COVID19: La experiencia pascual - Joaquín Tapia

LA EXPERIENCIA PASCUAL: DE JERUSALÉN A GALILEA Y DE NUEVO DE GALILEA A JERUSALÉN… HASTA LA ULTIMA VENIDA DEL SEÑOR

«Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”».

Esta Pascua 2020 será probablemente inolvidable para todos nosotros por las circunstancias que ya sabemos. A causa de la amenaza que supone para todos los humanos la enfermedad que en forma de esta maldita pandemia se nos ha venido encima, nunca olvidaremos estos días de 2020. Sin embargo, como discípulos que somos del Resucitado Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios vivo que convalida esa filiación divina suya por medio de su resurrección, deberíamos tener en cuenta de manera peculiar aquello que verdaderamente importa. Y lo que es decisivo en nuestra vida, en nuestro dolor, en nuestra enfermedad y en nuestra muerte aquí y ahora es la PASCUA. LA PASCUA que consiste en ese Evangelio (esa Buena Noticia) del SEÑOR QUE HA RESUCITADO. Sólo en Él está la plenitud de la salvación humana. Debemos saber que su sepulcro quedó vacío y que su Cuerpo glorioso está esperando a incorporarnos a todos para que lleguemos con Él a la plenitud de su última venida. Solamente en esa plenitud que esperamos ya, solamente en ella, alcanzaremos la victoria definitiva sobre el pecado, sobre la enfermedad y sobre la muerte. Me atrevo de decir a todos con claridad: la verdadera buena noticia de esta Pascua 2020 ya la sabíamos: CRISTO HA RESUCITADO. Por eso mismo, no basta con saberla. Hay que experimentarla y gozarla en plenitud. La victoria del Crucificado Nazareno, Jesús, ilumina su muerte y, entrando en guerra con las sombras de la muerte, vence y nos regala la PLENITUD DE LA VIDA. ¡HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!

Como veis, encabezo estas líneas con la primera parte del evangelio de S. Juan que se lee en la Eucaristía de este segundo domingo de Pascua. Releamos despacio esta Palabra de Dios una y otra vez. Es un texto evangélico que hemos comentado entre nosotros en multitud de ocasiones. Hoy tiene más sentido que nunca proclamar lo que ahí se dice. Y no nos basta con saber ‘lo que pasó entonces’. Es necesario dejarse tocar ahora, en nuestro corazón, por Él. Por quien ha resucitado. Por quien es el Hijo de Dios vivo.

Reconozcámoslo: estamos acobardados. Tenemos mucho miedo. Estamos reunidos, estamos confinados; es decir, ‘estamos con las puertas cerradas’ por miedo al oscuro enemigo que es la muerte. Y, ante tanto enemigo de la vida y de la fe que parece perseguirnos, es lógico que nos hundamos como se hundieron los discípulos a causa de la cruz de su Maestro y Señor. Pero hay que salir de ahí como a los primeros discípulos los sacó el Señor de su hundimiento. Mejor aún: Él quiere sacarnos de este ahora tenebroso y oscuro. Las tinieblas del Viernes Santo hay que dejarlas atrás, aunque nos ciegue el resplandor del Resucitado. Él está ahora vivo. Resucitemos con Él.

Hay una luz nueva y definitiva, hay una luz única…, si nos queremos dejar iluminar por Él. Comencemos, pues, reconociendo que es Él mismo quien ha resucitado por el amor del Padre y en su Espíritu Santo. La iniciativa para salir de esta pesadilla ‘de tinieblas y sombras de muerte’ la ha tomado Jesús. Él mismo se ha puesto en medio de los discípulos y les ha trasmitido la PAZ como nadie sabría ni podría hacerlo. Les ha mostrado las huellas de la cruz: los pies y las manos con los clavos, y el costado abierto por la lanzada de aquel soldado. El costado del que, por cierto, sigue manando sangre y agua. Que no se nos olvide: sólo reconoceremos al Resucitado en las mismas huellas de su Cruz. Y ahora la Luz de aquella Cruz es Paz. La única paz auténtica que nos recompone: «los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor». Hay presencia del Resucitado hoy en su Palabra; hay presencia del Resucitado hoy en su Eucaristía; hay presencia del Resucitado hoy en las huellas de su Cruz que portan tantos y tantos hermanos nuestros en su pobreza, en su debilidad, en su desvalimiento.

Con un añadido igualmente sorprendente, impensable para ellos, pero absolutamente real: «como el Padre me ha enviado así os envío yo. Y, soplando sobre ellos, les entregó el Espíritu Santo». Pedro, después del fracaso de la Cruz de su Maestro parecía el menos indicado para proseguir y prolongarle a Él en su obra. Y lo mismo les pasaba a los demás discípulos. Como nos pasa hoy a nosotros. Nadie está a la altura de este encargo de hacerle presente como Crucificado que ya ha Resucitado.

También aquí el sentido de la Palabra del Señor Jesús no debe dejar lugar a equívocos. «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Esto significa ser Iglesia. Esto y nada más. El resto de cosas y tareas en las que a veces nos afanamos sobra y está de más. En el envío del Hijo para hacerse hombre y morir por nosotros, estamos incluidos nosotros. Su envío es el nuestro. Eso es exactamente lo que les dicen las mujeres a los discípulos de parte de Jesús: «Id a Galilea y allí me veréis». Allí seguiréis representando al Señor. Haciéndole siempre de nuevo presente. Se entiende, pues, el título de esta homilía: del lugar del sepulcro vacío (de Jerusalén) hay que volver a Galilea para rehacer sus mismas huellas; y desde Galilea, desde sus mismas palabras y obras como evangelio a los pobres, hay que volver al Gólgota de la Cruz en Jerusalén. Así hasta que Él vuelva. Se entiende entonces lo que en cada Eucaristía aseguramos apasionadamente: «Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurrección; ¡Ven, Señor Jesús!».

Eso es exactamente lo que nos asegura también la segunda lectura de este domingo en la primera carta de S. Pedro: «El Padre de nuestro Señor Jesucristo por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final».

¡Animo a todos!
¡Aleluya para todos!
¡Cristo ha resucitado: resucitemos con Él!

Joaquín Tapia
sacerdote