Artículos

Querer de otro modo - Carlos Díaz

Yo quiero ser el mismo, el mismito que soy para seguir queriendo ser lo que soy; quiero seguir pareciéndome a mí sin narcisismo, aunque sin querer parecerme a mis defectos tan míos, mismos que me han acompañado toda la vida sin poderles expulsar de mí, por mucho daño que me hayan hecho. Me rindo, tan míos son que sin ellos yo no fuere. No me hago falsas ilusiones, pues quien tiene un defecto los tiene todos, y quien tiene una virtud las tiene todas. A veces, pagano, aldeano hasta el tuétano, siento que mis virtudes son a la vez vicios espléndidos. Pagano mucho, pero maniqueo nunca he podido serlo.

A veces, perdón, en la batalla de la supervivencia he superpuesto mis affiches sobre los ajenos, he concentrado toda la atención sobre mi propio rostro roído sin dejar que a través de él se mostrasen los rostros ajenos, imperialismo que no sabe ser ícono transparente sino ídolo opacador. Qué horrible, aunque más lo sea negarlo, pero sin que el simple reconocerlo evite siempre el cinismo del confeso al confesarlo.

Yo quiero ser el mismo que soy incluso siendo diferente de lo que soy, y quiero ser diferente aunque sea deficiente, querido en mis propias diferencias-deficiencias. ¿Es eso el pecado, aunque lo reconozca con o sin golpes de pecho visibles? Ahora bien, ¿no son las deficiencias parte inseparable del yo, en cuyo nido habitan, y sin las cuales el yo mismo muere?

Si es pecado, me acuso de querer que Dios me quiera incondicionalmente y a pesar de mi pobreza pecadora, sin nada merecer por parte mía. Pero ¿y si el pecado fuera querer lo contrario a eso, a saber, querer no ser querido nada por nuestras propias obras sin valor? ¡Cómo me gustaría ser teológicamente a la vez católico y protestante para salir de la cuadratura del círculo!

Más allá de lo puro y lo impuro, de lo crudo y lo cocido, de lo fano y de lo profano, la cuestión es ama y haz lo que quieras. Sin esto nunca seremos perfectos como nuestro padre celestial es perfecto. Y yo estoy cansado de mi pureza falsa, apayasada, es decir, estéril queriendo ser como Dios obligando a Dios a que sea como yo.

¿Es esto egoísmo, o yoísmo, hay entre ambos alguna diferencia insalvable en última instancia? Ante la imposibilidad de saberlo a ciencia cierta, casi sin interés por saberlo a estas alturas de mi vida, sé al menos –o creo saber por antífrasis– que quien no quiere su propio querer(se) ni siquiera permitirá ser querido por otro que le quiera. Y sé a ciencia cierta y por personal experiencia que quien no quiere querer ha perdido la onda de la vida y va por ahí como árbol que se mueve, expuesto al primer hachazo de la parca, en derrota.

Quiero y no quiero querer y estoy sin querer queriendo. Ser es querer, querer ser, querer serse, y querer serte. Yo quiero ser yo, pero no podría ser sin serte, sin ser para ti. Tanto, que al amarme amase hasta la saciedad el rostro mío en el tuyo, que el mío permaneciese en el tuyo sin retorno al mío. Donación sin reducción, querer puro, interés des-inter-esado, entre que deshace el tú y el yo para rehacerlos ya sin tiempo para la separación.

Y dicho esto, agotado una vez más en tan ardua cuestión, Why dont’we have a Drink, por qué no tomamos una copa a la salud del querer? Quienes creáis en la inocencia del ser, estáis también invitados. Esta ronda la pago yo. Seguramente el fruto de la vid no será más dañino que el limbo de la inopia. ¡In vino veritas!