Artículos

COVID19: ¿Será verdad? - Mariano Álvarez Valenzuela

¿Será verdad que, si durara mucho esto del virus, acabaríamos por callarnos? Creo que jamás hemos hablado, escrito y gritado tanto como en la situación actual, es como si hubiésemos estado completamente callados con anterioridad y ahora de repente se hubiese abierto la veda para hacer todo lo contrario. Ha sido tal la vorágine de palabras que todo el mundo, sin excepción, hemos entrado en la dinámica del bulo. Había que hablar, escribir y gritar, hasta el punto de no importar si respondía a la verdad o a la mentira, eso era lo de menos, había que hablar y no estar callados, lo que nos ha llevado a superar a los maestros de la sospecha, y ahora todo lo que se dice está bajo sospecha. Lo estamos consiguiendo, este es el estado previo al de enmudecer.

Sí, se nos están acabando las palabras, los textos, los gritos, las caceroladas y hasta los bulos, pues ya no se los cree nadie. Cuando esto pase, si pasa, no sabremos cómo retornar a la palabra. Ya sabemos por experiencia que no hay mal que cien años dure, ni mal que por bien no venga; pero mientras tanto ¿permaneceremos calladitos?

El Hombre, la Persona –por aquello del lenguaje de género, el hombre, la mujer y todo lo que ustedes quieran agregar, para que nadie se sienta discriminado– no puede estar callado.

Ya en la situación previa al confinamiento, en donde el bullicio era el pan de cada día, ¿no observaban la cantidad de gente que iba por la calle hablando a solas? Cada vez observo este fenómeno con más asiduidad: personas aisladas en el tumulto, personas en soledad, pero con la palabra que le sustrae de la soledad absoluta.

Es imposible que el Hombre, la Persona, permanezca callada. Sólo la muerte le quita la palabra, al menos en apariencia.

¿A qué se debe esta imposibilidad de callarse? ¿No será que la Persona tiene miedo al silencio? El silencio le hace pensar, y eso de pensar, que es otra forma de hablar, que es un hablar hacia dentro de uno mismo, acaba comprometiéndole a tomar una decisión ante la vida, esa vida que es vida mientras tiene palabra, y por ello no quiere callar, pues en lo más profundo de su ser, en su inconsciente, que ante el silencio emerge a su consciencia, descubre que lo más tremendo es vivir en esa soledad sin palabra. Si ya antes, en medio del tumulto, se sentía sola pero acompañada de su palabra, ahora se resiste a perder esa pequeña compañía que le mantenía en vida.

La persona no tiene miedo a morir: lo que tiene es miedo a vivir en esa soledad absoluta, sin palabra, que es vivir en la muerte. Por eso teme a la muerte. En caso contrario no existiría tal temor.

Si el Hombre, la Persona, teme a la muerte, es por dos razones: porque siente la necesidad de transcender la facticidad de su propio mundo y de su vida, y porque intuye en la muerte algo más que el simple extinguirse.

Decir Persona es decir Palabra; una reclama a la otra, y el Hombre, la Persona, lo presiente.

En el relato del Génesis se nos presenta una imagen del acto creador como una secuencia de acontecimientos enclavados en el tiempo. En cambio, el relato de Juan se desliga de toda causalidad temporal, para ubicarnos en el ámbito de la Palabra. Ámbito de la única causalidad que es fundamento de toda causalidad, el Logos divino.

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los Hombres…

El Hombre, la Persona, sabe de forma explícita o implícita, consciente o inconscientemente, que quedarse sin palabra es morir en vida; en caso contrario la muerte como expresión pura y llana de su extinción no le causaría miedo.

La Muerte nos abre al misterio de nuestra Palabra, porque Palabra y Vida se reclaman.

¡Qué tremendo sería quedarse sin Palabra!