COVID19: Resistiré si puedo, reexistiré aunque yo solo no pueda - Carlos Díaz

Estos días llenos de noches ha llegado hasta mi casa, de la que no he tenido el gusto de salir, una barahada de clarinazos de sufrimiento y de miedo. De la semisuma de ambos ha trepado hasta mi ventana un clamor de aplauso, un conjuro incapaz pese a todo de silenciar el silencio de las morgues de muertos bien repletas, antes llamadas funerarias, cuando todavía había funerales, del latín funus/eris, es decir, cuando se marchaba detrás de los difuntos, a los que se despedía con un responsum o última respuesta. En estos días llenos de noches, sin embargo, sin funerales ni responsos, los muertos van quedando atrás, envueltos en el sudario nada glamuroso de una soledad sin deudos, como si nadie les debiera nada. Un autor al que he leído poco, T.S. Eliot, premio Nobel cuando yo tenía cuatro pequeños años, había escrito lo que sigue pensando en mi estupor ante estas luctuosas jornadas:

Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
Toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
Pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.

He dicho que Eliot pensó en mí, porque hasta el escritor más mediocre como yo lo hace para que los demás lean y relean su escritura y de este modo le otorguen su responso, que no es cualquier respuesta, sino el eterno sí esponsal (re/spondere) entre los esposos que vuelven a casarse cada minuto, sin el cual cualquier garabatería sería cadáver: si las palabras sólo valiesen para este instante que al nacer muere, habrían durado menos que el vals del segundo.

Latines aparte, con permiso de mi admiradísimo Dúo Dinámico (“Lolita, tú tienes una forma de bailar que me fascina, Lolita, contigo yo quisiera twistear toda la vida, Lolita, Lolita, mi amor”) en su sentido técnico resistiré (re/sistere) significa volveré a estar sentado, me sentaré otra vez. Ahora bien, no hay que confundir semejante resistir con reexistir, término de mucho calado escatológico que quiere decir siempre existiré, no moriré, eadem mutata resurgo, como la espiral logarítmica de Bernouilli. Resucitaré, pues lo que no renace no es canto, sino desencanto y llanto.

Pero una buena vida, resistente primero y reexistente después, no solamente se consigue a base de yogures, ova et lacticinia. Según se dice en la traducción de la Biblia que más me gusta literariamente, la de Reina-Valera que me regaló el pastor evangélico Emmanuel Buch, mientras vivamos siempre nos tocará una parte alícuota del estercolero y de los sufrimientos del “Job vestido de llagas”, ilustración del poder de Dios y de la obediencia del justo. Job llevaba la Biblia en la sangre muerta y resucitada, y en sangre la bebía León Felipe: “Me gusta remojar la palabra divina, amasarla de nuevo, ablandarla con el vaho de mi aliento, humedecer con mi saliva y con mi sangre el polvo seco de los libros sagrados y volver a hacer marchar los versículos quietos y paralíticos con el ritmo de mi corazón”. Estas palabras del poeta católico, sentimental, viejo y feo, como se describía a sí mismo nuestro exiliado republicano, lejos de atemorizarme, me elevan hacia lo alto a pesar de este peso de ballena que voy acumulando. Esa parte es la que no resistirá. Resistiré si puedo, reexistiré aunque yo sólo no pueda.

Así que, eadem mutata resurgens, como la espiral de Bernouilli, en este momento -sentado como siempre y como siempre resucitando- cierro este artículo y comienzo a resurgir de otro con el artículo siguiente para que no se me mueran vuesas mercedes, para que no se me mueran.