«Al verlo, ellos se postraron, algunos dudaron» - Francisco Cano

La duda es parte constituyente de la persona racional. Hoy, como siempre, la duda nos rodea, dudamos de todo y de todos. Se ha creado un caldo de cultivo permanente; tenemos razones para dudar ante tanto engaño, tanta promesa incumplida, ante tanta infidelidad, traición de personas en las que habíamos puesto nuestra confianza, etc.

En la Iglesia, en la comunidad, sucede algo parecido. Se caen las expectativas mal fundadas, se tienen ideas preconcebidas de la Iglesia y de la comunidad, llega el fracaso, no se ve futuro, no creo en lo que hago, ni en lo que hacen los demás, todo es negativo, y se termina abandonando. Y razono y digo: ‘es imposible’ –pues claro–, ‘así que ahí te quedas, Jesús’, ‘ahí te quedas, Iglesia’, ‘ahí te quedas, comunidad’, ‘me voy, adiós’.

Por aquí pasó primero Jesús, pero Dios lo resucitó. Estamos ante la gran paradoja de la fe cristiana: la crucifixión, que es la expresión máxima del deshonor convertida por Dios en ocasión de gloria.

¡Dejémonos de mandangas y de dar vueltas a lo que está claro! O se cree o no se cree, y el creer lleva consigo creer en la Iglesia. ¿Qué es eso de que la Iglesia está llena de pecados, de escándalos y, por tanto, me voy? Pues claro, si la Iglesia es la casta prostituta… pero no sólo se prostituye, sino que también es santa, Cristo vive en ella.

Justus autem ex fide vivit (Rm 1,17) «Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree… Porque en él se revela la justicia de Dios de fe en fe, como está escrito: El justo por la fe vivirá». Luego el problema está en la fe. Lo que se pierde y deja es la fe.

La historia de Jesús y la vida de la Iglesia naciente están intrínsecamente relacionadas: no se puede entender la una sin la otra. La vida de Jesús requiere la vida de la Iglesia porque ésta continúa su proyecto. Por su parte la vida de la Iglesia requiere de la vida de Jesús para no desviarse del camino. En todos estos procesos está presente el Espíritu, que actuó en el pasado y que Jesús regala también a lo suyos en el presente.

Se trata de despojarse de todo y de confiar en él. Primero, que me entregue al Reino de Dios y su justicia, y el resto se me dará por añadidura. Y aquí está también la verdadera eficacia de nuestra misión. Pero no olvidemos que sólo Jesús es la gran seguridad, el gran seguro de este inseguro que soy yo. (P. Arrupe).

Claro que para nosotros es imposible, pero no para Dios. Sí, estamos llamados a vivir en inseguridad permanente, pero es que la inseguridad es el pan de nuestra seguridad. No se puede vivir dudando de todo, porque nos paralizamos. «En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde aquí hasta allí”, y se trasladaría. Nada os sería imposible» (Mt 17,20). Nada hay imposible para el que tiene fe. Lo dice Jesús.

Si Cristo no ha sido aniquilado por la muerte en la cruz, ¿qué es lo que no puedo esperar de un Jesús que se ha quedado con nosotros y nos ha dado su Espíritu? De marcharse nada de nada, se ha quedado con nosotros, de forma distinta, pero infalible. Esta es nuestra seguridad.

Así que, ¿quiénes tienen poder? «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra». No son los poderosos en el plano social, político, religioso, económico, sino quienes son fieles al proyecto de Dios, como Jesús.