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COVID19: El día siguiente de la epidemia - Amando de Miguel

Me resisto como gato panza arriba a escribir “el día después”, que es como se dice en los mentideros. No habrá un día siguiente al final de la epidemia, pues no se notará el salto brusco de un estado de confinamiento o arresto domiciliario colectivo a otro de libertad de movimientos. Iremos poco a poco, demasiado lentamente. La famosa curva de la incidencia del virus chino no es simétrica. Entramos en ella inopinadamente, pero saldremos a trompicones a lo largo de un tiempo harto dilatado.

En España no solo hemos llegado a la tasa más alta del mundo por lo que se refiere a la mortalidad de la epidemia. Dado que su letalidad no es muy alta (comparada con otras pestes), lo que provoca es un contagio amplísimo. Así pues, la única terapia colectiva es el confinamiento domiciliario para una gran parte de la población mundial. En nuestra cultura esa es una prueba durísima. Lo nuestro es la efusividad, el abrazarnos mucho. Se van a alterar nuestras costumbres. Ni siquiera nos va a salir otra vez saludarnos y “darnos la paz” cuando toca en la misa. Según vayamos saliendo de la reclusión, se nos va a ser difícil volver al ocio tumultuoso y ruidoso que junta la comida con la bebida en grupo. Nos va a dar cierta aprensión compartir otra vez los lugares públicos, por ejemplo, una habitación de un hotel, en la que lógicamente han pernoctado otras personas. Incluso, al comprar ropa, a ver cómo evitamos el repelús de que la prenda la haya podido probar otro cliente.

La gran liberación del día siguiente al final de la epidemia va a ser para los novios. Nadie se ha acordado de ellos, los pobres, forzados a tener que relacionarse solo por teléfono a lo largo de este inacabable cautiverio del maldito virus. Cierto es que los niños (oficialmente “los más pequeños”) han sufrido lo suyo, pero lo han compensado con la propina de unas insospechadas vacaciones, libres de constreñimientos de horario. Se han hartado de televisión. Claro que lo peor está por llegar. La epidemia como tal pasará e incluso iremos recobrando poco a poco nuestros hábitos de una vida extravertida. Pero no va a ser fácil acostumbrarse al hecho de que va a subir el precio de muchos alimentos. Lo peor va a ser el paro, con tasas nunca vistas desde los años 30 del pasado siglo. Menos mal que el teletrabajo forzado facilitará que se siga procediendo así en muchas tareas. Pero no creo que sea buena la nueva costumbre de la enseñanza telemática a la que se han visto forzados los alumnos en esta larga cuarentena de más de 40 días. ¿Habrá aprobado general para los estudiantes de todos los grados? Naturalmente, no se llamará así, pero lo será en la práctica.

Lo único positivo de esta ordalía de la pandemia ha sido una lección de humildad. Esto es, la sociedad de la abundancia, del progreso, de la sanidad pública y gratuita, etc. resulta que se ha venido abajo; era más frágil de lo que suponíamos. Habíamos creído que la peste era cosa de la Edad Media, pero aquí está con nosotros. Además, quién sabe si, superada la virulencia de esta ola, no habrá un rebrote en el otoño del hemisferio septentrional. Esto es lo que sucedió en la anterior pandemia, la de gripe de hace poco más de un siglo. Ni entonces ni ahora se sabe nada de cómo atacar a los virus. Decididamente, hemos perdido la fe en la ciencia. No hay más que ver lo poco que saben los misteriosos “expertos” y lo mal que cumple sus objetivos la Organización Mundial de la Sanidad (que no de la Salud, como se traduce).

En definitiva, la maldita pandemia nos ha trastocado la vida cotidiana, la sociedad misma. Por eso no va a haber un “día siguiente”, el alegre equivalente del armisticio, la capitulación o la firma de la paz al final de una guerra. Por fin podremos hacer duelo de las víctimas mortales de la epidemia, que se han ido silenciosamente sin que podamos dedicarles el debido rito de despedida. Se ha venido haciendo desde hace cien mil años, cuando se empezaron a enterrar los muertos con flores y otros símbolos.

Para Actualidad Almanzora, 20 de abril de 2020.