COVID19: Epidemias, endemias y justicia - Luis Ferreiro

Las epidemias son episodios que sobrevienen a un pueblo (epi-demos) por causas que pueden ser externas, las pandemias (pan-demos) son aquellas afectan a todos los pueblos. Producen un número de enfermos o muertos muy superior al habitual por esa causa. Con frecuencia llegamos a creer que nos vienen de fuera, como un mal que no merecemos, sin culpa, como algo injusto. Nos convencemos de que estamos ante lo nunca visto, lo nuevo ocupa toda nuestra atención y lo viejo desaparece del campo de la conciencia. Por eso somos hipersensibles al nuevo virus, mientras que nos habituamos a otros que conviven con nosotros hace mucho. Así ha ocurrido con el SIDA, el virus terrorífico en los años ochenta ha pasado a ser un parásito doméstico. No es que hayamos domesticado al virus, pero sí nuestro miedo.

El agresor externo, por una especie de entente cordiale, se convierte en nuestro inquilino: la epidemia se convierte en endemia (en-demos), es interior al pueblo. Entonces, las voces que clamaban se calman, se acostumbran al mal, se convierten en almas habituadas, esas que para Péguy eran mucho peores que las almas perversas, puesto que no hacen el mal, pero tampoco lo resisten ni se rebelan contra él y lo combaten, simplemente se acomodan a él y acuerdan un pacto para no dañarse mutuamente.

Históricamente se demuestra que las conductas humanas ante las epidemias se repiten según patrones muy reconocibles: inquietud, negación, pánico, aceptación, relajación, olvido… Lo mismo ocurrirá esta vez, pasaremos del estupor, la hipersensibilidad y la falsa resistencia a la relajación y el olvido. Por mucho que se cante es mentira, no resistiremos al egoísmo, cederemos, con tal de que el mal no nos dañe, no lo dañaremos a él. Nos conformaremos con el mal domesticado o suficiente alejado. Abramos los ojos con solo unos pocos ejemplos (datos de la OMS):

  • Malaria: en España está erradicada desde 1964, pero en el mundo hay más de 1.000 millones de personas afectadas en más de 100 países. En 2018 se detectaron 218 millones de nuevos casos y murieron 405.000 personas, de ellos 272.000 eran niños de menos de 5 años (67%). 
  • Dengue: endémica en 110 países, afecta a más de 400 millones de personas, 95 millones con síntomas clínicos; se notifican 3,5 millones de casos nuevos al año y 500.000 hospitalizaciones, con una letalidad del 2,5%.
  • Tuberculosis: en 2018 hubo 10 millones de enfermos nuevos, murieron 1,5 millones.
  • Ébola: epidemia de Liberia, Guinea y Sierra Leona en 2014-15, 30.000 casos y unos 12.000 muertos (letalidad entre el 28 y el 67%); nuevo brote en Zaire en 2019, con 3.416 casos y 2.238 muertos (letalidad del 66%) hasta enero de 2020. A diferencia del anterior, más cercano a nosotros, apenas hay noticias en los medios.

En la Edad Media no cabía hacer otra cosa que resignarse, hoy tenemos infinitamente más medios y podemos hacer retroceder el mal, resistirlo, si de verdad queremos. Cuando el mal nos afecta es escandaloso, pero cuando se aleja deja de serlo y volvemos a la tranquilidad de las almas habituadas. Habituadas a las endemias eternas que torturan a millones de seres humanos desde tiempos inmemoriales, sin que la ciencia, ni el mercado, ni la política les pongan fin. Habituadas a las mortandades infantiles evitables a bajo precio. Habituadas al silenciamiento de los miserables y a la desinformación sobre las epidemias que arrasan poblaciones lejanas, a la ceguera de las cámaras de los telediarios. Habituadas al confinamiento de por vida en el estrecho recinto la pobreza.

Nuestro confinamiento se acabará, pero continuaremos confinados en nuestra indiferencia egoísta como que siempre. El relato de La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe, es nuestra parábola. Narra cómo la epidemia asola el país del príncipe Próspero, quien se encierra en un enorme palacio amurallado con los nobles y los ricos, mientras sus súbditos mueren en el exterior. Provistos en abundancia de todo y ajenos al dolor exterior banquetean, festejan y se divierten sin descanso, seguros de que la muerte roja no va con ellos. Hasta que el príncipe organiza un baile de disfraces. Allí aparece una figura con la máscara de la muerte roja que trae la justicia y el castigo. Pero estamos a tiempo de cambiar el diagnóstico. ¡Ojalá no nos encerremos a las endemias de otros! Luchar por nuestro derecho es justicia. Luchar contra las endemias ajenas, luchar por la justicia para los demás, por la salud ajena y contra su ruina es caridad, que es lo que prohíbe el egoísmo endémico al que hay que resistir.