COVID19: Bien tostado - Carlos Díaz

En estos días pandémicos y pandemoniacos me escribe Amando de Miguel, a quien tengo por el mejor formado y más culto sin la menor duda de todos los sociólogos españoles: «Escribes más que el Tostado. Eres una pluma loca. Te admiro». Que me admire a quien admiro es admirable. Lo que pasa es que eso de que me comparen con el Tostado y, lo que es peor, con una coneja («pares más que una coneja»), comparación que a Dios gracias no es de Amando, me mosquea más. Ahora bien ¿quién fue el famoso Tostado, que con una simple ‘r’ detrás se me antoja tostador de herejes? Pues ‘investigando’ en Internet, que es la forma habitual de hacerlo entre los españoles, especialmente consultando ‘el rincón del vago’, hete aquí al personaje:

Alonso Fernández de Madrigal, más conocido como el Tostado (1410-1455), fue académico, escritor y obispo de Ávila, en cuya catedral se halla enterrado con suntuoso sepulcro a la vez retablo y altar. Lo que me impresiona es que tengo mucho en común con él, y no por motivos escriturarios o escritureros, sino por haber estudiado como yo mismo lo hice –más de cinco siglos después– no sólo en la Universidad de Salamanca, sino además en el Colegio Mayor de San Bartolomé, uno de los más antiguos y prestigiosos de la historia de la cultura europea, regentando luego la cátedra de Artes y la de Filosofía moral, así como la de Poesía cuando era maestrescuela, y de Biblia, pues sabía latín, griego y hebreo, un kit cultural envidiable que le hubiera venido bastante bien a la gente en estos tiempos de abstinencia de baretos. Además, el Tostado no fue un docto sumiso, sino que en época peligrosa e inquisitorial se atrevió a oponerse a la superioridad del dictatus Papae sobre la hermenéutica bíblica como criterio de autoridad inerrante. Dedicó también a la reina el Libro de las paradoxas, inspirado en otra obra de Cicerón, sobre las contradicciones que encuentra en las denominaciones usadas en la Biblia, que resuelve aplicando los cuatro sentidos de la hermenéutica escolástica medieval. La primera versa sobre la Virgen María; la segunda, sobre Jesucristo como león; la tercera, como cordero; la cuarta, como serpiente; y la quinta, de Cristo como águila y su ascensión.

Su ingente obra latina (llegó a hacer proverbial la expresión escribir más que el Tostado) ocupó quince grandes volúmenes en la edición veneciana publicada entre 1507 y 1530, y he tenido la suerte de visitarla y hasta de ojearla una tarde entera y parte de la noche sentado en sus aposentos. Sin embargo, en algo mi obra no resulta comparable con la suya, pues le supera en extensión veinte veces, si bien es verdad que nuestro Tostado vivió, como Mounier, 45 años tan sólo, y quién sabe si de haber seguido a ese ritmo me hubiera sobrepasado con mucho en el arte de la papelería. Pero qué orgullo y qué alegría para mí ser sin merecerlo comparado con semejante príncipe de las letras.

A diferencia del resto del mundo, heme aquí monje en la ciudad, y ni la soledad ni la penumbra ni la clausura me conturban, todo lo contrario, pues ello constituye una de mis múltiples vocaciones. Así que este mal llamado Tostado Bis, que parezco ser y soy un poco, no ha tenido que disparar dos veces al cerrojo de su cárcel de papel con el fin de echar a volar al cielo de la libertad dos nuevas palomas mensajeras, pues no otra cosa son para mí los libros, ave de pluma libre encerrado con oficio de mensajería, hombre bilibre en este caso porque ha coronado la cima de dos libros.

El primero de esos dos libros escritos en santo cautiverio se denomina En las cimas de la desesperación, y el segundo Estos días llenos de noches. Dos pájaros de un tiro. A quien los considere dignos de ser leídos les concedo licencia para cobrarse ambas piezas gracias al olfato de sus galgos o de sus podencos, pues ni el mismísimo Cervantes acertó a distinguirlos. Si el libro que forma mancuerna con este se llama En las cumbres de la desesperación, el presente podría llamarse baudelerianamente Hombre libre, tú buscarás la mar:

 Homme libre, toujours tu chériras la mer!
La mer est ton miroir; tu contemples ton âme
Dans le déroulement infini de sa lame,
Et ton esprit n’est pas un gouffre moins amer.

Si Eugen Ciorán se movía en las cumbres de las cumbres de la desesperación, y Charles Baudelaire entre las flores del mal que se abren en esa cima, yo siembro mi viña en el optimismo trágico. Y nada me alegra más dentro de la lucha que estas palabras de Joaquín Tapia: «En esta mañana de este sábado santo del silencio absoluto (nada ni nadie parece querernos decir nada de nada, ni de nadie), he querido tenerte especialmente a ti presente en mi oración esta mañana. Oración que, por cierto, ha sido y es totalmente silenciosa y hasta oscura: “que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche”. Tú me has hecho presente a Marcelino (no sé si sabes que Marcelino me confesó personalmente que hacías ‘la filosofía’ que a él le hubiera gustado hacer) de una peculiar manera. Por eso mismo, tengo que agradecértelo con unos interrogantes. Es mi dolor de hermano también herido por este peculiar ‘virus’ de la estupidez humana que nos inunda. Si los pobres e indigentes reales, si los ‘vulnerables’ –que ahora así se dice– no están con Dios, ¿quién habrá que los pueda acompañar de cerca?».