COVID19: Un virus deleznable (Diario de campaña III) - Benito Estrella

VIII

Jamás se me ocurriría a mí abrir una web y ponerme a enseñar a otros, on line, cómo hay que cuidar un jardín. He pasado por el aprendizaje inicial de un oficio, el de carpintería, y sé muy bien que para enseñar a otro un oficio se necesita ser maestro en el mismo y para ser maestro se precisan muchas cualidades y muchos años de aprendizaje y experiencia. Se necesita sobre todo haber aprendido con otro maestro.

En la tradición sufí, en sus escuelas de enseñanza espiritual, nadie puede enseñar hasta que su maestro no se lo permite; o mejor dicho, se lo ordena, pues también dicen los sufíes que uno no debe enseñar hasta que no se le quitan las ganas de hacerlo.

Algo parecido, con sus grados de saber, hay en la enseñanza y aprendizaje de los oficios —que estaba unida a una enseñanza espiritual en los gremios medievales—: aprendiz, oficial y maestro. Ahora cada vez tenemos más prisa en los aprendizajes y, convertidos en ‘expertos’ en un santiamén, más disposición a enseñar lo que no sabemos. Así vemos a tantos y tantos que adquieren de pronto una autoridad y un reconocimiento que apenas se avienen con su verdadera capacidad y saber. Esto ocurre sobre todo en aquellas áreas donde se trata con las cosas humanas, que exigen algo más que conocimientos técnicos. Las consecuencias de esta situación dan la cara en situaciones complejas y dramáticas, como esta que ahora os afecta.

Por eso, en el aprendizaje de un oficio, se necesita un tiempo largo para adquirir, junto a lo puramente técnico del oficio, humildad y paciencia, servicio y obediencia, antes de ostentar una posición decisiva. En el aprendizaje de un oficio se empezaba de recadero, de criado para todo. Esta fase de aprendiz era suficientemente larga y se realizaba en el taller en relación directa y física con el maestro. Estas cosas que tienen que ver con la esencia de lo humano no se pueden aprender en un cursillo on line o como consecuencia urgente de un ERE o cosas parecidas. Lo sé por experiencia, pues como digo fui aprendiz de un oficio en el que no logré pasar de esta primera fase.

¿Y quién y cómo aguantaría hoy tal clase de aprendizaje, en la barbarie cultural en que estamos, en la que la igualdad como derecho en dignidad se confunde en la práctica con una ideología llena de fantasías sobre la realidad humana?

IX

Un día más. Como todos y cada día virgen, sin embargo. Siento el dolor del mundo y de la vida; y no obstante, qué dulce es el vivir, aunque ahora estar vivo nos remuerda la conciencia.

En el jardín, abejas hacendosas libando las corolas de las flores; abejorros zumbando en la glicinia azul; jilgueros que se mueven inquietos por las ramas más altas del ciprés como brillantes luces de colores. La luz, las alas y los cantos de los pájaros, los aromas. La salamanquesa que miras y no sabes bien si a su vez ella, extática, también te mira y quiere decirte algo. El blancor y el amarillor en toda su esplendorosa y viva manifestación llena de matices. No hay palabras para tanto matiz, tantas y tan hondas sensaciones. El rosa de la gitanilla que se estira hasta el límite del rojo sin llegar a tocarlo; la brisa que pasa y retoma perfumes y vibraciones; los cantos de pájaros más lejanos o más ocultos y rumores velados y escondidos como secretos…

Este jardín empezó con cuatro macetas y ha ido acarreando toda clase de plantas y de bichos, pues allí donde hay vida acude más vida. El mérito es todo del jardín. Yo me he limitado a realizar las mismas operaciones que uso en mi escritura, que es en realidad y siempre reescritura: añadir esto aquí, sustituir esto allá, reordenar este espacio o quitar —podar, arrancar…—, sobre todo quitar, si hablamos de palabras, aquí, allá o acullá. El jardín se deja hacer y creo que me lo agradece. Más se lo agradezco yo a él, pues cuidándolo me cuido y mi vida crece con su vida y aprende con su diario vivir y morir.

Dime tú, rosal blanco, lleno ya de capullos, cerrados todavía, ¿qué esperas de tu albo florecer? El mismo sol que abrirá tus flores las irá marchitando y no tendrá piedad de tu belleza. ¿Cómo no ha de dolerme también el tiempo que huye devorando la hermosura que cada día levanta?