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No conceder victorias póstumas a Hitler - Carlos Díaz

No conozco ninguna religión seria que no potencie el estudio como forma de meditación, el propio Buddha (cuyos seguidores más meditan sin embargo de lo que leen) afirmaba que la ignorancia es lo peor de todo fanatismo; en general el mundo oriental a través del confucionismo, jainismo, animismo, taoísmo, etc., vivió para la sabiduría, aunque no de ella; en grado distinto, pero no menor, ocurre lo mismo en la religión judía (lamentablemente sólo el islam ortodoxo cultiva la fe contra la razón, e ignora la hermenéutica y la ilustración reflexiva). Recordemos que la Biblia judía no es un solo libro, sino 72 libros nacidos en contextos diferentes, escritos por autores que no se conocían entre sí, y en la que se reconocen lectores posteriores desde hace más de dos mil años.

Suele decirse que monoteísmo, profetismo y mesianismo constituyen la aportación judía a la cultura humana, pero me gustaría añadir que, además, dada la comunidad de aventura de Yahvé y de su pueblo, el monoteísmo ha sido al mismo tiempo mono-antropo-teísmo, y por eso lo que afecta al otro es tan sagrado como lo que afecta a Dios. Negar, violar y deshacer al otro es negar, violar y deshacer a Dios, que si es Dios ha de ser el Dios de todos.

Ser creyente, pues, es ser lector desde la infancia, aunque el currutaco dizque creyente, y por supuesto el marmolillo anticreyente, que cree que es no creyente, se escandalicen por esta afirmación, precisamente por no ser ellos ni lectores ni creyentes.

Pero el lector no es tan sólo lector, sino también intérprete, hermeneuta, no sorbe la doctrina como si de una sopa de letras para espíritus desdentados se tratase, y esto es algo que llega a su culmen en el judaísmo. Según la tradición judía, en efecto, Yahvé-Dios creó el mundo mediante el texto, un texto más esencial que el mundo mismo, por lo cual quien considere que el mundo no corresponde a lo que dice el texto está percibiendo mal el mundo, pues el texto ha sido escrito por Dios; quien, por el contrario, comprende la Toráh comprende el sentido de la vida, razón por la cual agregar o quitar una letra de ella sería lo mismo que destruir el mundo. Las interpretaciones de la Toráh, por muchas que sean, sólo acarician el texto, que es la prédica de Dios.

Para la Cábala, incluso, Dios está escrito en las poco más de 300.000 letras de la Toráh, cada una de las cuales es un destello o chispa de lo divino. Cuando Yahvé se revela en el Sinaí, no se entrega Él mismo al creyente adoptando un cuerpo, sino ofreciendo un texto, a través del cual se revela, porque es ese texto. El alfabeto hebreo sólo tiene consonantes, y entre ellas el lenguaje debe situar vocales, por lo cual la lectura es una interpretación, una creación, una parte de Dios mismo que se contrajo en ellas, vale decir, que se acercó al ser humano retirándose para que éste lo desentrañara en libertad: son Dios. Según los cabalistas el mundo mismo fue creado con letras, y a partir de la combinación de letras se puede crear el mundo, los objetos, algo que a los filósofos nos recuerda aquel ya viejo libro del positivismo lógico titulado Cómo hacer cosas con palabras.

No hace falta mucho para comprender que el estudio es oración, y que no hay oración adulta antes de haber estudiado. El estudio es la liturgia más alta. Pero si el estudio aísla es porque no es buen estudio. El estudio compromete, por eso el rabino, el alumno, o el pensador judío estudian de diez a catorce horas al día. Los eruditos y los académicos conocedores de la Toráh (los yeshiáh) han asumido la responsabilidad de ser los pilares del mundo. Allí el estudio no conoce interrupción, prosigue día y noche. Pero el estudio no dispensa de la prioridad de cumplir otras obligaciones. Todo esto me gustaría recordárselo una vez más a no pocos sacerdotes católicos, y a casi todos los laicos y laicas piadosos que prefieren las vidas de los santos, las medallas curativas, y los milagritos antes que estudiar la Biblia.

Por eso el judío que practica de Ley (el sábado, las normas alimentarias, etc.), después de un tiempo, sentirá la necesidad de formar parte de un grupo de gente que estudia. La sociedad judía no está cimentada en la coexistencia de solitarios, sino en una red de grupos de estudio que también son grupos de amistad; de hecho, el amigo, en hebreo, es en primer lugar un amigo de estudio; la verdadera amistad incita a encontrarse alrededor de un texto y a descubrir sus arcanos1.

He ahí también una forma de no conceder victorias póstumas o prepóstumas a Hitler, pero sobre eso podríamos conversar de espacio otro día.

1 Cfr. VVAA: La historia más bella de Dios. Ed. Anagrama, Barcelona, 1998. Este libro es uno de los tesoros que la ‘lectura’ y la amistad de Antonio Calvo me ha regalado, por decirlo con Girard, d’aprés la fondation du monde. En este caso, en el ya tan lejano 5/10/98.