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COVID19: Un virus deleznable (Diario de campaña) - Benito Estrella

Inmediatamente el Espíritu lo empujó al desierto. Estuvo en el desierto cuarenta días, tentado por Satanás; estaba entre las fieras y los ángeles le prestaban servicio.
Marcos 1, 12-13

Dolet, ergo sum
Sören Kierkegaard

Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena…
Antonio Machado

I

Siempre hubo en el fondo de mí mismo una cierta llamada a la vida monástica, a la comunidad de solitarios, a vivir como un monje, apartado del mundo.

Y ahora, fíjate, sin que me pidan testimonios de fe, ni fehacientes pruebas de vocación, ni tenga que hacer votos, aquí estoy, confinado en mi casa, por orden del gobierno, fuera del mundo y más dentro de mí.

El que está confinado no se exhibe; y, por eso, gobierna como sabe aquello que conoce como suyo. De esa manera adquiere dignidad. No tiene que dar cuentas, ni que justificarse. No tiene que alabar su mercancía, ni engañar, porque ya la ha comprado la real necesidad de cada día, del mañana la justa prevención. Libre y responsable aprende a gobernarse y a gobernar su casa por experiencia propia, directa y padecida.

 

II

Desde el palacio-templo de esta democracia de donde hemos sido desahuciados casi sin darnos cuenta, suenan campanas rotas: las noticias envueltas en confuso tintineo de dobles y repiques.

Y la carne —que estaba ya aterida viviendo en la intemperie del absurdo, en la atmósfera fría de los expertos, de ideologías y datos estadísticos, índices y estrategias de trincheras para la dócil masa—, escucha consternada.

Desde la soledad, oscura y reprimida en el trajín diario del comprar y vendernos; desde el vacío insatisfecho siempre, aturdidos como un niño perdido en el ruido y tumulto de la feria del mundo.

Malas noticias, bulos y mentiras y palabras sin vida de consuelo impostado, gota a gota cayendo sobre la carne trémula y macerada de mi corazón.

 

III

Ahora me hace temblar un virus deleznable. Sé que viene a por mi, a por nosotros, los estorbos de esta economía —sudor pasado no mueve molino—, que no sabe qué hacer con los niños y viejos, con su fragilidad improductiva y cara.

Dicen que soy población de riesgo… ¡Como si ya no fuera el estar vivo un milagroso y peligroso riesgo!

 

IV

Y ya puestas las cartas boca arriba, diré que unas me vienen y otras se me van, como un oleaje que se agita en mi pecho y me trae y me lleva de este mundo y su obtusa y falsaria compostura. No están para lirismos estos tiempos.

Si miramos los datos objetivos, estadísticamente —la estrategia que pone bata blanca a la mentira y la viste de ciencia y desapego—, no podría ser más deleznable el virus de esta pandemia loca.

Pero no son razones objetivas, que no saben de duelos y quebrantos, las que hay que poner en la cocina amarga del tintero. A mi esto me duele de verdad. Me niego a que el dolor se trivialice.

Los rostros golpeados me miran suplicantes, el pecho se me encoge, se arruga, castigado, el pensamiento y me hierve la sangre.

 

V

Me duelen los enfermos y los muertos; pero también el caos, el desgobierno triste de los que están enfermos de codicia y poder y disponen de todo —de los que sudan su pan y también el de ellos, su muerte y su dolor de cada día— en su provecho propio.

La apariencia es liviana del despojo, pues con soltura ofrecen todo lo que no es suyo.

Los muertos mueren solos y mudos, sin poder revelarnos su última palabra, la palabra quizá con más verdad que en los años vividos pronunciaron sus bocas.

Palabras de consuelo para quienes quedamos en pie para afrontar esta inhumana, elemental barbarie en que hemos caído.

Dejo mi voz aquí, dejo mi rabia junto a la cera dura de los cirios que no hemos encendido.

 

Benito Estrella
Zafra, 17 de abril de 2020