COVID19: Un virus deleznable (Diario de campaña 8) - Benito Estrella

XVI

Decimos que están hechos de madera de héroes y santos aquellos que ahora alivian el dolor de los demás. Es la gente que sirve y colabora con la vida sin pensarlo dos veces y sin mirar quién los mira. Ni son canonizados ni la historia los nombra ni les hace monumentos. Invisibles, anónimos, parecen de otro mundo, celestes como ángeles.

Si hay inevitablemente algún brillo distintivo entre ellos, el polvo de la calle lo atenúa; se hacen gente común, gente corriente que se afana en atender a las necesidades. De la comprensión de esas necesidades se impone por sí misma la obediencia: hacer lo que hay que hacer y punto en boca.

Poniéndose los últimos, resultan los primeros; descuidando su vida, se hacen imprescindibles. Y como las semillas, al morir a sí mismos en la tierra humana —Adam, humus—, siembran, generan vida. Y nos sirven, como la espiga de trigo, sin pedirnos el voto.

No es lo mismo dar trigo que predicar. Y hay quienes tienen por oficio exclusivo el predicar. Lo hacen hoy en púlpitos de plasma que no funcionan sólo un rato los domingos sino todos los días y a todas horas. Su palabra, que es una permanente anunciación de lo que nunca nace porque nunca preña carnalmente, roba el referente de honor y sacrificio que a otros pertenecen, se apropian de sus frutos, los lucen en noticias y estadísticas, tocando las trompetas cuando pasan repartiendo proclamas y discursos, dejando la impresión de que nada funciona si ellos no están presentes dando su bendición. Parece no haber noticia, ni acontecimiento, ni siquiera realidad, si ellos no están de por medio, acompañados de sus monaguillos, los periodistas. ¿No ha puesto este virus de manifiesto, sin embargo, que justamente parece que más bien sucede al revés, que las cosas funcionan no por ellos, sino a pesar de ellos? ¿No tiene el poder también su plusvalía?

No todas las personas son iguales, es cierto, más allá de afiliaciones políticas. Pero las diferencias están donde tienen que estar, en las personas. Julio Anguita, que ahora se debate entre la vida y la muerte, lo dejó claro: «Si tenéis que elegir entre un comunista corrupto y uno de derecha honrado, votad al de derecha».

Los que verdaderamente sirven no lo hacen precisamente delante de las cámaras, pues están con aquellos a los que se les ha helado la sonrisa, mal vestidos y mal peinados, sin retórica, sin asesores y sin maquillaje. Están con los viejos, con los que viven solos, con los enfermos de decrépita figura y cuerpos castigados por la fiebre, a los que falta el aire que respiran; y esos otros a los que también empieza ya a faltarles el trabajo y la paga y corren el riesgo de ser prostituidos con limosnas. Porque aquí, laicos o clericales, quien más y quién menos, como las viejas damas de la caridad, quieren tener sus pobres y además que el importe de la limosna corra a cargo de todos.

Sé que esto es fácil decirlo a quienes tenemos cubiertas nuestras espaldas; pero siempre me ha parecido una humillación pedir rentas gratis costeadas por todos y no trabajo para poder cubrirlas entre todos dignamente. Por otra parte yo no sé muy bien qué es ‘un trabajo decente’. Para mí todo trabajo real, es decir, que sirve para atender a las necesidades humanas del tipo que sean, es decente. Indecente es aquel que vive de explotar el trabajo de otro sin aportar nada a las necesidades humanas inmediatas.

Los que sirven, los que dan sin pedir, están abandonados en su dura tarea, como han estado siempre, pues la vida vive en la intrahistoria y en las elipsis de todas las películas, de las novelas y de las noticias. Pero no les importa; tienen luz interior y a ellos les basta el cabo de esa vela encendida de amor y de misericordia. El Padre, que ve en el interior invisible de las personas, les recompensará en lo invisible.

Salid a los balcones y aplaudid si queréis. Pero después, recogidos, sin que os vea nadie, llorad por nuestros muertos y rezad por todos nosotros.