo a Darío y a Poro, sino viviendo tranquilo y dejando vivir a los demás. No hay gran hombre para su ayuda de cámara, no porque el grande héroe no sea un héroe, sino porque el ayuda de cámara es un ayuda de cámara. El ayuda de cámara quita las botas al héroe, le ayuda a acostarse, sabe que le gusta el champagne, etc. Para el ayuda de cámara no hay héroes»3.

Estas cosas las he meditado mucho en mi corazón, antes y después de haber estudiado a Hegel miles de horas. Mis conclusiones, desde entonces, son: a) que los genios de humanidad (por decirlo ahora con Scheler) apenas han existido; b) que los pequeños burgueses aferrados a nuestro micro/éxito no podemos comprender los fines de la humanidad (por decirlo ahora con Husserl), por lo cual los boicoteamos; c) que también carecemos de la congenialidad necesaria para no elevar, por ejemplo, a la condición de genio al camarada Stalin o al primer Pupas o Puposki que ande por ahí dispuesto a salir de la lámpara de Aladino.

Ahora bien, según Hegel el único garante de que el gran genio lo sea de veras es el Espíritu divino, no el mero espíritu del tiempo histórico (Zeitgeist). Aceptando por mi parte que el futuro deseable tiene que ver con el altruismo de los genios de humanidad, y que no estaría mal que el Espíritu divino rigiese a esos héroes, lo que me parece es que Hegel se equivoca de espíritu, que no es otro que Marte, el espíritu de la guerra, la negación de la negación de la negación, Polemós, el ejército.

Hace bastante unos familiares argentinos de Diego Abad de Santillán me regalaron un gran tesoro bibliográfico, una Enciclopedia casi hegeliana en cuatro volúmenes que no sé si algún lector español conoce, cada uno de ellos de casi seiscientas páginas de formato gigante (29 por 23 centímetros) y letra demasiado pequeña. En los años sesenta, aquella Historia Argentina significó un acontecimiento editorial de TEA (Tipográfica Editorial Argentina), pero desgraciadamente el noventa por ciento de las páginas de la Historia Argentina es –hegelianamente– la historia de sus guerras. Argentina es la guerra, como cada uno de los pueblos con bandera nacional, la calavera del pirata y la bomba de asalto. Todos contra todos:

«En la lengua portuguesa
Al ojo le llaman cri
y aquel que pronuncia así
aquesta lengua profesa.
En la nación holandesa
ollo le llaman al culo,
y así con gran disimulo,
juntando el cri con el ollo,
lo mismo es decir criollo
que decir ojo del culo».

1 Hegel, J-W-F: Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Alianza Universidad, Madrid, 1975, p. 47.

2 Ibi, p. 47.

3 Ibi, pp. 93 ss.