COVID19: En recuerdo de Sacco y Vanzetti - Carlos Díaz

El burgalés Paulino Díez, a quien no recuerdo del todo si llegué a conocer personalmente en Venezuela o en España, nacido en 1892 y anarquista de la talla de Durruti, Ascaso, Noi del Sucre, Pestaña, etc., con los que compartió su destino militante, cárceles, deportaciones, persecuciones y todo tipo de penalidades pensables, es de esos personajes que hoy nos parecen míticos, no ya por sus ideales, sino por la entrega absoluta de sus vidas, las de ellos y las de sus compañeras e hijos, y sobre todo por la enanez de nuestra propia estatura, al menos de la mía. Y como, de vez en cuando, necesito hablar algo a alguien de estas épocas y de esos para mí al menos paradigmas de humanidad, aunque hoy por lo general no se esté en condiciones de entenderlos, ni siquiera de contextualizarlos, quiero traer a colación tres anécdotas suyas, la primera de ellas relativa a la forma en que eran custodiados cuando se les llevaba presos:

«Se pusieron en práctica las deportaciones en masa que consistían en conducir a pie, custodiados por la guardia civil, a quince o veinte deportados que hacían jornadas de veinticinco a treinta kilómetros por día. A esta clase de conducción en grupos se llamaba ‘conducción ordinaria’, pero a mí me tocó ir en conducción ‘extraordinaria’, que consistía en ir solo y sin descanso, pues estaba considerado como ‘anarquista peligroso’. Durante los nueve meses que duró la deportación, pasé por las manos de ciento veinte parejas de la guardia civil. Entre ellos los había que se concretaban a preguntar cuál era la causa de mi deportación… Un día, saliendo de la cárcel de Córdoba, alegando que padecía de reuma en las extremidades inferiores y que ya no podía caminar, fui en ‘badaje’, que consistía en ir a lomo de mula o burro. Para mí representaba una gran seguridad la deportación en esas condiciones, porque iba acompañado por el dueño de la caballería, pues ésta era alquilada y tenía que regresar con ella una vez que llegara al pueblo de destino. A lomo de burro, esposadas las manos, y flanqueado por una pareja de guardias civiles a caballo y el dueño del jumento a retaguardia, apenas habíamos traspuesto los aledaños de la ciudad, y ya en pleno campo, al burro le dio por trotar, brincar y rebuznar y como no podía aguantarle por llevar las manos esposadas, se cayó el ronzal, lo pisó el burro, cabeceó, y yo salí despedido por la cabeza como por una catapulta»1. Casi como los galeotes de aquel célebre episodio cervantino.

La segunda, y esta sí que es para mí una anécdota hilarante contada a ustedes con todos los respetos, nos habla de aquellos voluntariosos militantes, hombres y mujeres que rechazaban la propiedad privada en favor de la comunal, pero que no se andaban con chiquitas cuando se cuestionaba su honorabilidad: «Un día que me encontraba en el local de la calle Zulueta me deparó la suerte encontrar al autor de la calumnia. Ante un buen número de gente le pedí que presentara las pruebas de su acusación. Trató de tomar el asunto a broma y quiso escabullirse, pero le agarré por la camisa y la corbata y le asesté un golpe con tal fuerza que me quedé con el cuello de la camisa y la corbata en mi mano, mientras él rodaba por el suelo. Así terminé la polémica»2. Lo que no termino de comprender es cómo fue aquel galletazo: ¿cómo se las arregló para quedarse con el cuello de la camisa y con la corbata en la mano, por dónde le salió la cabeza al agredido? Por más que me esfuerzo no logro comprenderlo. Si alguien lo sabe, por favor, véndaselo luego a la academia de kárate más prestigiosa para que ella lo incorpore a sus manuales de autodefensa…

Se me queda un poco corto el relato artículo, así que: «Mientras esto sucedía en los centros de la derechista Acción Popular, yo subí a la mesa y arengué a la multitud, cuando de repente hizo su aparición la guardia de asalto al mando de un teniente. Un cabo me encañonó con su pistola conminándome a que bajara de la mesa para detenerme, y sucedió lo inesperado. Un grupo de las Juventudes Libertarias se abalanzó sobre el cabo, le desarmaron y le pasearon por la Avenida de la República obligándole a gritar ¡viva la FAI, viva la CNT! A poco de este incidente apareció el gobernador civil (cuyo nombre no recuerdo) y obligó a la guardia civil y a los de asalto a regresar al cuartel, y con ello evitó una tragedia»3.

He ahí a un creyente en la causa, aunque resultara causa perdedora, pero digna de una gran alianza: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido»4.

1 Díez, P: Un anarcosindicalista de acción. Memorias. Editexto, Caracas, 1976, pp. 69 ss.

2 Ibi, p. 119.

3 Ibi, p. 172.

4 Gn 32, 28.