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COVID19: Jesús, la Iglesia y el Reino que viene (3) - Joaquín Tapia

LA EXPERIENCIA PASCUAL: JESÚS DE NAZARET, LA IGLESIA DEL SEÑOR JESÚS Y EL REINO DE DIOS QUE VIENE (III)

Me parece importante seguir manteniendo, como guion de meditación, estas tres palabras que son y seguirán siendo para siempre fundamento incuestionable de nuestra fe cristiana: Jesús de Nazaret, la Iglesia del Señor Jesús y el Reino de Dios que viene. También en este domingo quinto de pascua podemos seguir centrándonos en lo que esas palabras significan para hacer más vivo y fecundo el sentido de la experiencia Pascual. Del encuentro personal con quien dejó el sepulcro vacío y nos invitó a ir a Galilea para reconocerlo allí. De ese modo, Cristo Resucitado se actualiza en medio de nosotros vivo también este año 2020, aunque sea en las especiales circunstancias que a veces nos hacen dudar de Dios mismo, de su Iglesia, del mundo y aún de la esperanza del Reino.

¿Qué es lo que Dios está queriendo de nosotros en este año tan peculiar? Vamos a seguir mirando sus indicaciones y signos en espíritu de fidelidad a Él. Especialmente hoy debemos fijarnos en la condición temporal humana, en nuestra condición caduca, decrépita, aquella que nos encamina a esperar con ansia y gozo el Reino de Dios que está viniendo. Porque en verdad necesitamos que el Señor vuelva. Y sólo con su segunda venida se culminará la plenitud de la Salvación.

1. JESÚS DE NAZARET

«Acercaos al Señor, la piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios. Pues también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo».

Toda nuestra vida está ya en Cristo. De palabra al menos, así lo confesamos. Pero esa nuestra existencia creyente en Cristo hay que renovarla y recrearla continuamente. Hace unos días en el evangelio de S. Juan podíamos leer la siguiente frase puesta en la boca de Jesús: «Yo y el Padre somos UNO». Sólo quien mira la realidad más cierta y cercana de Jesús de Nazaret; es decir, sus caminos de Galilea y su final temporal en la cruz, aunque sea con los tropiezos lógicos y propios de nuestra pequeñez, podrá descubrir el rostro verdadero de Dios que se ha hecho débil y pobre (hasta el escándalo, según vemos que dice S. Pedro) en favor nuestro. A Dios no lo ha fabricado ningún humano. Si fuera así, sería un ídolo. Por eso mismo, nos viene muy bien esta recomendación del propio Pedro a ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo. O lo que es lo mismo: el primer apóstol nos invita a ponernos en las manos de Jesús de Nazaret, a conocerle cada día más y a seguir más de cerca sus propios pasos hasta donde Él mismo quiera llevarnos.

2. LA IGLESIA DEL SEÑOR JESÚS

En la segunda lectura de la Eucaristía de este domingo podemos reconocer un vivo retrato de cómo nació el débil rebaño eclesial de los discípulos del Resucitado. Comprobamos como brotó la asamblea eclesial en Jerusalén y en medio de dificultades del camino comunitario que había de abrirse paso en la historia: «En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas. Los Doce, convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron: No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra... La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a (varios diáconos), los presentaron a los apóstoles que les impusieron las manos orando. La palabra de Dios iba creciendo y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe».

Cuando nace un río en los primeros hilillos del agua que brota en la montaña nevada quizás sea cuando menos contaminado esté el propio río. Pero con su ir avanzando por el cauce destinado, poco a poco van apareciendo las dificultades. Unas veces el agua se embalsa y se contamina. Y en otras hay que superar dificultades de saltos al vacío o de cascadas inesperadas. Como si fuera un río, la Iglesia, tanto en su relación con el mundo, así como en su propia identidad comunitaria, con la ayuda de los dones del Espíritu Santo, ha tenido, tiene y tendrá que purificarse para no alejarse de su Señor ni dejar nunca de ser la Iglesia que brotó (que sigue brotando) del costado de Cristo. Porque la Iglesia nunca olvida que está por Él mismo dirigida y configurada. De hecho, sólo Cristo es el Buen Pastor, como se nos recordaba el domingo pasado.

3. EL REINO DE DIOS QUE VIENE

El evangelio de S. Juan de este domingo nos invita a meditar: «En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le responde: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Jesús le replica: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre”».

Los discípulos de Jesús de Nazaret formamos su comunidad eclesial. Somos la Iglesia en medio de la historia compleja de la humanidad entera. Nuestros medios y nuestras fuerzas para avanzar en la historia sólo pueden ser las del Espíritu que nos invita a esperarle de nuevo. Los gozos y las esperanzas de la humanidad entera son los gozos y las esperanzas de la Iglesia para entender bien el Evangelio. Eso nos lo recordó con mucha fuerza hace ya más de cincuenta años el Concilio Ecuménico Vaticano II. Y lo está repitiendo todos los días el papa Francisco.

No estamos en el mundo para subsistir contemplando con autocomplacencia el ombligo de nuestro interior eclesial. Los cristianos no estamos para cuidarnos a nosotros mismos. Más que nunca en estos días se nos invita a reconocer nuestra propia debilidad personal y comunitaria para ponernos al servicio de quienes necesitan del Evangelio de Jesús de Nazaret. Sin ser apóstoles y testigos de ese Evangelio para los demás, no cumpliremos bien nuestra misión evangelizadora. Por eso mismo, hemos de reconocer que somos peregrinos hacia otra casa definitiva. Hacia la casa del Padre. Contamos con la vida, sí… pero también contamos con la muerte. Las ataduras a las realidades interesadas de lo de aquí abajo fácilmente nos enredan y no podemos caminar en libertad. Hay que desprenderse de todo lastre antievangélico. Como los peregrinos y caminantes, tenemos que poner y levantar diariamente nuestra tienda de campaña para servir a los más pobres y seguir avanzando hacia lo definitivo. Servimos el Evangelio en la mesa de la Fraternidad. Y sabemos que estamos en los últimos días. Creemos y confesamos que la plenitud a la que aspiramos sólo llegará con el Señor en su segunda y definitiva venida. Mientras tanto, en provisionalidad oramos, adoramos, … y servimos a los más pobres y necesitados. Mientras tanto, tampoco dejamos de levantar los ojos suplicando su vuelta: Maranna-tha: ¡Ven, Señor Jesús!

Amén.
Aleluya.
Ánimo a todos.

Joaquín Tapia, sacerdote